"Tenemos que resistir con uñas y dientes, la tentación enorme de bajar los impuestos"
Para el economista, autor de 'España 2030: gobernar el futuro', una rebaja fiscal es un lujo que el país no se puede permitir
7 febrero, 2016 00:29Noticias relacionadas
En medio de la vorágine política de pactos, declaraciones cruzadas y cortoplacismo, el economista José Moisés Martín Carretero (@jmmacmartin) propone una reflexión profunda sobre el futuro de España. El autor explica que el libro España 2030: gobernar el futuro, con prologo de Eduardo Madina, nació de las peticiones de mucha gente para que ampliase todas sus ideas. Esta no es una propuesta de máximos, me explica, es una base razonable para poder llegar a acuerdos y así afrontar el futuro.
Se ríe sobre el debate político vacío que hay actualmente en España y después se pone serio para hablar del futuro. Los riesgos son muchos y el país no puede perder más tiempo.
¿Hay algún motivo para el optimismo en la economía global?
Yo creo que hay motivos para la esperanza, que es diferente del optimismo, que es esperar que todo va a salir bien porque sí. Hay motivos para una esperanza activa. Al ver cómo se está desarrollando la economía mundial después de la gran crisis financiera y de esta recuperación en minúscula que estamos viviendo con todos los desequilibrios abiertos, si no somos capaces de modificar el rumbo, vamos a vivir años complicados de poco crecimiento, de mucha vulnerabilidad, de mucha posibilidad de recaer en una crisis que puede ser todavía mayor que la de 2007 y desde ese punto de vista, no podemos ser optimistas.
Tenemos motivos para la esperanza en que si ponemos los medios suficientes para que esto no vuelva a ocurrir, efectivamente podemos ser capaces de evitar esta coyuntura que se está torciendo de nuevo. Por lo tanto, optimismo no, pero capacidad para poder reaccionar y medios para poder evitar lo que se avecina, sí.
¿Qué es eso que se avecina?
La crisis económica ha vivido tres etapas. Una primera muy vinculada a EEUU y la crisis de las (hipotecas) subprime, con el contagio que provocó sobre el sistema financiero internacional. Una segunda más vinculada a la zona euro. Y ahora estamos viendo el tercer episodio, que está vinculado a los emergentes y fundamentalmente a China.
Durante la crisis, los emergentes fueron un refugio para el dinero, se incrementó muchísimo la inversión desde 2007, lo que generó mucho crecimiento de sus economías, que ya venían recalentadas por el aumento del precio de las materias primas. Ahora lo que estamos viendo es que buena parte de ese dinero está volviendo a los países centrales y eso está dejando a muchas economías en una mala situación, además en un contexto de caídas de los precios de las materias primas.
Si hemos aprendido algo de la primera y de la segunda parte de la crisis, no deberíamos permitir que esta tercera parte nos lleve a una recesión global como la que se vio en 2007. Hay herramientas y mecanismos y lo que hay que hacer es activarlos. El Fondo Monetario Internacional que vemos hoy no es el mismo que teníamos en el 2007, las propias estrategias del Banco Mundial no tienen nada que ver con las que se seguían en 2007. Si se reactiva el mecanismo de coordinación creado, que ahora está un poco adormilado, como es el G-20, nos da opciones para que no volvamos a vivir una crisis tan grande como la que vivimos.
Si no se toman las medidas adecuadas, ¿podríamos acabar en una crisis como la de 2007?
Sí, sin duda. La diferencia es que ahora sabemos lo que ocurre y sabemos cómo intentar mitigarlo. Antes no lo sabíamos porque pensábamos que iba todo de cine. Vivíamos en la gran moderación, pero nos hemos dado cuenta de que las cosas son muy diferentes. Creo que podemos actuar si hay voluntad política para hacerlo.
China es hoy el foco de preocupación porque ha llegado a la trampa de la renta media y ahora tiene el reto de dejar de ser un emergente. ¿Veremos a China como un país plenamente desarrollado? ¿Tendrá un estado del bienestar?
