Recientemente se cumplieron tres años de la llegada a España de Alexa: la asistente virtual integrada en los dispositivos para el hogar Amazon Echo. Coincidió con una comida en casa de una prima, donde tenían uno de dichos aparatos. Le pregunté si era consciente de que Echo podría estar grabando sus conversaciones. Respondió: "No me importa. No tengo nada que ocultar".
No era la primera vez que escuchaba esa respuesta. Es el típico argumento que usan los todopoderosos tecnológicos y los gobiernos para justificar la vigilancia. Ha calado hasta tal punto que ahora muchas personas lo repiten cual mantra, sin pararse a pensar. Si lo hicieran, repararían en la falacia: da igual que les importe o no, porque la privacidad es un derecho fundamental.
Como dijo Edward Snowden en un encuentro online en 2015: "Decir que no importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que ocultar es como justificar que no importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir". Yo iría más allá: ¿Sale usted desnudo/a a la calle porque no tiene nada que ocultar? Pues dejar rastro de todas sus intimidades en formato texto, audio y vídeo es peor, y se hace sin pudor.
Además, imaginemos que todos esos datos y conversaciones se hicieran públicas y pudieras escucharlas todo el mundo. ¿Entonces sí le importaría? No es solo una hipótesis sino la cruda realidad.
Hace cosa de un año, una investigación de Check Point encontró una brecha de seguridad en Alexa que daba a los piratas informáticos acceso al historial de voz completo de los usuarios y a los datos personales asociados con su cuenta. Y es solo un caso entre muchos.
Qué está en juego
Entonces, ¿a qué nos exponemos cuando usamos los dispositivos autollamados 'inteligentes' para el hogar? Como cuento en 'Error 404. ¿Preparados para un mundo sin internet' (Ed. Debate), estos no solo replican el rastreo online habitual (historial de búsqueda, identidad, ubicación…) sino que lo expanden sensiblemente, de formas diversas:
Pueden deducir sentimientos y comportamientos a partir de las voces que capte en el entorno, además de escuchar la voz humana –conversaciones telefónicas incluidas– para extraer contenido que pueda orientar la publicidad.
Pueden identificar interlocutores en una conversación y construir perfiles de interés para cada uno. Con la promesa de adaptar sus servicios a la persona que habla, pueden usar perfiles de voz para asociar comportamientos con individuos específicos en el hogar, de nuevo para encauzar los anuncios.
Pueden compartir datos con terceros; recomendar productos en base al mobiliario observado por una cámara que además clasifica las características de los usuarios (género, edad, gusto por la moda, estilo, estado de ánimo, idiomas, actividades preferidas, etc.), o identificar la presencia de niños y los momentos de travesura, también con aplicaciones publicitarias.
Pueden espiar las conversaciones y, al mismo tiempo, cumplir técnicamente su promesa de almacenar y analizar únicamente las grabaciones de audio que el usuario pretende compartir.
Aun así, se ha demostrado que no lo hacen. Al menos, no siempre. Cuando en 2018 varios usuarios de Echo reportaron que Alexa se reía a veces sin venir a cuento, se encendieron las alarmas. La noticia dio la vuelta al mundo en 2018, como lo hizo el relato de un matrimonio a quien Alexa había grabado la conversación privada y se la había enviado a un contacto. Todo ello sin su permiso ni conocimiento.
La explicación de Amazon al respecto no hizo sino poner de manifiesto el mal funcionamiento del aparato y su imprecisión. A pesar de que la compañía trató de que esto se viera como error puntual, la periodista Rachel Metz (MIT Technology Review) comprobó que la grabación de conversaciones sin permiso era algo sistemático.
En abril de 2019 varios empleados de la compañía desvelaron que un equipo de miles de trabajadores de Amazon escucha de forma aleatoria lo que los usuarios le dicen a Alexa. No solo revisan los clips de audio, sino que transcriben y revisan fragmentos de conversaciones. Eso sí, lo hacen, supuestamente, para mejorar el funcionamiento del asistente. Todo sea por nuestro bien.
El revuelo y la indignación causados al hacerse todo esto público hicieron que Amazon incorporase una función de borrado de las conversaciones al dispositivo, con opciones para borrar todo lo que se ha dicho en un día o algo que se acaba de decir.
El reloj también
Algo parecido sucede con otros dispositivos para el hogar, asistentes virtuales y aplicaciones. Entre ellas, la red social de audio Clubhouse, que se puso de moda hace unos meses. En su política de privacidad detalla que graba y guarda "temporalmente" las conversaciones de los usuarios por si acaso hubiera "una infracción de confianza y seguridad".
Los relojes 'inteligentes' tampoco se quedan atrás. Google no ha adquirido Fitbit por casualidad. Tampoco es coincidencia que Amazon haya creado Halo, su brazalete de bienestar, que integra un sistema de escucha permanente. Además de medir el ritmo cardíaco o analizar patrones de actividad o sueño, usa su micrófono integrado para grabar la voz de los usuarios, con el fin de tratar de detectar su estado de ánimo a lo largo del día. También realiza una imagen en 3D del cuerpo a través de la cámara del teléfono, que procesa en sus servidores.
La excusa para todo esto es mejorar la salud de las personas, pero ¿lo hace realmente? Un análisis de Geoffrey Fowler y Heather Kelly para 'The Washington Post' (diario estadounidense cuyo dueño es el fundador de Amazon, Jeff Bezos) concluyó que, en los aspectos básicos, "Halo es más errático que sus competidores". Su artículo se tituló: 'El nuevo brazalete de salud de Amazon es la tecnología más invasiva que hemos probado'.
Ahora volvamos de nuevo a aquello de "No me importa mi privacidad porque no tengo nada que ocultar" y pensemos en el rastreo y escucha permanente de estos dispositivos. Pensemos en la posibilidad de que toda esa información íntima quede expuesta ante los malos, o ante cualquiera. Es más, pensemos en una posible incriminación delictiva errónea por una conversación mal entendida o por una supuesta relación con un contacto remoto que sí haya cometido un crimen. No sería la primera vez.
¿Merece la pena arriesgarse? Sin duda, no. Y, menos aún, cuando hay alternativas (más) respetuosas con la privacidad: por ejemplo, el dispositivo para el hogar Mycroft Mark, de código abierto, o el reloj inteligente Apple Watch. Son algunas de las opciones más fiables si están pensando en adquirir o en regalar un aparato de este tipo estas navidades (dicho sea esto sin ánimo de incentivar a comprar ni apología alguna del consumismo).
Sus elecciones de compra mandan poderosas señales al mercado. El futuro está, literalmente, en sus manos. Y nada importa lo que usted tenga o no que ocultar.