La Unión Europea acaba de anunciar su intención de imponer aranceles adicionales de hasta el 38% a los vehículos eléctricos importados de China con el objetivo de proteger de la competencia desleal a los fabricantes europeos, cuya actividad da trabajo a 13 millones de personas en una larga lista de 27 países del viejo continente, entre ellos España.   

Hace un mes Joe Biden cuadriplicó la protección de la industria norteamericana hasta llegar al 100% y abrió otro frente en la escalada de las tensiones comerciales con China por el exceso de productos chinos de “tecnología verde” que están inundando los mercados globales. El 37% de los vehículos eléctricos importados a Europa proceden de China. Y el 19% del total son de marcas estrictamente chinas. 

A diferencia de los fabricantes estadounidenses, Alemania y Francia han criticado la medida por temor a represalias de China, a un aumento de los precios en todo el mercado y a una caída en la demanda de automóviles con baterías fabricados en sus respectivos países. BMW y Volkswagen, por ejemplo, no sólo venden a China sino que también tienen grandes instalaciones de producción allí. Y Tesla, que produce su Model 3 y Model Y para el mercado europeo en Sanghai, pide que los aranceles de sus coches se calculen individualmente.

China alega que no existe "base fáctica y jurídica" y que la medida rompe el consenso alcanzado por los líderes chinos y europeos sobre el fortalecimiento de la cooperación y afectará la atmósfera de cooperación económica y comercial bilateral. La UE, por su parte, defiende que la cadena de suministro en China se beneficia de subsidios injustos del Estado y que la afluencia de importaciones chinas subsidiadas a precios artificialmente bajos presenta una amenaza de daño claramente previsible e inminente a la industria europea.

Pudiera parecer que el asunto es estrictamente comercial. Pero es algo de mucho más alcance. Porque, si hay algo en lo que están de acuerdo el Partido Comunista Chino y los halcones de la seguridad de EEUU es que la innovación es el secreto de la superioridad geopolítica, económica y militar. El presidente Xi Jinping espera que la ciencia y la tecnología ayuden a su país a superar a los norteamericanos. Y los políticos en Washington tratan de impedir que los chinos obtengan ventaja utilizando una combinación de controles y sanciones.  

Pero, desde el Nanoclub de Levi de DISRUPTORES sostenemos que es poco probable que la estrategia de Estados Unidos funcione. La ciencia y la innovación chinas están logrando rápidos avances. Si EEUU quiere mantener su liderazgo –y obtener el mayor beneficio de la investigación de los talentosos científicos chinos– quizás debería centrarse menos en mantener a la ciencia china a raya y más en impulsarse hacia el futuro.

Durante siglos, en Occidente hemos despreciado la tecnología china. Los europeos, egoístas y egocéntricos, nos hemos negado a aceptar que un lugar tan remoto pudiera haber inventado la brújula, la ballesta o el alto horno. Cuando China se unió a la economía mundial, su rápida recuperación y sus abusos de la propiedad intelectual occidental simplemente decíamos que eran más imitadores y ladrones que innovadores. Además, la ciencia china fue menospreciada porque alentaba a los investigadores a producir grandes volúmenes de artículos científicos (supuestamente) de mala calidad.

Pero son ideas viejas. China es una potencia científica líder y sus científicos producen algunas de las mejores investigaciones del mundo, particularmente en química, física y ciencias de materiales, que son la base de casi todo. Contribuyen a más artículos en revistas prestigiosas que sus colegas de EEUU y la UE y producen más trabajos altamente citados. Las universidades de Tsinghua y Zhejiang llevan a cabo tanta investigación de vanguardia como el MIT.

Los laboratorios chinos contienen algunos de los equipos más avanzados, desde supercomputadores hasta microscopios electrónicos criogénicos. Todavía no están a la altura de las joyas de la corona de Europa y América, pero son impresionantes. China, no hay duda, alberga gran cantidad de talento. Muchos investigadores que estudiaron o trabajaron en Occidente han regresado a casa. Pero, además, también está formando científicos: más del doble de los mejores investigadores en Inteligencia Artificial del mundo obtuvieron su primer título en China (y no en Estados Unidos).

En materia de innovación comercial, China también está cambiando viejos y manidos supuestos. Las baterías y los vehículos eléctricos que exporta no sólo son baratos, sino también de última generación. Huawei, que cayó después de que a la mayoría de las empresas estadounidenses se les prohibiera negociar con ella en 2020, está resurgiendo y ha dejado de depender de muchos proveedores extranjeros. Aunque obtiene un tercio de los ingresos de Apple o Microsoft, gasta casi tanto como ellos en investigación y desarrollo.

El semanario The Economist señalaba hace unos días que China aún no es la potencia tecnológica dominante del mundo, pero va camino de ello. Huawei todavía tiene acceso limitado a chips avanzados. Obviamente, la autosuficiencia es costosa. Las empresas estatales estén escleróticas. Y la mayor parte del gasto en investigación está guiado por la mano dura del Estado. Algunas universidades mediocres todavía producen investigaciones mediocres. Señales de que la innovación de China es todavía ineficiente. Sin embargo, es una ineficiencia que parecen dispuestos a tolerar para producir resultados de clase mundial.

Todo esto plantea un dilema para Estados Unidos. Hasta ahora, se han centrado en obstaculizar a China con sanciones y limitando el flujo de datos, talento e ideas. China, al fin y al cabo, es todo misterio y sombras. Por ejemplo, no compartió sus primeros trabajos sobre el virus que causa el COVID-19, una irresponsabilidad que podría haber costado vidas, posiblemente millones.

Si la ciencia china está prosperando gracias a estas tácticas, entonces tal vez Estados Unidos simplemente debería adoptar una línea aún más dura y restrictiva.  América ha sido durante mucho tiempo un imán para las mentes más brillantes del mundo y debería seguir atrayéndolas, incluso de China. Algunos trabajos deben ser secretos, obviamente, pero una presunción contra la contratación de investigadores chinos privaría a Estados Unidos de un valioso talento y de muy interesantes ideas. No son los edictos de la Casa Blanca los que encuentran y desarrollan las mejores ideas, sino los mercados impulsados por la competencia.

El hecho de que un régimen autoritario se esté acercando a la frontera tecnológica es alarmante. Sin embargo, ni EEUU ni la Unión Europea deberían esforzarse por parecerse más a China, sino por aprovechar sus propias fortalezas distintivas. El resultado será más descubrimientos científicos e ingenio técnico y, en última instancia, más seguridad. No le pongamos puertas a China. Y menos a su talento.