Esto es casi hacer una profecía, pero a mí me da la sensación de que veremos una sociedad muy dual. El desarrollo que están viviendo las ciudades y los centros financieros no es un tema de derechos civiles, que en la cultura china no le dan la importancia que le damos aquí, es otro concepto. Incluso en las democracias avanzadas de la región, como Corea o Japón, la concepción que tienen de la democracia es muy distinta a la que tenemos nosotros.
Si no somos capaces de modificar el rumbo, podemos de recaer en una crisis peor que la de 2007
Pero sí creo que habrá una demanda de bienestar más vinculada a la clase media consumidora que está generándose en China y que quiere tener un cierto nivel. Creo que en algunas zonas de China vamos a poder ver cómo estas clases medias se consolidan, mientras que otras grandes zonas se van a quedar atrasadas. China es un continente en sí mismo y va a vivir un proceso de dualización. Este es el gran reto de su economía.
España también tiene muchos retos por delante. En el libro plantea una serie de recetas, tales como apostar por la tecnología, la educación, las energías renovables... Muchas de ellas son de las que se han calificado como “de sentido común”. ¿Por qué si son de sentido común, no se han aplicado hasta ahora?
Por una frase hecha y es que el sentido común es el menos común de los sentidos. En el libro no es que haya ninguna gran novedad, lo que hay que hacer es activar esas reformas de sentido común. En última instancia se trata de generar un gran consenso que permita avanzar en el medio y largo plazo.
¿Por qué no se toman? Fundamentalmente, porque son temas aburridos, es así de triste. Es más divertido estar hablando de cosas cortoplacistas y que requieren poco esfuerzo intelectual. Además, son temas que no se notan en la inmediatez de la vida de la gente. Hay un concepto, que no lo puse en el libro, y que es lo que Giddens llamó la paradoja de Giddens y que es que ves que viene un riesgo muy grande y no haces caso hasta que estás ya dentro del riesgo. Yo creo que esta es la política que estamos viviendo, que mira a lo inmediato, al efecto de los 140 caracteres, que está más vinculada al ruido que a las señales, de modo que las señales finalmente se pierden. Y la señal que se pierde es cuál es el proyecto que tenemos a medio y largo plazo.
España no se puede permitir bajar los impuestos, necesitamos esos recursos para invertir en el futuro
Como los temas en los que trabaja el libro son obvios, se obvian y finalmente el debate político se establece en marcos que no ayudan a que construyamos esas políticas públicas que necesitamos.
Pero estas políticas implican un fuerte cambio de mentalidad. Por ejemplo, en la Educación, en su libro expone que el problema no es tanto de dinero como de concepto. ¿Existe una fuerte oposición al cambio en la sociedad o en los sectores establecidos?
Aquí tengo que nombrar a un autor que cito en el libro, Víctor Lapuente: el tomar medidas tajantes lo único que hacen es retrasar o estropear el debate. A mí el modelo educativo que me gustaría sería de una determinada manera, que fomentase más la creatividad y con unas metodologías diferentes. Yo creo que España no está preparada para dar ese salto cualitativo, porque tenemos amplios sectores de la población que piensan que la Educación tiene que ser otra cosa.
Por eso, lo que planteo en el libro es que tenemos que crear un consenso lo suficientemente amplio para que todo el mundo se sienta cómodo. De lo contrario, seguiremos viviendo un cambio del sistema educativo cada año y esto es un drama. Mi idea es que no es tanto decir cómo es el sistema educativo ideal, sino cómo sería el sistema educativo en el que todos, incluyendo los sectores más reaccionarios, se pudieran sentir lo suficientemente cómodos como para poder avanzar.
¿Es posible?
Creo que es posible, pero hay que ser conscientes de que esto es así.
También apunta España tiene que engancharse a la revolución tecnológica y que este cambio necesita del motor del Estado para articularlo. ¿Las cuentas públicas están en una situación como para liderar la inversión que se necesita?
