El inicio de un nuevo año suele ser motivo de júbilo, de alegrías desbordadas y un sinfín de listas de buenos propósitos. De imágenes de multitudes celebrando el comienzo de una vuelta más al Sol, de brindis por los buenos momentos que esperamos vivir en los siguientes 365 (o, este curso, 366) días.
Sin embargo, la instantánea más destacada del paso a 2024 fue muy distinta: en París, la inmensa mayoría de los que se congregaron en el Arco del Triunfo no disfrutaron del momento, al menos en cuerpo y alma, sino que lo hicieron a través de sus móviles. Más luces en los teléfonos de aquellos que grababan el momento que en el propio monumento. Por no hablar de que muchas más que en sus corazones, preocupados por los likes en mayor medida que por alcanzar la felicidad.
Para abordar esta cuestión, es crucial entender que la economía de la atención se centra en la competencia por nuestra concentración en un mundo hiperconectado. La información fluye sin cesar, y plataformas digitales luchan entre sí para captar nuestra atención. También compiten con el mundo real, el de toda la vida. Esta constante exposición tiene implicaciones significativas en nuestra percepción de los momentos y, también, del tiempo percibido.
La psicóloga cognitiva Gloria Mark, experta en el impacto de la tecnología en el comportamiento humano, destaca que esta constante interconexión puede afectar negativamente nuestra productividad y bienestar psicológico. La atención dividida, provocada por la multitarea digital, no solo disminuye la eficiencia en las tareas, sino que también puede generar niveles elevados de estrés y agotamiento mental.
Eso sí, estos extremos no están demostrados como tales. Una revisión de la literatura científica sobre la atención y el mundo digital realizada por la Universidad de Oxford en 2019 concluyó que no hay evidencia suficiente para afirmar que el uso de las tecnologías digitales haya causado un deterioro generalizado de la atención, sino que más bien ha provocado cambios en los patrones de atención de las personas.
De lo que no cabe duda es de que la economía de la atención ha llevado a una sensación de urgencia constante. Las notificaciones instantáneas, las actualizaciones en tiempo real y la presión para responder rápidamente contribuyen a la percepción de que el tiempo se está acelerando. Un estudio de la Universidad Técnica de Delft revelaba ya en 2014 que las personas que utilizan redes sociales con frecuencia tienden a experimentar una percepción del tiempo más rápida que aquellas que las utilizan con menos regularidad.
La publicidad también juega un papel crucial en esta economía, utilizando estrategias diseñadas para captar nuestra atención en medio del ruido, tanto digital como analógico. Tristan Harris, exdiseñador ético de Google y fundador del Centro para la Tecnología Humana, lleva años advirtiendo sobre el poder de las técnicas de diseño persuasivo utilizadas para mantenernos pegados a las pantallas. Estas estrategias no solo afectan nuestra percepción del tiempo, sino que también moldean nuestras preferencias y comportamientos.
Frente a este panorama, la pregunta ética que surge es si la constante búsqueda de nuestra atención está llevando a una pérdida de control sobre nuestro propio tiempo y, en última instancia, sobre nuestras vidas. La filósofa Sherry Turkle argumentaba hace ya varios años que la desconexión ocasional es esencial para preservar nuestra humanidad en un mundo digital, permitiéndonos recuperar el control sobre nuestra atención y, por ende, sobre nuestro tiempo. ¿Lograremos disfrutar del siguiente cambio de año sin la presión de nuestros smartphones? Permítanme dudarlo.