El año 2017 va a estar marcado por el cambio de rumbo que la nueva administración republicana imprimirá a las políticas económicas que hasta ahora han marcado la pauta en los Estados Unidos y, por ende, en los principales mercados mundiales. Sin embargo, resulta difícil aventurar cuál será la nueva dirección que tomará la Casa Blanca a partir del 20 de enero, ya que los perfiles del equipo económico del presidente electo, Donald Trump, no parecen lanzar un mensaje homogéneo y coherente sobre cuál será el camino.
Más allá de coincidencias formales, como su procedencia del sector empresarial y financiero o sus abultadas cuentas corrientes, las manifestaciones y opiniones de estos elegidos no describen una fórmula común con la que mejorar la situación de un país que mueve 18 billones de dólares anuales. Incluso, en algunos puntos, chocan con las promesas lanzadas durante la campaña por el entonces candidato conservador.
El grupo de hombres -de momento no resalta en este campo ningún rostro femenino- que asesorará al magnate en materia económica durante los próximos cuatro años no son el reflejo del votante medio de clase trabajadora que aupó a Trump el pasado 8-N, pero tampoco representa una receta única a los desafíos señalados constantemente por el aspirante en sus mítines y entrevistas, sobre todo en lo que a libre comercio y regulaciones se refiere.
De hecho, en esta amalgama de consejeros y secretarios gubernamentales conviven posturas antagónicas que van desde las proclives a establecer aranceles a las importaciones para impulsar la producción nacional, a otras favorables al libre flujo de capitales.
Los nombres
En el primer grupo podríamos situar a Wilbur Ross, el hombre elegido para la Secretaría de Comercio, un millonario que hizo fortuna como presidente y estratega jefe de W.L. Ross & Co., firma de capital privado, mediante las reestructuraciones corporativas de empresas en dificultades. Respalda el mensaje de Trump -con el que trabajó en los 90- de revivir las empresas nacionales de EEUU y combatir la competencia china, criticando además el tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA).
En el lado opuesto encontramos a Larry Kudlow, próximo presidente del Consejo de Asesores Económicos y conocido por su apoyo a las políticas de reducción de impuestos de la era Reagan y la creencia de que los mercados, cuanto más libres, mejor. "O se cree en los mercados, o se cree en el gobierno", es una de sus frases.
Se convirtió en asesor fiscal de la campaña de Trump el año pasado, aunque en ocasiones ha criticado algunas opiniones del republicano, sobre todo en lo referido al establecimiento de aranceles o tasas a los productos importados, a fin de lograr el regreso de las industrias deslocalizadas.
A su juicio, manteniendo las desgravaciones fiscales para las grandes y pequeñas empresas, "estas compañías no se irán”, algo en lo que incluso el número dos de Trump, Mike Pence, le dio la razón en público. Kudlow tiene además un perfil mediático, ya que trabajó como funcionario del presupuesto en la administración de Reagan, sirvió como economista principal en Bear Stearns, y es comentarista económico en radio y CNBC.
En la misma línea encontramos a Gary Cohn, próximo director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, presidente saliente de Goldman Sachs. Sus puntos de vista coinciden habitualmente con los postulados tradicionales sobre el libre mercado, defendiendo equilibrar las regulaciones y alentar el flujo de capitales. Trump, aunque atacó durante la campaña a su compañía, lo ha situado al frente de una agencia encargada de la puesta en marcha de sus objetivos económicos y financieros.
Con esta estructura, en la que dentro del equipo conviven sensibilidades opuestas, parece que el magnate se ha reservado el rol de árbitro, asegurándose de que ninguno de sus segundos llegue a consolidarse lo suficiente como voz autorizada exclusiva en materia económica.
Equipo de rivales
El economista y analista Zachary Karabell explica en la revista Politico que “el resultado parece ser un ‘equipo de rivales’ económico, una mezcolanza de ayudantes con filosofías y antecedentes muy diferentes, con aparentemente poco en común aparte de su deseo compartido de servir en su administración (...). Frente a voces irreconciliables compitiendo, dependerá de Trump mediar, deliberando activamente entre sus asesores o esperando hasta que alguno emerja. Es ciertamente una receta para una Casa Blanca de conflicto”.
The Wall Street Journal recoge el mismo diagnóstico, separando en dos grupos a los asesores del futuro presidente. Por un lado, el que considera que los aranceles a los socios comerciales y los impuestos sobre las compañías que se llevan al exterior los puestos de trabajo “son herramientas fundamentales para revertir una caída de 15 años en los ingresos de los estadounidenses de clase media”, frente al otro, más cercano al pensamiento tradicional de los republicanos, reacios a las subidas de impuestos y a las regulaciones.
Pero éstas no son las únicas contradicciones en el seno del equipo económico de Trump, donde las diferencias no sólo aparecen entre sus distintos miembros, sino que ponen en cuestión las promesas del propio presidente.
No hay que olvidar que el millonario basó su campaña en cortejar a las clases trabajadoras con compromisos de creación de nuevos empleos y mejoras de las condiciones laborales y de sus finanzas en general. Pero estos anuncios pueden entrar en conflicto con estrategias como el establecimiento de aranceles, que puede acabar repercutiendo en el precio de los bienes que llegan al comprador medio estadounidense de Walmart, por ejemplo, al igual que las bajadas de impuestos pueden derivar en recortes de las prestaciones de los votantes desempleados que confiaron en Trump, tal y como sugiere Zachary Karabell.