Yo creo que podrían estarlo, con tres condicionantes. Un primero: profesionalizar en gran medida nuestra forma de relacionarnos con el sector privado. Hay muchos recursos que se podrían movilizar para generar estos rendimientos a largo plazo donde el Estado tiene que jugar un papel de catalizador y de garante, no tanto de financiador. En segundo lugar, es imprescindible renegociar el Pacto de Estabilidad en Bruselas; necesitamos espacio fiscal para poder tomar estas medidas. De lo contrario, no lo vamos a poder lograr.
El que diga que el ajuste fiscal pretende mejorar el modelo productivo se equivoca, o quiere que otros se equivoquen
Y en tercer lugar, que el ciclo de crecimiento en el que entramos, y que veremos lo que dura, tenemos que resistir, con uñas y dientes, la tentación enorme de bajar impuestos. España no se puede permitir bajar los impuestos, necesitamos esos recursos a futuro. No podemos hacerlo porque ese dinero no se va a invertir, se va a consumir y va a ser crecimiento, muy satisfactorio en el momento, pero que no va a permitir sentar las bases del crecimiento que necesitamos.
En definitiva, los impuestos son necesarios para que el Estado los canalice hacia la inversión. No digo que sea necesario subirlos pero, como poco, mantenerlos y aprovechar los recursos extra que se generen en este ciclo para invertirlos en el medio y largo plazo.
¿Y no hay ningún problema con mantener el déficit presupuestario?
El problema es formal. Que España tenga un 3,1% o un 2,8%, tiene el mismo resultado en términos económicos, son décimas, pero en términos del Pacto de Estabilidad, te hacen estar dentro o fuera del brazo correctivo o del brazo preventivo. Estamos ya en unos márgenes en los que esto no debería ser un problema. El Banco Central Europeo lo está diciendo: está probado que si no somos capaces de generar nuevos estímulos a la economía, vamos a tener una época de bajo crecimiento económico.
Es clave señalar que cuando estamos hablando de déficit público, lo importante es a qué se dedica, si es a gasto que no tiene ninguna productividad, estamos tirando el dinero, pero si se destina a promover las inversiones necesarias para que España pueda crecer más y mejor, es una inversión y, por lo tanto, sería bueno para la economía. Decía Larry Summers que las inversiones en mejorar la productividad de la economía salen gratis, porque incrementan el crecimiento con la demanda el año en el que las haces y mejoran las condiciones de los factores económicos para elevar el crecimiento potencial a futuro.
En España llevamos años apostando por lo que se ha llamado la devaluación interna para mejorar la productividad. ¿Lo hemos conseguido?
No, porque el que diga que el objetivo del ajuste fiscal es mejorar el modelo productivo, se equivoca, o quiere que los demás se equivoquen. El ajuste fiscal que hemos vivido tenía tres objetivos. En primer lugar, reducir el déficit público, que se ha logrado más o menos. En segundo, facilitar el desapalancamiento del sector privado, permitiendo que las empresas que tenían un alto nivel de deuda, tuvieran unos márgenes operativos suficientes como para poder reducirla y ahí sí ha sido importante la devaluación salarial. Al reducir el pago de los salarios, las empresas han tenido más beneficio operativo (ebitda), lo que les ha permitido amortizar la deuda que tenían. Y en tercer lugar, deprimir la demanda interna para mejorar nuestra cuenta corriente, es decir, reducir las importaciones.
Estos eran los objetivos del programa de ajuste, y no es que lo diga yo, es que es lo que dice la teoría que son los objetivos de un programa de ajuste. Y por lo tanto, no ha habido ninguna política que haya ofrecido un cambio estructural en la economía española. El crecimiento que estamos viendo a día de hoy tiene un patrón de comportamiento muy parecido al que tenía antes de la crisis. No hemos mejorado nada.
Si España tomase las decisiones para dar un cambio cualitativo y apostar por sectores más productivos, ¿podría provocar que algunos sectores de la economía y de la sociedad se quedaran fuera del mercado?
