Mapa de 1595 representando la isla Terceira.

Mapa de 1595 representando la isla Terceira. Wikimedia Commons

Historia

El 'Día D' de los Tercios españoles que convirtió a Felipe II en el rey más poderoso del mundo

Entre 1580 y 1583 las islas Azores se rebelaron y se envió una flota al mando de Álvaro de Bazán para poner orden. La corona de Portugal estaba en juego. 

10 septiembre, 2024 08:07

La peste diezmaba Andalucía y las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa clamaban que no quedaban hombres para levantar picas y arcabuces en los canales de Flandes ni para luchar en los confines de las Indias, plagados de corsarios y nativos hostiles. Las costas de Levante se estremecían bajo la amenaza otomana y berberisca y un lejano pero estratégico archipiélago en medio del Atlántico, las islas Azores, enarbolaba banderas de rebelión.

Era 1582 Felipe II de España -y I de Portugal desde hacía dos años- apenas podía ocultar su creciente ansiedad. Gran parte de la flota enviada para devolver a la obediencia a siete de las nueve islas del archipiélago luso regresó destrozada por las furias del viento. El resto logró reunirse en la isla de San Miguel, leal al monarca de medio mundo. Estaba al mando el experto marino Álvaro de Bazán, el mismo al que Cervantes llamó "rayo de la guerra".

El foco de la rebelión, la isla Terceira, estaba preparada ante el previsible 'día D' de los Tercios. "Si los de la isla vinieren a mi obediencia o se rindieren antes de saltar a tierra, los recibiréis a voluntad mía", ordenó el rey desde Lisboa, a más de 1.400 kilómetros. Como era de esperar, una atronadora descarga de artillería fue la única respuesta que recibió la oferta de rendición. Más de 60 galeones franceses rondaron a la mermada escuadra de Bazán frente a la isla de San Miguel, dispuestos a hacer realidad las pesadillas de Felipe II

Fresco de Niccolò Granello que muestra el desembarco de los Tercios embarcados en la isla Terceira.

Fresco de Niccolò Granello que muestra el desembarco de los Tercios embarcados en la isla Terceira. Wikimedia Commons

Ejecución con vistas al mar

Un año antes un golpe de mano se ahogó en las playas de la isla Terceira y ahora sus agrestes playas, de arena negra como la pimienta, estaban fortificadas. La flota francesa doblaba en número a la escuadra de Álvaro de Bazán frente a la isla de San Miguel y no tardó en lanzarse sobre los 25 mermados galeones hispanos

Aún hoy se desconoce cómo ocurrió. Las crónicas y relatos de testigos tanto españolas, como portuguesas y francesas se contradicen, pero todos coinciden en que fue un combate atroz. Ambas flotas se dispararon a bocajarro, destripando a cañonazos cubiertas envueltas en gritos y densas nubes de humo negro. Más tarde llegó el horror del abordaje y el de hombres convertidos en fieras.

Isla de San Miguel vista desde las costas del islote de Vila Franca.

Isla de San Miguel vista desde las costas del islote de Vila Franca. Wikimedia Commons

Diez buques franceses se hundieron o fueron capturados, el resto huyó al continente. La flota de Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, compuesta por barcos portugueses y españoles quedó dañada, pero no perdió ninguna nave. Francia, que legalmente estaba en paz con España perdió diez. A los prisioneros galos capturados en combate les esperaba la muerte. Se les consideró piratas.

Ochenta cabezas rodaron frente al océano, eran de nobles. Más de trescientas colgaron de una soga, eran marineros. Fueron ejecutados entre el puerto de Vila Franca y su islote. En la isla Terceira los rebeldes se hicieron la señal de la cruz. El desembarco de un rey furioso que aspiraba a gobernar el mundo estaba cerca y su líder les había abandonado.

