Un joven pastor, llamado Pedro, solía pasear a sus ovejas por el campo. Un buen día, tuvo la genial idea de gastarle una broma a sus vecinos, alertando a viva voz: "¡Que viene el lobo!". Huelga decir que sus consternados compañeros salieron corriendo en su auxilio, para regocijo del oneroso Pedro, que se rió con gusto del susto que había provocado. Al día siguiente, de nuevo aburrido en el campo con sus ovejas, repitió la hazaña: "¡Que viene el lobo!". y, de nuevo, los amables vecinos corrieron para ayudarle, en vano. Así hasta que, un buen día, el lobo fue real, la llamada de auxilio del poco creíble Pedro no recibió respuesta y varias de sus ovejas murieron en el ataque del fiero animal.
Este cuento, que a todos nos han contado cuando éramos pequeños, alienta una cultura de sinceridad y de respeto a los demás. Pero, también, nos proporciona una valiosa lección: incluso aunque sea con buena voluntad, si arrojamos demasiadas alertas falsas, nadie nos creerá cuando sea cierta.
En los últimos días, el gobierno de los Países Bajos está llevando a cabo una campaña cuanto menos parecida al cuento de Pedro y el lobo. Su coordinador nacional de seguridad y contraterrorismo (NCTV), Pieter-Jaap Aalbersberg, ha pedido a la ciudadanía que se prepare para un gran ataque cibernético que provoque el caos más absoluto en el país. Una opción que, entiende, es muy plausible en el corto plazo.
Aalbersberg les ha pedido incluso a sus vecinos que preparen kits de emergencia con los que sobrevivir incluso dos días sin agua, electricidad o gas. Y no es la priemra vez que los Países Bajos emiten una alerta similar: en 2009 ya se promovió una campaña similar para que la ciudadanía se equipara con esas reservas de supervivencia.
Es obvio que estamos viviendo en un entorno de ciberamenazas constantes, que las vulnerabilidades están siendo examinadas por un sinfín de actores negativos y que las infraestructuras críticas son un potencial objetivo -ya materializado en alguna ocasión- para los ciberdelincuentes. Pero, al mismo tiempo, cualquier análisis racional de riesgos indicaría que esta clase de alertas sociales es injustificada, sobredimensionada y más cercana al sensacionalismo que a una medida útil y sensata.
Podemos decir más: el hecho de reconocer que "Holanda es muy vulnerable" y, a renglón seguido, pedir que la ciudadanía se prepare para lo peor indica que ese gobierno o no tiene herramientas para proteger sus infraestructuras críticas o no tiene la menor intención de hacerlo. Escojan cuál es la alternativa menos dañina, porque ambas tienen miga al derivar la responsabilidad última en el ciudadano de a pie en lugar de en la Administración que -supuestamente- ha de velar por él.
No es el único ejemplo de medidas extremas contra ciberamenazas que, aunque graves, no pueden sustentar la respuesta ofrecida. El pasado mayo, Costa Rica declaró el estado de emergencia después de sufrir un ataque de ramsonware, Conti. Si bien la campaña fue especialmente dañina para el país, con su agencia tributaria afectada durante varias semanas, el mensaje de emergencia va mucho más allá de lo que hemos visto en cualquier otro lugar del planeta, incluso en España, cuando se ha experimentado un ataque similar.
En España hemos vivido situaciones de pánico colectivo sin sentido en el pasado reciente. Todos recordamos el temor a una interrupción en las cadenas de suministro al inicio de la pandemia, con la consiguiente escasez de ¡papel higiénico!. O los avisos de muchos pseudoanalistas -e incluso políticos nacionales- de que iba a producirse un gran apagón en el pasado invierno, provocando que arrasáramos con todos los generadores disponibles en el mercado y que ahora están cogiendo polvo en algún trastero.
Son ejemplos claros de Pedro lanzando el aviso de un lobo que, en el caso de Países Bajos, ni tan siquiera se ha producido. En 2009, el aviso urgente quedó en nada. El de ahora, veremos. Podemos partir de la premisa de que es mejor prevenir que curar, mejor estar listos para lo peor y no tener que arrepentirse luego. Y es una teoría más que válida... pero corremos el riesgo de que cuando la amenaza sí sea palpable, cuando el lobo de verdad esté ante nosotros, la ciudadanía no se crea ni media palabra.