De pronto, –parece–, como si algo que ninguno de los altos diagnósticos de prospectivas especulativas del mundo económico y de la gobernanza hubieran aventurado de ninguna manera, algo que parecía imposible está empezando a pasar... Llegan masivas noticias sobre una escasez urgente y angustiosa de mano de obra (cualificada y no cualificada) en los países más avanzados de occidente, a los que se les supone dotados de sistemas de formación pública y privada capaces de dotar de recursos humanos o fuerza laboral a sus necesidades.
Es curioso porque todo lo que llevamos de siglo XXI los principales debates en relación con el trabajo se discutían en todo tipo de foros políticos, sociales y mediáticos en ciclos, al modo de trastornos ciclotímicos. En ellos se discutía sobre la cantidad de puestos de trabajo humanos que iba a eliminar, o estaba eliminando la capacidad productiva de los robots, por convencidos especialistas, que auguraban apocalípticamente que los robots y/o la automatización iba a arrasar la mayoría de puestos de trabajo humano. Esa era la corriente de opinión dominante.
Recuerdo uno de los debates más álgidos en relación con la tecnología y al futuro del trabajo en 2020 fue sobre la pregunta ¿Deben que pagar impuestos los robots para compensar los puestos de trabajo que destruyen?... El mismísimo Bill Gates se adelantó, como casi siempre, también en ese debate, y aseguró convencido en 2017, –casi dos años antes del inicio de la pandemia–, que "los robots deberían tributar por su trabajo como los humanos". En una entrevista a la prestigiosa Quartz, declaró: "Ahora mismo, si un trabajador humano realiza un trabajo de 50.000 dólares en una fábrica, esos ingresos se gravan con impuestos... Así que, si un robot es capaz de hacer lo mismo, uno pensaría que deberíamos gravar al robot a un nivel similar".
No aclaró, –aunque en inglés es sinónimo–, si incluía en ello al 'robot' al software, precisamente lo que a él le ha hecho ser uno de los más ricos del mundo. O sea, no aclaró si debe imponerse el gravar con un impuesto también al 'trabajo' que ejecuta el software, (sobre todo el del machine learning e inteligencia artificial) que constituye ya mismo la mayor fuerza (artificial) de trabajo del mundo. Y también si deben gravase con impuestos públicos al trabajo que realizan los algoritmos que automatizan sustituyéndolo al trabajo humano para, compensar los trabajos que eliminan, según un proceso que ya a mediados del siglo XX Joseph Alois Schumpeter denominó "destrucción creativa", y cuyo balance exacto entre los nuevos puestos creados y eliminados por los avances tecnológicos, seguimos sin saber con exactitud si es positivo o negativo en el momento en que estamos.
La economía de la mano de obra y la escasez
La pandemia global nos pilló entre titulares radicales con múltiples especulaciones y debates sobre el imponer tasar con impuestos el 'trabajo' de los robots, para compensar los puestos de trabajo humanos que eliminan. Como en internet hay de facto una especie de hemeroteca digital global, usando adecuadamente los buscadores en general y Google en particular encontraremos miles de titulares que generaba esa inmensa polémica global. Pero, tras el verano de 2021, constatados los efectos de la pandemia sobre la economía, nos invade el lado contrario del péndulo en el citado proceso ciclotímico de las noticias y polémicas en relación con el tema del trabajo y el empleo.
La mano de obra que de pronto, y de forma casi inverosímil, se ha vuelto un asunto plagado de escasez humana. Sin decir los nombres de los medios para evitar leerlo con sesgos, cito una serie de titulares reales publicados encabezando noticias de medios locales, nacionales e internacionales cualificados publicados estas últimas semanas.
