"Si Dios no ha decretado tu muerte, nada temas": sale a la luz la colección de cartas más completa de la Guerra Civil
- Un libro reúne la emotiva correspondencia de Manuel Arbeloa y su esposa Josefina durante nueve meses, hasta que el requeté cayó en combate.
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"Mi Josefica amadísima (...) Mi esposica de mi alma (...) hoy, día en que cumplimos los nueve meses [en campaña], y después de bajar del monte hasta el hombro de barro, aunque no tengo muchas ganas de fiestas, por hablar un ratico contigo y enviarte mis más tiernos cariños, lo hago con muchísimo gusto, majica mía".
Así empezaban las últimas líneas que Mateo Arbeloa, sargento de la 3.ª Compañía del Tercio de Navarra, escribió a su mujer Josefina Muru el 19 de abril de 1937 desde un caserío de Olaeta, en Álava. Al día siguiente, el requeté recibió un balazo en el pecho que le atravesó el pulmón cuando participaba en una operación de asalto a las posiciones republicanas que defendían la cima del monte Tellamendi. Tras varias jornadas de agonía en un hospital de Vitoria, falleció el día 27 acompañado por su familia.
Otra microhistoria trágica de un joven matrimonio, con un bebé de siete meses, Manolín, roto por la Guerra Civil. Nada singular, en apariencia. Pero lo extraordinario de este caso es que se puede reconstruir gracias a un prolijo legado epistolar que conserva la montaña rusa de amor y sentimientos experimentada por sus protagonistas. "Muy posiblemente sea la colección epistolar cruzada más completa publicada de la Guerra Civil", explica el investigador Pablo Larraz Andía, editor junto a la arqueóloga e historiadora María Pilar Sáez de Albéniz de Las últimas cartas del requeté (Almuzara).
Desde que Mateo salió de su pequeño pueblo, Mañeru, profundamente católico y tradicional, situado junto a la merindad de Estella, para enrolarse en las filas del bando sublevado como voluntario carlista hasta el día antes de caer en combate, intercambió con Josefina, una margarita del carlismo, más de un centenar de cartas privadas. La firma en papel de una poderosa y sincera historia de amor, una marmita donde se mezclan multitud de pensamientos y pulsiones —angustia, esperanza, miedo al no retorno, idealismo, una fe confiada y auténtica— que ahora ven la luz contextualizadas y en forma de libro, acompañadas además de un soberbio aparato gráfico.
"Nos ofrecen dos puntos de vista: la del hombre combatiente que padece penalidades, sufrimientos y ausencias; y la visión femenina desde la retaguardia: cómo una familia de recursos muy discretos trata de salir adelante y cómo se van viviendo los diferentes avatares de la guerra, los lutos de los muertos que llegan al pueblo...", explica Larraz Andía. "He visto cientos de cartas de la Guerra Civil y de requetés, pero estas tienen un nivel de transmisión bastante más profundo. Son capaces de descubrirnos las maneras de pensar, vivir y sentir de un sustrato sociológico muy concreto. Nos ofrecen una cosmovisión y una manera de entender y explicar las cosas más allá de los simplismos con los que ahora se habla de la Guerra Civil".
Motivaciones religiosas
"Mi esposico del alma, ¿qué te diré yo después de tanto día de silencio?", se preguntaba Josefina en su penúltima misiva a su marido, fechada el 16 de abril de 1937. "Me parece que, de tanto que te quiero, me estoy atontando ¿sabes? Así que no hallo palabras que expresen mis adentros: mi Mateico, todas, todas las noches estoy soñando contigo, pero de una manera... Como si fuese realidad que te tengo a mi lado, y es que le abrazo a Manolito fuertemente creyendo que es su papá, sobre todo desde que me escribiste que podías venir. Vamos, no sé qué ganas tan locas se ponen de vivir contigo, corazón mío, una temporadica".
Para entonces Mateo ya había experimentado el sabor del éxito —la conquista de San Sebastián— y los horrores de la guerra de trincheras —en el tiempo que pasó en la "maldita posición" en torno al monte Kalamúa, en el frente de Elgoibar, presenciaría unas condiciones de lucha extremas—. Había obtenido dos permisos para regresar al hogar y se aventuraba la posibilidad de ser licenciado. Pero había decidido participar en la fase crucial de las operaciones para tomar Bilbao: "Hago más falta que en otras ocasiones. Dios me detiene. No culpéis a nadie, ni hablar", confesaba a su esposa.
"Estas cartas revelan la diferencia y la complejidad de un tiempo próximo pero a la vez muy lejano y cómo era la forma de vida en la España rural de la primera mitad del siglo XX, las formas de relacionarse... Salen a la luz de manera nítida las motivaciones de Mateo, y también de Josefina, de ir a una guerra básicamente en defensa de la religión", desgrana el investigador y doctor en Historia de la Medicina. Franco aparece nombrado solo en dos ocasiones y el requeté se refiere simplemente a él como un militar brillante —encabezaba sus escritos con las fórmulas de "Viva Cristo Rey" o "Viva España católica y tradicional"—.
Pablo Larraz, que ha centrado sus trabajos en aspectos sociales, sanitarios y militares de la Guerra Civil y otros conflictos recientes, explica que "la carta es un soporte moral para el combatiente, una vía de conexión emocional y casi espiritual con la retaguardia y sus seres queridos". Escribir y saber de su familia sirvió de bálsamo a Mateo en las navidades de 1936. "(...) tan bien como ya sabes que no cae un cabello de la cabeza, ni una hoja del árbol, sin la voluntad de Dios. Y aunque os silben las balas por todos lados, si Él no ha decretado tu muerte ahora, nada temas", le confió Josefina.
En el momento de caer abatido, el requeté llevaba en su bolsillo, como siempre, las dos últimas cartas enviadas por su mujer y la foto de su hijo. También las guardó Josefina en una caja de cartón con todas las demás —se calcula que se ha perdido media docena—: algunas con restos de haberse mojado, otras con marcas de lágrimas, pero conservando una notable ortografía. Todos los años, en la "semana de pasión" del 20 al 27 de abril, revivía los momentos trágicos de 1937 releyendo emocionada o en silencio las cuartillas. Poco antes de morir le entregó todo el material a su hijo, Víctor Manuel Arbeloa Muru. El legado epistolar de sus padres sirve ahora como testimonio íntimo y veraz de uno de tantos dramas humanos desatados por la Guerra Civil.