En mi reciente visita a Boston he tenido la fortuna de hablar con un buen puñado de investigadores españoles. He podido incluso asistir a la fiesta de despedida de uno de ellos, un brillantísimo y simpático físico murciano que, tras siete años de dedicación absoluta al MIT (Massachusetts Institute of Technology), ha conseguido plaza para seguir investigando en... Oxford (Reino Unido). Junto a él, otro destacado miembro de la comunidad de científicos españoles en Estados Unidos bebía cerveza pensando ya en su siguiente destino... Gales (Reino Unido).

Un colega "de un pueblecito del interior de Cataluña" me comenta allí mismo que la vida en un centro de investigación de élite es muy dura, mucha soledad, un entorno difícil y competitivo también en lo humano. No se soportaría sin el calor de otras personas en las mismas circunstancias. Un par de días antes, dos enormes investigadores del Media Lab del MIT, uno valenciano, el otro inconfundiblemente gallego, hacían la misma reflexión en una cena regada de reflexiones intensas sobre el mundo actual.

Pero hay algo adictivo en la búsqueda de la excelencia. Inmediatamente después de hablar del coste personal que representa mantenerse en la élite investigadora mundial, los ojos cobran ese brillo especial del temperamento de conquista. ¡Es tan apasionante el desafío en el que se halla inmerso cada uno de ellos! La fusión nuclear, los límites de la monitorización de los seres humanos, la inteligencia artificial aplicada a los clubes deportivos, las baterías de flujo para el coche autónomo, la robotización de las ciudades... Cómo resistirse a entrar en ese laberinto adusto que esconde un luminoso descubrimiento en el interior.

La pregunta es: ¿Por qué no regresa todo ese talento a España? Ah, ese es un asunto difícil de abordar. Una auténtica cuestión de Estado que no podemos dejar sólo en manos de la clase política. En muchos casos, la propuesta económica no es atractiva. "Nos ofrecen cobrar lo mismo que un investigador que está empezando aquí". En otros, el problema es que resulta complicado, a día de hoy, presentar un proyecto científico lo suficientemente motivador cuando lo que tienes enfrente es el ecosistema MIT-Harvard, Stanford, Caltech, Oxford, Max Planck o CERN.

¿Son dos problemas susceptibles de ser superados? Sí, sin duda, pero para ello se necesita la complicidad de las universidades, de los principales centros de investigación y de las compañías líderes del país. Sin eso, difícilmente funcionarán los planes cosméticos de estímulo al regreso de ese talento científico español que encarna también lo mejor de la condición humana.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES