"La tecnología no destruye trabajo, lo transforma". Así lo sentenció la secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, Carme Artigas, en una jornada reciente sobre empleos emergentes que organizamos desde DigitalES. Frente a los rumores sobre una "gran sustitución" de puestos de trabajo por la emergencia de la inteligencia artificial (IA), es importante adoptar una visión realista -ni autocomplaciente, ni alarmista- de la influencia que está teniendo el desarrollo tecnológico sobre el empleo.
¿Qué nos dicen los datos e informes sobre el peligro de la automatización sobre el mercado laboral?
En primer lugar, cabe matizar que la mayoría de informes o artículos sobre la materia citan referencias bastante antiguas, que han sido posteriormente actualizadas por tesis más moderadas. Es el caso de los de los profesores Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, en 2013. Contrariamente a la interpretación más extendida de sus palabras, lo que exponía su trabajo es que el 47% de las profesiones serían susceptibles de ser automatizadas (parcial o totalmente) en un plazo de dos décadas.
De entre toda la documentación existente en la actualidad, merece especial seguimiento la elaborada por la OCDE, que ha seguido con atención este tema a través de la iniciativa 'Future of Work', lanzada en 2019. Esta organización mantiene que el 14% de las profesiones tienen altas probabilidades de ser reemplazadas por tecnología, y otro 32% se verán transformadas por la automatización de sus tareas más automatizables. Al tiempo, la OCDE destaca la creación de nuevos empleos en torno a la "economía de plataformas".
Hace tan solo unas semanas (el 27 de marzo de 2023), precisamente en el marco de un congreso sobre el impacto de la IA en el trabajo, la OCDE publicó un documento titulado The impact of AI on the workplace: Evidence from OECD case studies of AI implementation. Este informe está basado en un centenar de experiencias del uso de IA en distintos sectores, y distintos países y concluye lo siguiente:
“Hasta la fecha, la reorganización del trabajo parece más frecuente que la sustitución, y la automatización impulsa la reorientación de los trabajos hacia tareas en las que los humanos tienen una ventaja comparativa. Las mejoras en la calidad del trabajo asociadas con la IA (reducciones en el tedio, mayor compromiso de los trabajadores y mayor seguridad física) pueden ser su respaldo más fuerte desde la perspectiva de los trabajadores. Al mismo tiempo, los casos de estudio presentan ciertos desafíos, como un déficit de habilidades especializadas de IA (…), lo que subraya la necesidad de políticas para garantizar que las tecnologías de IA beneficien a todos".
Lo cierto es que la historia de las sucesivas revoluciones industriales ha seguido hasta ahora un patrón de mejora generalizada del bienestar a largo plazo en las economías avanzadas. Y es que, al margen de las crisis recurrentes que caracterizan los ciclos económicos, a medida que se han utilizado más y mejores máquinas, ha aumentado la demanda de trabajo a nivel agregado, sin tendencia creciente alguna en las tasas de paro, a pesar del fuerte aumento de la población en edad y disposición de trabajar.
Este patrón de prosperidad ha sido posible gracias a cuatro factores fundamentales:
1. El tecnológico: el progreso técnico ha contribuido a aumentar de manera generalizada la productividad del trabajo y, con ello, su demanda y sus salarios. Aunque ese progreso técnico ha sido sesgado, durante décadas los trabajadores han podido ir adquiriendo fácilmente las habilidades necesarias para utilizar nuevas técnicas, procesos y máquinas, en muchas ocasiones son con el aprendizaje en el puesto de trabajo, facilitando la transición de unas ocupaciones a otras en sectores distintos.
2. La competencia: los avances tecnológicos han acabado trasladándose a precios más bajos de muchos bienes, aumentando su demanda.
3. La mejora de la productividad en unos sectores y el incremento de la renta han provocado un aumento de la demanda de otros bienes y servicios complementarios. Esta complementariedad ha dado lugar a que los salarios hayan aumentado también en sectores en los que las mejoras de productividad han sido más modestas.
4. El desarrollo del Estado del Bienestar, que ha podido financiarse con los mayores recursos generados por el progreso.
En cualquier caso, el progreso nunca es lineal, ni está libre de tensiones y conflictos. En los últimos meses, algunas grandes compañías tecnológicas han anunciado ajustes organizativos que implicarán despidos y que, inevitablemente, han reavivado los miedos neo-luditas.
A este respecto, frente a las reacciones más reaccionarias, hay que recordar que el determinismo tecnológico no existe: conocemos los efectos que puede acarrear la introducción de la IA en las empresas -los positivos, pero también los negativos- y por ese motivo estamos en disposición de actuar para sacar lo mejor de estas tecnologías.
Podemos formar a las personas en el uso de sistemas de IA, y en su transparencia y explicabilidad. Podemos conformar organizaciones más flexibles, donde las tareas del personal estén más orientadas a sus cualidades que los hacen únicos. Y podemos ayudar a vigilar y corregir los posibles sesgos que las máquinas "aprendan" de nosotros.
Todo lo anterior se relaciona estrechamente con otro gran desafío global, sobre el que hablaremos más adelante: la desigualdad. La formación será la clave para evitar que el uso de la IA acabe convirtiéndose en un nuevo factor de desigualdad y, al contrario, nos conduzca a sociedades más equitativas.
***Elena Arrieta Palacio es directora de Comunicación de DigitalES