Pongo algunos ejemplos reales de prensa, ya digo, sobre todo del último mes: "La falta de mano de obra europea pone en jaque a la industria del Reino Unido"; "La construcción alerta: falta mano de obra para ejecutar los fondos europeos"; "La escasez de mano de obra eleva los bajos salarios en Estados Unidos"; "La reactivación económica se topa con escasez de mano de obra en Europa, incluso extranjera"; "La escasez de mano de obra cruza el Atlántico: Países Bajos tiene más vacantes que parados"; "La falta de mano de obra y el encarecimiento de los materiales amenazan la transformación inmobiliaria"; "Las ofertas de empleo se disparan ante la escasez de personal cualificado"; "Los empresarios británicos se enfrentan a la peor escasez de mano de obra desde 1997"; "En el caos de la escasez de mano de obra en Gran Bretaña, ¿podrían los trabajadores forjarse una vida mejor?" y... "Logística, hostelería, construcción... En toda Europa, la gran escasez de mano de obra. Las empresas del Viejo Continente tienen dificultades para contratar personal. Además de las consecuencias logísticas y materiales, el fenómeno está transfiriendo gradualmente el poder de negociación a los empleados." Estos son titulares de cinco países de Europa y señalan una unanimidad apabullante.
Bien. Los titulares (hay miles similares), señalan que de pronto ocurre algo que nos parece inverosímil contra la costumbre de los últimos años. Ahora mismo hay 'paro negativo' (si podemos llamarle así), en la mayoría de los países de Europa. Y esto en un país como España señalado junto con Grecia como aquel en el que sus jóvenes padecen desde hace décadas las cifras más altas de paro juvenil del continente... Es una especie de situación inversa, casi surrealista, teniendo en cuenta que múltiples nichos de infraestructuras de fabricación industrial, –las que proporcionan empleos más estables y menos precarios–, fueron inmolados en toda Europa en general, y en España en particular, en el altar de la deslocalización a gran escala.
Hemos perdido como europeos, sobre todo los países del sur de Europa, la 'soberanía industrial' como bien aprendimos enseguida al inicio de la pandemia. En aquel momento de necesidad perentoria, en Europa nos dimos cuenta que éramos incapaces de fabricar respiradores o mascarillas y todo lo demás. Solo se podían conseguir en China lo que desató un vergonzoso 'zoco' global lleno de oprobio. Los países de Europa se dieron cuenta de golpe en la explosión inicial pandémica, hasta qué punto habían perdido su 'soberanía industrial' incluso en fabricación de baja tecnología.
El efecto Benjamin Franklin y el trabajo de los jóvenes
En el caso de la sociedad española, además, esta actual súbita escasez de mano de obra, –de 'fuerza de trabajo' como se la llama en EE. UU.-, ha pillado de improviso a casi todo el mundo en una sociedad azotada largo tiempo por vergonzosas cifras sobre todo pero no solo juvenil, incluso entre jóvenes universitarios sobreformados para los trabajos precarios que muchos de ellos ocupan. Esto unido a dificultades sociales añadidas como un país en que los jóvenes se emancipan a las edades más tardías de toda la U.E. En medio de mi asombro por esta inesperada ola de titulares, volví a leer el título de un trabajo de la consultora de Social Media, Belle B. Cooper llamado “El efecto Benjamin Franklin y porqué debes irte de ese trabajo antes de que sea demasiado tarde”, que incluía varias ideas que dan para reflexionar.
Para personas de un país como el nuestro en la situación reciente con la cuarta parte de la población en paro y casi dos años en EREs, este título puede parecer hoy una verdadera boutade, pero no es así. Cooper habla en el texto sobre la percepción que han de tener las personas sobre las propias acciones profesionales y la necesaria coherencia de las mismas en relación con las cosas que consiguen resolver o mejorar en el funcionamiento de la empresa o institución en la que trabajan. Para la cultura de Cooper, si no podemos mantener una lógica coherente con nuestros propósitos en donde estamos actuando, es mejor irnos a otro lugar y buscar otro trabajo, ya que si no lo hacemos más pronto que tarde las cosas empeoraran y en cualquier caso nos acabará sucediendo algo mucho peor.
En una empresa ninguna de las acciones es gratuita y todas deben estar orientadas a la coherencia de los fines de la empresa u organización. Parece obvio, pero esa cultura de la coherencia en relación con la función profesional no siempre es evidente y no siempre esta asumida conscientemente por las personas en relación con la propia función que realizan en la organización en donde trabajan.
