El futuro de Abengoa lucha contra el calendario y contra las pocas ganas de ceder que tienen sus acreedores. Para tratar de calmar los ánimos (y acercar posturas), la compañía ha cambiado de cromos en la presidencia. José Domínguez Abascal, que sólo llevaba medio año en el cargo, dejó el martes el puesto en manos de Antonio Fornieles, un nombre procedente del mundo de la auditoría y ex de KPMG, la misma firma que intermedia entre banca y empresa.
Él es quien tiene que acercar posiciones que, en las últimas semanas, han quedado completamente encalladas, según fuentes implicadas en las mismas. Y el tiempo juega en contra. Empresa y acreedores sólo tienen tres semanas para llegar a un acuerdo. Si el 28 de marzo no hay pacto, Abengoa se verá abocada al concurso de acreedores y, previsiblemente a la liquidación. “Nadie quiere llegar a ese punto, pero tampoco quiere ceder”, aseguran.
Ahora mismo, el problema tiene una cifra: 1.000 millones de euros. La compañía necesita liquidez para seguir funcionando. De forma más inmediata, requiere cerca de 165 millones de euros para poder pagar las nóminas de sus más de 23.000 empleados. Les adeuda el sueldo de febrero, mientras su consejo de administración se ha elevado su retribución anual.
Nadie quiere jugarse su dinero
Esos 1.000 millones pueden ponerlos sobre la mesa los bonistas, las firmas de inversión como AIG, Invesco o BlackRock (para la que trabaja el ex consejero delegado de Abengoa), entre otras, que suman cerca de 4.000 de los 9.000 millones de deuda financiera de Abengoa. Están dispuestos a ‘prestar’ casi todo el dinero que necesita la empresa sevillana para seguir funcionando este año y el próximo. Pero no quieren hacerlo, ni mucho menos, gratis. Quieren contraprestaciones que los bancos no quieren aceptar porque les supondría ceder las suyas.
Al principio, para prestar dinero a Abengoa, los bonistas pedían a cambio un tipo de interés del 25%. Algo inaceptable para la banca. Después, han cambiado de exigencia: quieren una parte de Atlantica Yield: la filial cotizada en Estados Unidos, la que más futuro tiene y a la que Abengoa ha ido traspasando activos en los últimos meses, en un intento de salvarlos de la quema.
Los bancos ya tienen el 25% de esa filial estadounidense porque la propia Abengoa se lo dio en prenda a cambio de dos préstamos (por valor total de 230 millones de euros). Dos préstamos que llegaron a finales del año pasado, también sobre la bocina, para garantizar que la empresa andaluza siguiera funcionando. Y no quieren cederlos. Nadie se fía de nadie.
¿De qué bancos se trata? Del denominado G7: las entidades con más exposición a la deuda de Abengoa: cinco entidades españolas (Santander, Sabadell, Bankia, Popular, CaixaBank) y dos foráneas (HSBC y Crédit Agricole). A todos los bancos, la compañía andaluza adeuda casi 5.000 millones de euros.
Un relevo para contentar a la banca
En el dinero nadie cede, pero la esperanza es que el cambio en la dirección de la compañía dé un empujón a las negociaciones. No sólo fue un cambio de nombres, también, una declaración de intenciones.
Domínguez Abascal llevaba al frente de la empresa desde septiembre, cuando se marchó Felipe Benjumea, su expresidente, a cambio de una millonaria indemnización. El perfil de Domínguez Abascal era marcadamente político. Antes de incorporarse a Abengoa, en el año 2008, fue secretario general de Universidades, Investigación y Tecnología de la Junta de Andalucía. “Era un hombre de Felipe Benjumea”, aseguran fuentes inmersas en las negociaciones para salvar a la empresa. “Creemos que con Fornieles va a ser más fácil”, reconocen las citadas fuentes.
Y, dado los plazos, un movimiento por pequeño que sea es muy relevante. La deuda financiera de la compañía ronda 9.000 millones, pero asciende a 16.000 si también se tienen en cuenta los avales que ha requerido para presentarse a concursos o los adelantos que ha pedido para pagar a los proveedores. En los últimos meses, esta última cifra se ha reducido desde los 23.000 millones de euros, gracias a las desinversiones.
Eliminar a Benjumea de la ecuación
Pero, sobre todo, para lograr un acuerdo definitivo es clave la eliminación de Felipe Benjumea de cualquier mesa de negociación. El martes, la compañía anunció que resolvía el contrato de prestación de servicios que mantenía con su expresidente hasta finales de 2016. Benjumea había abandonado el grupo pero seguía en espíritu.
“Si se quiere llegar a un acuerdo, seguir adelante, cualquier papel de Benjumea lo bloquearía todo”, reconocen fuentes próximas a las negociaciones. Si los acreedores capitalizan su deuda por acciones, es escenario más factible, y se convierten en accionistas de control, la familia andaluza, el histórico accionista de Abengoa, vería como su participación se reduciría hasta cerca del 3%.
Este miércoles, la bolsa reaccionó en positivo al cambio de fichas en la dirección del grupo. Sus acciones de clase A, las que tienen más derechos de voto y garantizan el poder, se revalorizaron un 14,6%. Quien no confía en el futuro de Abengoa es la agencia de calificación Moody’s. Rebajó su rating a ‘Ca’ con perspectiva negativa. Sólo le queda un escalón por debajo: el rating de impago.