Ya estamos en otoño otra vez y a nadie debería sorprenderle que los datos demuestren que el verano recién terminado ha sido muy caluroso, de nuevo. Según un estudio de Climate Central el verano de 2024 ha sido excepcionalmente caluroso en todo el mundo. Como esto ya no es noticia, me ha parecido interesante otra forma de dar los datos que usan en este informe. Por ejemplo, que más de dos mil millones de personas, lo que viene a ser el veinticinco por ciento de la población mundial, hemos vivido treinta o más días de calor "riesgoso". O que en el hemisferio norte de nuestro amado y maltratado planeta, ciento ochenta ciudades han sufrido al menos una peligrosa ola de calor extremo durante el verano.

Uno de los autores del estudio, el Dr. Andrew Pershing, lo resume de una manera muy elocuente: "Creo que cada vez que hacemos estos cálculos, lo que realmente se pone de manifiesto es el tipo de exposición crónica a temperaturas inusuales provocadas por el clima. En la franja tropical que rodea el planeta, realmente estamos viendo que día tras día experimentan temperaturas que se ven fuertemente alteradas por el cambio climático".

Nos dicen que el calor es el peligro meteorológico más mortal a nivel mundial, cosa que no dudo. Pero a mí me preocupa que el tiempo se está radicalizando y que ese calor tiene consecuencias, tan pronto no llueve durante bastantes semanas o meses, como jarrea o se pone a nevar con espesores relevantes en los Alpes y en Dolomitas durante el mes de septiembre, cuando todavía era verano.

Hace unos días, estando en Toledo, se puso a llover mucho de golpe y esto hizo que no pudiéramos terminar la visita guiada a esta hermosa ciudad. Mientras esperábamos que amainara, nos pusimos a hablar y uno de los comentarios que oí fue que por una parte no llueve, pero que cuando lo hace,  lo hace con demasiada fuerza; lo cual no es ideal para regar la tierra… pero lo que llamó realmente mi atención fue que decían que en las ciudades, por tener infraestructuras antiguas, se pierde muchísima agua por culpa de las filtraciones y de las fugas. Así que me pregunté si esto es así y qué papel puede jugar la tecnología para solucionar este problema.

Investigando sobre el tema y a raíz de las sequías, he aprendido que hay varias palancas activas para modernizar la infraestructura del agua y para su digitalización; incluso hay un PERTE específico. Además, resulta que hay un concepto clave, el del agua no registrada, un indicador de eficiencia de las redes de abastecimiento. En un contexto en el que el agua cada vez es más valiosa, se torna fundamental reducir al mínimo las ineficiencias que generan mermas indeseables, uno de los principales retos a los que se enfrenta cualquier operador de agua dentro de sus planes estratégicos.

La digitalización juega un papel importante para prevenir y para detectar las tan dañinas fugas y para evitar sus costosas consecuencias. Es aquí donde he descubierto empresas como la danesa Kamstrup y su solución de detección acústica de fugas, aderezada con una capa de algoritmos para dotarla de inteligencia. La verdad es que me parece curioso que los países dónde abunda el agua estén más sensibilizados con este problema, probablemente tenga que ver con el precio que pagan por el agua en sus facturas.

Es posible que os parezca un tema baladí, pero no puede serlo desde el momento en que, en muchos pueblos y ciudades, la infraestructura que garantiza el suministro de agua tiene fugas que pierden entre el treinta y el cuarenta por ciento del agua que transportan. Además de que las filtraciones de agua prolongadas pueden provocar daños en la infraestructura, como el deterioro de tuberías, carreteras y edificios. Sin olvidar que las fugas de agua pueden debilitar los cimientos y comprometer la integridad estructural de los elementos de la infraestructura, incluso los más sólidos.