Es un cambio difícil, pero necesario. Estamos hablando de que hay una parte muy importante del PIB español que está en sectores muy poco productivos y que hay que moverlo hacia sectores más productivos. Eso no se hace automáticamente, el mercado en sí mismo no lo hace: si tú permites al mercado funcionar, va a seguir llevando el dinero a donde sabe que funciona. Ese cambio es el que tenemos que orientar. Hay que dejar de invertir en empresas por criterios sociales. Hay sectores que se mantienen porque son políticas sociales, no políticas industriales.
Hay sectores, como el minero que se mantienen porque son políticas sociales, no políticas industriales
En vez de invertir en los sectores en los que España podría ser competitiva, estamos sosteniendo sectores que se van a caer sí o sí. Yo creo que eso es engañar a la gente, es darles pan para hoy y hambre para mañana.
¿Qué sectores están en esta situación?
El sector minero, por ejemplo. Se sostiene por políticas sociales. Sé que a mis amigos asturianos esto no les va a gustar, pero es política social.
La revolución tecnológica exige que las empresas sean cada vez más flexibles para adaptarse al entorno. ¿También es necesario flexibilizar más el mercado laboral?
Creo que los factores institucionales en el mercado laboral son importantes en el corto plazo, pero no en el largo plazo. Flexibilizar el despido suponiendo que un trabajador de la construcción, al día siguiente de ser despedido, va a encontrar trabajo en una startup, es una quimera. Flexibilizar así no tienen ningún sentido. La flexibilización, por sí misma, no va a producir el cambio, todo lo contrario, puede producir la precarización y así eliminar los incentivos para la cualificación y para mejorar la productividad. Un círculo vicioso.
Dicho esto, también digo que ningún diseño del mercado laboral va a evitar que se produzca el cambio productivo que vamos a vivir. No se va a poder evitar que el mercado laboral acabe dualizado. Ese es el gran problema que tenemos. Ni el contrato único ni prohibir los contratos temporales va a evitar que vayamos en esa dirección, porque es un problema de producción, no de la institución del mercado.
¿Qué tipo de dualidad es esa?
Lo que estoy planteando es que, al final, habrá un mercado laboral en el que haya gente trabajando en sectores vinculados a la tecnología, a la creatividad, que irá crecimiento, y al mismo tiempo, trabajos poco productivos que no hay manera de hacerlos más productivos. Por ejemplo, peluquería u hostelería. Va a ser muy difícil que esa dualidad se rompa.
Ni el contrato único ni prohibir los temporales va a evitar que vayamos hacia un mercado laboral dual
Los contratos temporales tienen unos límites muy estrictos, pero sabemos que mucha gente está contratando en fraude de ley a trabajadores temporales por su propia realidad productiva. Yo soy empresario y el mercado laboral que tenemos no se adapta a las condiciones de la sociedad del conocimiento, está pensado para grandes cadenas de producción. Cómo hacer un diseño institucional que se adapte a la sociedad del conocimiento es complicado, pero no pasa necesariamente por la flexibilización ni por la reducción de derechos, pero me parecería absurdo pensar que prohibiendo el 'trabajo flexible' se vaya a arreglar.
En este mercado laboral que plantea, lo que parece vital es la cualificación de los trabajadores. En España decimos mucho eso de que tenemos “la generación mejor preparada”, pero, ¿estamos a la altura de nuestros vecinos como para competir con ellos?
Eso se dice todas las generaciones, pero claramente no estamos a su altura. En España tenemos un sistema muy dualizado. Por porcentaje de educación tenemos la misma proporción de titulados universitarios que tienen nuestros competidores, pero tenemos el doble de gente sin cualificar. El grueso de la población activa tiene muy poca cualificación y, en España, el sector de la Educación Secundaria no cualifica para encontrar trabajo. El que ha sacado el Bachillerato tiene casi las mismas oportunidades de encontrar trabajo que uno que sólo haya hecho la ESO.
