La economía ya ha entrado oficialmente en campaña electoral. Está en boca de unos y otros. Con promesas propias de un zoco. Con fuego cruzado del tipo de ‘y tú más’ o ‘y tú menos’. Con gráficos de dudosa escala e imposibles de ver e interpretar soltados así, a quemarropa. Con mensajes triunfalistas, del estilo ‘España va genial’, y advertencias alarmistas, profetizando que ‘vamos directos el infierno’. Y en medio, los ciudadanos, espectadores de un espectáculo que acabará cuando depositen su voto en la urna el próximo 10 de noviembre.
No es un ‘deporte’ nuevo. Todas ellas son prácticas casi de manual. Todo se exagera en las hiperventiladas batallas electorales. Pero esta vez hay un problema que debería invitar a la reflexión. Y a la mesura. La campaña electoral y los intereses partidistas emergen en un escenario de creciente incertidumbre económica. O mejor dicho, en un entorno en el que se sabe que la economía está perdiendo fuelle, pero en el que se ignora la velocidad y la profundidad del frenazo. En este punto, todo lo que se diga tendrá una capacidad de influencia considerable sobre una palanca clave en la economía: las expectativas de las empresas y los hogares.
Esta semana ha traído sobradas demostraciones de esta amenaza. El martes, en su presentación oficial tras acceder al cargo a finales de septiembre, la nueva directora gerente del Fondo Monetario Interncional (FMI), Kristalina Georgieva, alertó del profundo impacto económico puede causará la guerra comercial en 2020, que alcanzará los 637.000 millones de euros, y del riesgo de que sus consecuencias perduren durante toda una generación. Por ahora, lo que el radar del FMI ya detecta es que “el crecimiento será menor en 2019 en el 90% de la economía mundial”.
Dentro de este grueso porcentaje estará España, que este año crecerá menos que el anterior, aunque todavía muy por encima de la Eurozona. En torno a un 2%, aunque Funcas, el miércoles, rebajó su previsión de crecimiento del 2,2% al 1,9% para este año y del 1,5% al 1% para 2020. Este recorte se produce dos semanas después de que el Banco de España (BdE) redujera del 2,4% al 2% su pronóstico de crecimiento para 2019.
El propio Gobierno en funciones, que en julio se las prometía felices y daba por hecho que podría elevar su pronóstico del 2,2% para este año, ha ‘congelado’ esta posibilidad tras la constatación en las últimas semanas y las últimas estadísticas que la ralentización está siendo más evidente.
MATERIA PRIMA PARA TODOS LOS GUSTOS
Era lo previsto, por otra parte. La economía española venía mostrando una importante capacidad de aguante, con un crecimiento claramente superior al de sus socios de la Eurozona, pero lo normal es que terminara notando el frenazo de países como Alemania o Italia, que vienen rondando ya la recesión. Y ya lo está notando.
Entre abril y junio, España creció un 0,4% con respecto al primer trimestre de 2019, el ritmo intertrimestral más bajo desde 2016. Esto es, un dato que lo mismo invita a la tranquilidad, porque manifiesta todavía un importante crecimiento y muy superior al de la Eurozona, que el mismo periodo apenas se expandió un 0,2%, que al pesimismo, porque apunta hacia una desaceleración cada vez más clara. O lo que es lo mismo, una estadística que ofrece materia prima para ser usada con fines partidistas.
"El bloqueo político interno, el Gobierno en funciones, los presupuestos prorrogados... todo ello sí está influyendo en las expectativas de los agentes económicos y eso sí está en nuestra mano corregirlo"
No es el único caso. Ocurre lo mismo con el empleo. España lo sigue generando, pero a menor ritmo. También entre abril y junio, y según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), el número de ocupados creció en 333.800, el menor ritmo para ese trimestre desde 2016. Y el número de parados se redujo en 123.600 personas, el dato más bajo desde 2012.