Si esa coherencia fuera parte de nuestra cultura social e institucional, que ciertas personas hayan ocupado ciertos puestos decisivos en la gobernanza hubiera sido algo social, institucional y empresarialmente inconcebible. Y esa coherencia parece que ahora solo pueden devolverla sentencias y condenas de jueces. Para muchos esta 'judicialización creciente' desde actividades, que van desde las empresariales a la política, es un fenómeno nefasto. Hay muchos ejemplos. Señalo otro: ante las urgentes necesidades de obtención de energías limpias, algo que nadie puede considerar conceptualmente negativo, acabamos viendo cómo los proyectos de parque eólico o fotovoltaicos levantan oleadas de protestas en las zonas rurales para cuyos habitantes eso significa un proceso destructivo sobre su modo de vida y sus hábitats. Ponerse de acuerdo en el cómo parece casi imposible, así que muchos habitantes de la España vaciada acaban apareciendo en los medios como enemigos de las energías limpias cuando no es realmente, así pero está emergiendo un conflicto de percepción sobre ello.
Aunque mi reflexión me ha llevado a estos detalles, el texto aludido entraba en ese problema perceptual, que concordaba genéricamente con una definición reciente de ‘disonancia cognitiva’. Según el citado factor, se ha demostrado que, por causa de la maleabilidad de nuestro cerebro, nuestro comportamiento hacia alguien forma nuestra actitud, en lugar de la anterior creencia generalizada de que nuestra actitud hacia alguien es la que luego influirá en nuestra conducta con él.
En relación con ello, una 'disonancia cognitiva' es una tensión o inarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que siente una persona al mantener al mismo tiempo dos pensamientos enfrentados, o cuando su conducta entra en conflicto con sus propias creencias. Y hay un tipo de ella, cuyo nombre se asocia al del famoso Benjamin Franklin, quien conocía cómo aprovechar este efecto para ‘reconducir’ conductas de personas. Lo demostró, en una ocasión pidiendo a un enemigo algo en relación con un libro valioso y acabó consiguiendo que no actuara como tal inamistosamente, sino como todo lo contrario atrapado por la acción de Franklin. Volviendo al texto antes citado, el consejo de Belle Cooper para cualquiera que desempeñe un puesto en una empresa es que renuncie y se vaya a trabajar a otro lugar, en cuanto perciba que quien le dirige en su trabajo le conduce a entrar en conflicto consigo mismo y acabe, en él, haciendo lo contrario a lo que cree que debe hacer. Abandonar la coherencia entrando en conflicto con uno mismo, acabará teniendo funestas consecuencias, mucho peores, si se queda en ese puesto. No parece nada descabellado.
Por tanto, si se mantiene o aumenta esta súbita escasez de mano de obra en los países europeos, los españoles, tradicionalmente desentrenados para el cambio o movilidad geográfica o en la mentalidad irse a trabajar a otro lugar del país a otro puesto de trabajo tras años de alto paro e incertidumbre, quizá podrían también ser culturalmente presas de esas ‘disonancias cognitivas’ ligadas al citado 'Efecto Franklin'.
Y lo más increíble es que eso se produzca en un mundo donde lo digital es dominante. En el uso de las redes sociales se producen muchas disonancias cognitivas. Otra de ellas, por ejemplo, puede generarse en la siguiente contradicción, una más. Después de tantas décadas luchando para reducir la jornada hasta las 32 horas semanales, con el objetivo de que la gente tenga más tiempo para el propio ocio y, en lugar de ese ocio decidido por decisión propia, muchísimas personas podrían acabar pasando horas y horas 'trabajando gratis' para las plataformas globales digitales proporcionándoles beneficios que nunca alcanzaran las empresas que proporcionan las actividades remuneradas con un sueldo y además manipulados hasta el punto de creer que se están divirtiendo y dedicando su tiempo a sí mismos.
Ese trasvase de la actividad laboral hacia la actividad no remunerada acumulada frente a las interfaces adictivas puede que acabe provocando una de las disonancias cognitivas más importantes en esta época de escasez de mano de obra que parece estar comenzando.