Escapar al concepto de edge computing resulta prácticamente imposible en estos días. Este nuevo paradigma no deja de acosarnos en toda clase de eventos, presentaciones comerciales y estrategias de los grandes players del mercado TIC. Incluso en estas mismas páginas hemos tratado este tema con asiduidad, con convencimiento claro de que esta tendencia es el siguiente giro del modelo de computación, de la centralidad del mainframe a la descentralización que supuso el modelo de cliente-servidor, de ahí a la centralización de la nube y, de nuevo, la descentralización en forma de microcentros de datos deslocalizados y con capacidad de proceso instalado directamente en el dispositivo final. Toda una revolución en la forma de pensar las estructuras de trabajo y los flujos de información para una era hiperconectada y en la que se necesitará de cuanta más potencia localizada como sea posible.

Esa es la visión mayoritaria en la industria. También es la compartida por las grandes firmas de análisis, como Gartner o Forrester. Pero, como casi nunca suele suceder en esta clase de premoniciones en aras de un futuro digital todavía por explotar, no estamos ante una opinión uniforme entre la comunidad de expertos. Es el caso de Emilio Castellote, analista senior de IDC Research, quien opina entre otras cosas que el edge computing no es todavía una realidad madura (pese a que el Internet de las Cosas ya sea un modelo en plena ebullición, origen y destino de esta capacidad de cómputo distribuida). Tampoco consideran que, pese al impulso que la industria lleva haciendo en favor del edge computing, exista un interés real en las empresas que deben implantar este diseño tecnológico en su seno.

Para Castellote y el resto de analistas de IDC en nuestro país, el edge computing es una suerte de capa intermedia en un paradigma claramente orientado hacia la nube, como una suerte de elemento prescindible dentro de un esquema donde prepondera la conexión directa entre IoT, redes 5G y el procesamiento en la nube. Un modelo demasiado rígido frente a las inmensas posibilidades de la computación en el extremo, pero quizás pueda ser una visión realista en cuanto al diagnóstico presente de la adopción de esta tecnología.