MAREJADA EXTERIOR... E INTERIOR
Como trasfondo del debilitamiento de la actividad, la marejada exterior. La disputa comercial, por un lado, y la amenaza de un Brexit caótico, por otro, están provocando un frenazo creciente.
El motivo es evidente: las empresas, ante una contención de la actividad comercial y ante un escenario lleno de incertidumbres, paran sus proyectos e inversiones. Y conforme lo hacen, la rueda de la desaceleración se pone en marcha y esa menor actividad se filtra al empleo, los sueldos y el consumo. En España, el descenso de este ultimo factor, el consumo privado, resulta evidente en las últimas estadísticas. "El deterioro del entorno exterior y las incertidumbres procedentes del resto del mundo -y, posiblemente también, otras de carácter interno- estarían ejerciendo un efecto moderador del nivel de gasto de empresas y familias. Este contexto de mayor incertidumbre seguiría pesando sobre las decisiones de gasto de los agentes, particularmente en el corto plazo, lo que se traduciría en unos ritmos de avance de la actividad más moderados que los registrados en los últimos años", advertía ya el BdE en septiembre.
Como expone el organismo supervisor, que las principales causas del frenazo vengan de fuera no impide que también existan motivos internos. Y entre ellos sobresale ya la 'cuestión política'. "Detrás de la acusada desaceleración que manifiesta la economía española existen razones ineludibles, como la guerra comercial o la situación económica alemana, pero también psicológicos, más vinculados con la confianza y las expectativas", expresa Raymond Torres, director de conyuntura y análisis internacional de Funcas. Y añade: "El bloqueo político interno, el Gobierno en funciones, los presupuestos prorrogados... todo ello sí está influyendo en las expectativas de los agentes económicos y eso sí está en nuestra mano corregirlo".
Con el agravante de que llueve sobre mojado, puesto que España acumula casi cuatro años de interinidad política, un tiempo en el que, con los vientos soplando a favor de la economía para mantener la inercia expansiva iniciada a finales de 2013, las reformas han quedado aparcadas. Y España se presenta a finales de 2019, y con otra crisis acechando, con un paro del 14%, un déficit público superior al 2%, una deuda pública equivalente al 98,9% del Producto Interior Bruto (PIB), una deuda externa aún próxima al 80% del PIB y una productividad estancada. Todas ellas, referencias que o bien muestran vulnerabilidades que la economía no ha logrado corregir o quitarse de encima estos años o corsés que ahora impiden aplicar estímulos fiscales más potentes contra la desaceleración.
"En el ámbito interno, la prolongación de la situación de indefinición política y de ausencia de actividad legislativa está retrasando la adopción de las medidas necesarias para atajar las vulnerabilidades que todavía subsisten en la economía española y aumentar su capacidad de crecimiento", expuso asimismo el BdE cuando rebajó las previsiones de crecimiento.
EL LARGO PLAZO
La incertidumbre, por tanto, es máxima. Y la campaña electoral, con las promesas y las acusaciones cruzadas, difícilmente servirá para reposar el debate y aportar las soluciones que exigen los agentes económicos. La sensación de hartazgo es tal, que la Unión Sindical Obrera (USO) advirtió este viernes de que España se encuentra "a las puertas de una nueva recesión" mientras sus dirigentes "organizan una nueva ruta turística por España, de fotos y apretones de manos, en lugar de estar legislando en el Congreso".
"Existe una demanda social que pide soluciones sustantivas para los problemas existentes. Lo deseable en la campaña, en los debates, es que al menos se vea que a los partidos les preocupa lo mismo", expone Raymond Torres. Y manifiesta un deseo: "Sería bueno que se presentaran propuestas para un proyecto de país para cuatro años y más allá, porque necesitamos estar preparados para la revolución tecnológica, un nuevo modelo energético... Para todo ello, contar con un Gobierno estable y un programa de reformas generaría confianza y mejoraría las expectativas y la posición de España". Eso se sabrá a partir del 10 de noviembre. Hasta entonces toca 'aguantar' la campaña. Y todo lo que en ella se vocifere sobre la economía.