La Formación Profesional es un camino totalmente abandonado. Uno de los dramas de nuestra Formación Profesional es que era el recorrido de los que no eran listos, cuando en países con una gran industria son el eje central de su productividad. Tenemos que recuperarlo, es de sentido común, pero nadie hace nada.
¿Qué se puede hacer para mejorar la Formación Profesional?
Es un tema de financiación, de adecuación al mercado de trabajo, de cualificación de los profesores y de una mayor permeabilidad entre los sistemas de cualificación profesional y el mercado de trabajo. Otro elemento que señalaría es que la P de profesional, debería pasar a ser de permanente. Va a ser necesario estar formado hasta la jubilación y la formación para el empleo que tenemos ahora es muy deficiente.
España, por políticas más o menos acertadas, ha ido perdiendo puestos en energías renovables. ¿Es posible tener un mix energético que prime las energías renovables y que ofrezca al mismo tiempo una electricidad barata para los hogares y las empresas?
Es posible, pero hay que hacerlo bien. La curva de aprendizaje de las energías renovables es muy pronunciada. En los últimos años el coste por kilovatio/hora de la energía solar se ha reducido en un 75/80%. Esto significa que las instalaciones de hace cinco años se han quedado obsoletas. Tenemos que ver cómo navegamos esta curva de aprendizaje.
Por otra parte, el sistema se diseñó pensando en una estructura de costes que luego no ha sido tal y que generó unas rentabilidades que no debería de haber dado. Además, se tomaron malas decisiones justo antes de la puesta en marcha de las renovables y que son las centrales de ciclo combinado, que son muy caras y que ponerlas en marcha supuso una inversión enorme. Ahora están infrautilizadas.
Debemos hacer un mix energético que prime las renovables, es imprescindible, pero es muy difícil hacerlo pensando en tomar decisiones de inversión tan fuertes como las que se han tomado. ¿Cómo se resuelve esta ecuación? Mi punto de vista es que hay que diversificar la producción. Hay que hacer todo lo posible para que la producción de la energía sea realmente distribuida.
En primer lugar, porque una red de energía distribuida es mucho más flexible a la hora de adaptarse a una curva de aprendizaje. Si tú haces una central fotovoltaica en el centro de La Mancha que ocupa media España y que en cinco años se te ha quedado obsoleta, estás en la ruina. Pero si lo que haces es distribuir la producción a lo largo de una red inteligente, eso permite más flexibilidad. Este es un cambio de paradigma enorme que mucha gente que está dentro del sector de la energía no lo ve porque es un sector económico que genera mucha rentabilidad.
¿“Muchas pequeñas inversiones” significa que las familias pongan paneles solares en sus casas?
Se puede hacer, pero no necesariamente. Lo que propongo es crear una red de pequeñas centrales de pequeña y mediana potencia que tengan la flexibilidad de acompañar a la curva de aprendizaje. Siempre con un backstop que permita que haya seguridad energética. El problema no es que no existan las condiciones para que España apueste por las renovables, sino que cargamos con el lastre de una mala planificación energética del pasado.
La sociedad ve hoy a las energías renovables como una solución contra los problemas medioambientales, pero, ¿puede ser también una oportunidad para España?
Sí, claramente puede ser uno de los motores económicos. Por muchos motivos. En primer lugar, por nuestra dependencia energética. El potencial del crecimiento de las energías renovables para acabar con nuestra dependencia energética es brutal.
En segundo, tenemos el know how para poderlo hacer, lo que no tenemos en un marco institucional adecuado. Y en tercer lugar, por el propio coste de la inacción. Según la Comisión Europea, España será uno de los países más afectados por el cambio climático y esto tenemos que tenerlo en cuenta.
Una vez más, volvemos a hablar de planificación para el futuro. Sin embargo, el debate político no va más allá de qué pasará en las próximas semanas. ¿Ve en los políticos voluntad para reflexionar sobre el futuro del país?