Un trono vacante

En 1580 murió sin descendencia el cardenal Enrique, rey de Portugal. Entre los aspirantes al trono estaba Felipe II, hijo de Isabel de Portugal, y don Antonio, prior de Crato, un bastardo emparentado con Manuel I el Afortunado. El último, a pesar de sus escasos derechos al trono, fue proclamado rey en Santarém. Tenía la ventaja de ser luso y recordó incansablemente la batalla de Aljubarrota

Los Tercios se abalanzaron sobre Portugal sin muchos problemas y el prior de Crato huyó. En las Azores, donde se perdió el tesoro de Moctezuma, aún tenía partidarios a los que se sumaron emisarios de Londres y París. La reunión de ambas coronas ibéricas sobre la testa de Felipe II lo convirtió en un peligro para sus enemigos. A sus ya extensos dominios se le sumaron el África portuguesa, Brasil, las exóticas factorías de la India y las islas de las Especias en el océano Pacífico.

Grabado del siglo XVI de Antonio, prior de Crato y pretendiente al trono portugués.

Grabado del siglo XVI de Antonio, prior de Crato y pretendiente al trono portugués. Wikimedia Commons

Ni la Inglaterra de Isabel I, "la reina virgen", ni la Francia de Enrique III podían permitirlo. Antonio Crato recibió dinero, armas y el apoyo de una gran flota gala que se dirigió a las Azores, paso obligado para los galeones hispanos y lusos de América y Asia que regresaban a la Península

"La aparente impunidad de los rebeldes dañaba el prestigio de la Monarquía y podría servir de ejemplo para los partidarios de don Antonio que pudieran quedar en Portugal o cualquiera de los territorios lusos de ultramar", explica Juan Rodríguez Garat, almirante de la Armada retirado y autor del artículo En la tercera el francés publicado por la Revista de Historia Naval. "Si ingleses y franceses lograran hacerse con bases permanentes (...) el sueño de los corsarios de ambos países (...), podría convertirse en la pesadilla del monarca español", desarrolla el investigador. 

Mapa de las islas Azores en un libro del siglo XVII.

Mapa de las islas Azores en un libro del siglo XVII. Wikimedia Commons

El 'día D'

Por ello en 1582 Felipe II aún se mordía las uñas hasta el nervio. "Tengo por cierto que habréis atendido a ejecutar esto [el desembarco] antes de que los enemigos pierdan el miedo y a los nuestros se les entibie el valor", escribió a Bazán. El prior de Crato había huido a Francia, pero el marqués de Santa Cruz no tenía casi barcas para transportar a los Tercios hasta la playa. Además, el otoño y sus temporales se acercaban. El marino canceló la operación hasta el año siguiente, hasta las últimas horas del 26 de julio de 1583.

Aquella noche Bazán partió con la primera oleada de 4.000 hombres que debía tomar la playa de una cala cerca de Angra, capital de Terceira. En plena madrugada negra como la tinta, dos compañías portuguesas y una francesa fueron pasadas a cuchillo bajo el fuego de apoyo de varias galeras. Poco después de que el amanecer bañase las miles de hortensias de las Azores, cundió el pánico en la isla. 

Cinco galeones, 30 naos, 12 galeras y demás buques tanto hispanos como portugueses cañonearon Angra y protegieron el desembarco de 9.000 hombres. "Hacía un calor terrible que debilitó a mucha gente (...) al entrar en la ciudad, no encontramos a nadie", relató un soldado alemán de los Tercios sobre la campaña. Apenas hubo resistencia.

Un puñado de desesperados defensores huyó al monte, donde resistieron varios días más. El resto de islas, caída Terceira, se rindieron. Antes de terminar el verano Álvaro de Bazán entró en Cádiz arrastrando por el agua las banderas enemigas. "Lo ocurrido en las aguas del archipiélago portugués sirvió de semilla para que empezara a gestarse en la mente del marqués de Santa Cruz la idea de lo que, cinco años después, había de ser la empresa de Inglaterra", concluye Rodríguez Garat. Aquel gran marino murió antes de ver a la Armada Invencible desafiar a los elementos.