La terminología que empleamos a la hora de definir el mundo que nos rodea define con una claridad pasmosa lo que somos y, más importante si cabe, lo que queremos ser. Puede parecer algo baladí emplear un sinónimo u otro, pero los pequeños matices albergan detalles de extraordinaria relevancia que no podemos pasar por alto.
Esta semana, durante una mesa redonda en la Universidad Carlos III de Madrid, quedó patente una de estas dicotomías lingüísticas de gran calado. ¿El sujeto de debate? El manido concepto de I+D+i. O lo que es lo mismo: investigación, desarrollo e innovación.
Comencemos por lo obvio y más inmediato: el uso de mayúsculas y minúsculas dista mucho de ser una cuestión estética. Con las primeras representamos los inicios de las frases, el comienzo de todo, la claridad al destacar las ideas principales en un discurso, los títulos que dan nombre a una obra. Las segundas se emplean en el texto corrido, en el desglose de ideas, en lo común de las palabras.
Entonces la pregunta es obvia, ¿por qué la innovación se escribe habitualmente con letra minúscula en esa particular ecuación frente a sus hermanas Investigación y Desarrollo, comandadas por esa mayúscula imponente? No parece lógico... y no lo es en absoluto, aunque sí tiene una razón de ser. Durante mucho tiempo, la aproximación académica y científica dominante ha girado en torno a la investigación básica, al desarrollo científico y tecnológico.
En España esta estrategia nos ha llevado a ser líderes en producción de publicaciones científicas en Europa. Y, sin embargo, la pata de la innovación, esa que ha de movernos como sociedad y economía hacia el futuro, se sigue escribiendo con minúscula. Y la producción de patentes en nuestro país dista de poder ser considerada como óptima.
Poner la innovación en mayúscula es solo el primer paso. El siguiente es reconsiderar ese lazo inamovible que establece esa fórmula del I+D+I. ¿Es necesariamente ese camino -investigación que lleva a desarrollo y culmina en innovación- el único para poder alcanzar ese último paso? Francisco Marín, vicepresidente de I+D+I de la CEOE, recordaba durante la mentada sesión que España es una curiosa anomalía al respecto: el resto de países no han acuñado este término y mantienen como entes con fuerza propia a la I+D y a la innovación.
Se puede llegar a la innovación sin pasar por los otros dos escalones. Y como demuestran los resultados obtenidos por España hasta el momento, es obvio que se puede hacer mucha I+D sin que llegue a buen puerto en términos de innovación. De nuevo, si regresamos a las bases, las concepciones de ambos aspectos no dejan lugar a dudas sobre su naturaleza interrelacionada pero independiente.
El Manual de Frascati, el nombre con el que se conoce a la Propuesta de Norma Práctica para encuestas de Investigación y Desarrollo Experimental de la OCDE, estableció en 1963 cómo debíamos entender la I+D: "La investigación y el desarrollo experimental comprenden el trabajo creativo llevado a cabo de forma sistemática para incrementar el volumen de conocimientos, incluido el conocimiento del hombre, la cultura y la sociedad, y el uso de esos conocimientos para crear nuevas aplicaciones".
Sin embargo, en esa definición no aparece mención alguna a la innovación, la hermana pequeña y olvidada por el gran público hasta hace no demasiado tiempo. De hecho, los fundamentos en esta línea debemos encontrarlos en otro manual, el de Oslo (formalmente Medición de las Actividades Científicas y Tecnológicas. Directrices propuestas para recabar e interpretar datos de la innovación tecnológica).
También de la OCDE, éste está datado en 1997 y actualizado en 2018 y reza lo que sigue: "Una innovación es un producto o proceso nuevo o mejorado (o una combinación de ambos) que difiere significativamente de los productos o procesos anteriores de la unidad y que se ha puesto a disposición de los usuarios potenciales (producto) o puesto en uso por la unidad (proceso)".
En la agenda pública de nuestro país, ambos conceptos han ido de la mano, se han desligado, vuelto a juntarse y desligado de nuevo en varias ocasiones. En función del Ejecutivo de turno se han aglutinado los planes y estrategias en I+D con las de innovación... o bien se han segregado para especializar las iniciativas de manera clara. ¿A que ya no parece una simple anécdota el cómo se escribe una determinada palabra?