Hay una buena señal y es que el futuro de los próximos cuatro años, o meses, no sabemos, se está jugando entre cinco personas que son de mi generación. El Rey, que es el mayor de todos con 48 años, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Alberto Garzón, que es el más joven de todos, con 30 años. En el debate de estas cinco personas está el futuro del país. Son gente de esta generación. El señor de la generación mayor [por Mariano Rajoy] ya no está, está a otra cosa, no sabemos a qué. Si ponen a alguien de esta generación, a lo mejor entra en el debate.
Yo creo que hay los mimbres suficientes como para que los políticos que son de esta generación sean lo suficientemente generosos con el futuro como para poder afrontar estos retos y aprobar las reformas que se necesitan. Pero para eso es necesario dejar de pensar en si va a haber elecciones en cuatro meses. Lo importante son los próximos 20 años.
Explicar el modelo energético en 140 caracteres es imposible; decir que el traje de los Reyes Magos es una vergüenza, sí cabe
En los programas de los partidos políticos, estos elementos sí están, no estoy descubriendo nada. El programa de Ciudadanos lo tiene, con algunos matices, pero lo tiene, y pasa lo mismo con los de Podemos o el PSOE. Estos elementos están para articular un gran acuerdo que permitiera llevar los ejes de la política en esa dirección.
¿Pero los votantes están exigiendo a los partidos que piensen en el futuro a largo plazo?
No. Esto lo cuenta muy bien Manuel Castells en Comunicación y poder: vivimos en un ciclo en el que el círculo de lo mediático inmediato y de la banalización del debate político hace muy difícil que los ciudadanos estén pensando en esto. No hay un gran debate entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, por ejemplo, sobre el modelo energético, o sobre qué inversiones necesitamos. Lo que están pensando es en si tú apoyaste a Syriza, tú tienes lo de Valencia,…
Vivimos en un mundo de la inmediatez, pero tenemos que reservar un espacio de nuestra vida pública para pensar en el medio y en el largo plazo. No es que tengamos que ser todo el día como Sócrates, pero sí que pensemos un poco en el futuro. No dediquemos todo nuestro esfuerzo de demanda a los políticos en temas como si los Reyes Magos van vestidos de una manera o de otra, que es absolutamente ridículo. Pensemos también en el modelo de fondo. En esas cuestiones, es relativamente fácil que estos partidos lleguen a acuerdos para dar continuidad en las políticas, que es una cosa muy importante.
¿Quién tiene que ser el encargado de articular ese espacio de reflexión? ¿Los ciudadanos, los políticos, los medios de comunicación,...?
Yo creo que hay determinados medios que sí están jugando ese papel de fomentar una reflexión más pausada de la realidad. Hay un elemento que me llama mucho la atención y es la desintermediación entre el poder político y los ciudadanos. Hace 20 años había estructuras intermedias: sociedad civil, movimientos sociales, think tanks, etc., que articulaban las relaciones de la ciudadanía con la política. Todo eso la crisis lo ha barrido, ahora hay una relación directa a través de las redes sociales.
Esto tiene un problema, que es la inmediatez: tú te comunicas con tus lectores o tus votantes en 140 caracteres. Escribir en un blog ya parece un esfuerzo terrible. Eso está modificando nuestra forma de entender el debate político. Explicar el modelo energético en 140 caracteres es imposible; decir que el traje de los Reyes Magos es una vergüenza, sí cabe. Esto genera mucho ruido y empobrece el debate. Por eso no debemos olvidar el papel importante que tenían la sociedad organizada, los centros de debate, las universidades,...
Una de las cosas que más me ha llamado la atención de todo este movimiento es el retorno del académico a la vida pública y esto es muy importante. Agenda Pública, Politikon, Piedras de Papel, Nada es Gratis, Economistas frente a la Crisis, son espacios que permiten que se vaya formando cierta opinión. Yo creo que eso hay que preservarlo y ampliarlo, porque si desaparecen, vamos a empobrecer mucho el debate.