Cuadro del bombardeo de El Callao de 1866.

Cuadro del bombardeo de El Callao de 1866.

Historia

La gran fábrica cántabra que aseguró la defensa del Imperio español: devoró 10 millones de árboles

En el siglo XVII se construyeron dos fábricas de artillería en Liérganes y La Cavada. Muchos de sus cañones están por todo el mundo.

4 julio, 2024 08:07

Para 1835, la Real Fábrica de Artillería de La Cavada, en el actual municipio cántabro de Riotuerto, era un erial abandonado. El último cañón se fundió en 1826 con unas instalaciones, hornos, útiles y herramientas que clamaban a gritos por una modernización que nunca llegó. Los operarios terminaron marchándose cuando dejaron de recibir su sueldo. Una partida carlista destrozó lo poco que quedaba y las aguas del Miera anegaron el complejo en una gran inundación. Una vieja fotografía de 1924 muestra uno de sus cañones de hierro abandonado en la orilla del río junto a unas lavanderas.

En el siglo XVII aquel río vigoroso fue una de las características que convencieron al flamenco Juan Curcio para crear en la región un complejo industrial. Era una "persona de gran orden, grandes medios y gran experto en la materia de la metalurgia", según un informe enviado a la corte. Allí, en Liérganes y La Cavada, la mano de obra era barata, había grandes bosques para el carbón, minas de hierro y canteras de piedra, arenas y arcilla para levantar los que serían los primeros altos hornos de España.

"Sin la producción de estas fábricas, la Marina española no hubiera podido codearse con las de Inglaterra y Francia, ni se hubiera podido, por ende, retener las colonias americanas hasta su emancipación en el primer cuarto del siglo XIX", explica el historiador Ángel San José Mediavilla en su tesis Defensa, fortificaciones y marina: la costa cántabra (1746-1814), aprobada por la Universidad de Zaragoza.

Cañón abandonado en la orilla del Miera en 1924 al lado de unas lavanderas.

Cañón abandonado en la orilla del Miera en 1924 al lado de unas lavanderas. Wikimedia Commons

El arte industrial

La temperatura de fusión del hierro es de 1.538º C, lo que se conseguía en la época gracias a gigantes hornos a los que se daba oxígeno con unos fuelles hidráulicos a modo de 'pulmones'. Estos hornos estaban alimentados mediante un gran suministro de carbón vegetal conseguido con la tala masiva. En toda la Edad Moderna, Cantabria quedó casi deforestada por la producción naval y solo la fábrica de La Cavada, en sus cerca de 200 años de existencia, consumió más de 10.000.000 de árboles, unas 150.000 hectáreas de monte.  

Sus primeras remesas fueron valoradas por su gran calidad y, según fueron innovando y mejorando la técnica, su artillería se consideró la mejor de la época. Debido a las quejas de los militares sobre el peso de los cañones, el ingeniero Julio César Ferrufino investigó y experimentó hasta conseguir la aleación de hierro perfecta, aligerando hasta un 25% su peso. Además, eran piezas más 'nobles' que el resto.

Entrada de Carlos III.

Entrada de Carlos III. Wikimedia Commons

Otros cañones de Francia, Alemania o Inglaterra podían estallar de repente al no apreciarse con claridad sus signos de desgaste. En el caso de los cañones de estas dos fábricas, 'avisaban' antes: su hierro se desescamaba, haciendo más evidente cuándo podían explotar.

Un Imperio

Cuando Juan Curcio llegó a la región llevaba años suministrando cañones, pólvora y munición a los Tercios en su Flandes natal. En ese momento la Monarquía Hispánica, que incluía la corona portuguesa, necesitaba de grandes flotas para proteger sus rutas comerciales en todo el globo, acechadas por innumerables enemigos. La demanda de artillería naval en la Armada y en las fortalezas de todo el Imperio era ingente. Primero se construyó la fábrica de Liérganes, que comenzó a funcionar en 1618, produciendo munición y fundiendo cañones de hierro en masa.

Plano de la fábrica de La Cavada en el siglo XVIII.

Plano de la fábrica de La Cavada en el siglo XVIII. Museo de La Cavada

Además, estaba cerca de los grandes astilleros del mar Cantábrico, como el Astillero Real de Guarnizo. Un poco más tarde, muerto Juan Curcio, se creó en la década de 1630 el complejo de La Cavada para responder a la gran cantidad de pedidos que se acumulaban. Estas dos gigantescas fábricas contaban con capillas, fraguas, talleres de carpintería, presas, embarcaderos, almacenes, casas para los operarios...

La Cavada llegó a tener hasta cuatro altos hornos bautizados con nombres de santos y de los que no quedan vestigios. De la fábrica solo se conservan restos de su muralla, unos pocos canales, algún edificio disperso y el gran arco monumental levantado en su entrada por Carlos III, rey que en 1760 decidió nacionalizar las dos fábricas artillería.

Castillo de San Felipe de Lara, Guatemala.

Castillo de San Felipe de Lara, Guatemala. Wikimedia Commons

Cuarenta años después, en una España en crisis, Liérganes cerró y sus ruinas fueron reutilizadas por los locales mientras La Cavada reducía personal y perdía competitividad. La invasión de Napoleón y el saqueo de guerrilleros y soldados franceses no mejoraron su situación hasta que fue abandonada en 1835. 

"Al entregar su producción a precio de costo, no se obtuvieron beneficios, lo que provocó que al llegar la crisis de finales del siglo XVIII empezara a caer en un pozo sin fondo, colapsándose definitivamente en el primer tercio del 1800. Y como ni se modernizaron las instalaciones ni se exportó el modelo a otros lugares de España a su debido tiempo, la industrialización del país se retrasó medio siglo", explica San José Mediavilla.

Varios cañones fundidos decoran la entrada de su museo, pero no son los únicos que se conservan. Llegó a producir cerca de 26.000 piezas de artillería, muchas se perdieron en violentos combates navales, tormentas y naufragios. Otras desafiaron al resto de potencias europeas e indígenas en todas las fortalezas y puertos de las fronteras de la Monarquía Hispánica.

Aún quedan algunas en Manila, la perla asiática, pero lo más habitual es encontrarlas en el rosario de castillos americanos levantados por España desde las gélidas costas de Canadá hasta Chile, pasando por el Caribe. Hoy se pueden ver algunos de estos cañones en la Fortaleza del Real Felipe de Callao, en Perú, donde desde 1824 hasta 1826 un brigadier bajo asedio resitió a la desesperada, aguantando en vano unos refuerzos de un Imperio que, como su industria, agonizaba.