Steven Mnuchin, el hombre elegido para la Secretaría del Tesoro, es otro de los casos paradigmáticos. Procedente también de Goldman Sachs, durante una entrevista en la CNBC el día de su nombramiento anunció que sus prioridades serían la reforma tributaria y revertir la Ley Dodd-Frank -una regulación de los mercados dirigida a la protección de los consumidores y a evitar otra nueva recesión, que llevó a cabo la administración Obama en 2009-, un asunto éste último alejado aparentemente de los intereses del electorado ‘trumpista’.
Menos impuestos
El futuro responsable de la Hacienda norteamericana, que también preconiza la desregulación, será uno de los encargados de implementar la 'milagrosa' rebaja de impuestos prometida por Trump, que reducirá en teoría tasas a empresas y clase media sin incrementar el déficit. La clave, según expuso en la citada entrevista con la CNBC, está en que los tributos que se recorten a las clases altas o a grandes empresas se compensarán limitando las deducciones existentes hasta ahora y que, por cierto, Trump se vanagloriaba de utilizar durante los debates electorales. "Habrá un gran recorte de impuestos para la clase media, pero cualquier recorte que tengamos para la clase alta será compensado por menos deducciones", argumentó, sin especificar todavía la letra pequeña.
El programa de los republicanos sostenía que esta reducción tributaria se traducirá en el retorno de millones de dólares del extranjero, lo que supondrá un crecimiento del 3% a 4% al año, evitando a la vez un aumento del déficit público, gracias a la propia actividad económica que se generará.
Por supuesto, habrá que esperar a que eche a andar el mandato para comprobar si la fórmula es efectiva, porque de momento algunos analistas la cuestionan. Varios de ellos pertenecientes a la Tax Fundation -entre otras entidades citadas por el New York Times-, después de estudiar la propuesta que Trump hizo durante la campaña, concluyeron que los grandes beneficiados serán las rentas más altas. Mientras las clases medias verán aumentar sus ingresos un 0,8% después de impuestos, el 1% de los contribuyentes tendrán una ganancia del 10 al 16%.
Guerra a China
Otro punto de fricción, uno de los que auguran más enfrentamientos internos, es el referido al comercio exterior. Uno de los últimos nombramientos de Trump ha sido el de Peter Navarro, escogido para un órgano de nueva creación, el Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca. La elección de este profesor de Economía de la Universidad de California ya ha despertado suspicacias en la prensa China, ya que este nuevo consejero es un enemigo declarado -desde el punto de vista económico- del gigante asiático, por la competencia desleal que a su juicio ejerce contra los Estados Unidos.
En este campo, es autor de varios libros críticos con las prácticas comerciales de Pekín como The Coming China Wars, de 2008, o Tigre agazapado: qué significa el militarismo de China para el mundo, de 2015. En ellos demanda una legislación comercial que "aclare un conjunto de reglas inviolables y sanciones” para evitar que otros países imiten las prácticas chinas.
En este punto encontramos una muestra de la disparidad de opiniones que convivirán en la Casa Blanca desde 2017. El futuro presidente del Consejo de Asesores Económicos, el mencionado Kudlow, censuró en Twitter antes de las elecciones a Peter Navarro, al que calificó de “amigo que está equivocado", por una discrepancia sobre la interpretación sobre el significado de el déficit comercial. En opinión de Kudlow, éstos sólo reflejan entradas de capital y no las pérdidas de ganancias económicas.
Frente a esta discrepancia, Navarro sí que coincide en varios puntos con el ya citado Wilbur Ross, secretario de Comercio, con quien publicó un informe en septiembre que resumía el plan económico de Trump en cuatro ejes: rebaja de impuestos, reducción de la regulaciones, bajada de los costes de la energía, y la eliminación del déficit comercial crónico de EEUU. En el documento se abordaba además la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), señalando que abrió los mercados norteamericanos a una avalancha de importaciones chinas subvencionadas, creando déficits comerciales masivos y crónicos y acelerando la deslocalización de las fábricas. Sin embargo, a la hora de plantear alternativas, este análisis, según reseña Politico, era un pastiche de diferentes filosofías económicas con postulados conservadores y de izquierda a la vez.
Sanidad, motor económico
Mención aparte merece el capítulo sanitario. Aunque puede parecer que la Secretaría de Salud y Servicios Sociales no tiene relación con la economía, este departamento representa aproximadamente el 20% de la actividad del país, por lo tanto su regulación afecta a puestos de trabajo, salarios y crecimiento económico.
En esta área, el elegido por Trump ha sido el republicano Tom Price, cirujano de 62 años que lleva desde 2010 oponiéndose a la reforma sanitaria de la administración demócrata con el argumento de que impide a los médicos tomar decisiones médicas. Ahora, deberá compaginar su rechazo frontal con la promesa del presidente electo de sustituir el Obamacare por otro programa a menos costoso para la administración pero que mantenga los principales beneficios.
Si de momento a Trump le ha salido bien esto de lanzar mensajes contradictorios que hasta ahora han sido gratuitos, no parece que su llegada a la Casa Blanca vaya a variar demasiado su estrategia, aunque esto suponga dejar en evidencia la falta de un plan económico claro y definido de antemano, más allá del de echar a pelear a su equipo de asesores millonarios en medio del Despacho Oval.