“Es el episodio más perjudicial para nuestra marca en los 140 años de historia de la empresa”. Hisao Tanaka, entonces presidente y consejero delegado del gigante tecnológico Toshiba, se inclinaba durante varios segundos frente a la prensa, como forma de pedir disculpas tras años de manipulación de las cuentas de la compañía.
Un año y algunos meses después, el hoy presidente, Satoshi Tsunukawa, ha vuelto a protagonizar una escenificación similar. Y lo ha hecho después de que la empresa haya incrementado de manera significativa el deterioro de su unidad de negocio de energía nuclear tras una fallida compra en 2015. En tres días, la empresa se ha dejado algo más de un 40% de su valor (6.300 millones de euros).
El recorte nuclear
El origen de este duro golpe hay que encontrarlo en el año 2006. La compañía nipona hacía una apuesta por el segmento nuclear. Adquiría por 4.500 millones de euros (5.400 millones de dólares) Westinghouse –filial en Estados Unidos del grupo de energía nuclear estatal británico British Nuclear Fuels. Su objetivo: convertirse en una “empresa global en el negocio de la energía nuclear”. Sin embargo, muchos analistas aseguraron que la compañía había pagado demasiado.
WestingHouse sacó la chequera el pasado año para hacerse con la empresa CB&I Stone & Webster, una constructora de plantas de energía nuclear. Costó 229 millones de dólares (220 millones de euros al cambio actual). El principal atractivo eran dos proyectos nucleares para expandir dos centrales nucleares mediante la construcción de nuevos reactores. Pero el tiempo ha desatado una dura crisis: Toshiba esperaba que el coste para completarlos iba a ser muy inferior al real. Y eso ha desembocado en un ajuste importante del valor de esos activos.
¿Por qué es tan importante este ajuste? En la estrategia puesta en marcha en los últimos años, la división nuclear se había convertido para Toshiba en un sustituto a su negocio de electrónica de consumo (ordenadores personales y televisores) con márgenes de beneficio más estrechos. En los últimos años, este pilar, junto con el almacenamiento de datos y el segmento de la salud, se había convertido en mercados principales.
Son muchas las consecuencias que tiene este nuevo varapalo a la tecnológica. En bolsa, la empresa se ha dejado un 40% en las últimas tres sesiones de cotización. Más de 6.300 millones de euros de recorte en esta semana. Hoy la compañía tiene una capitalización de apenas 8.900 millones, un 10% menos de toda la deuda que tenía a finales de septiembre (10.300 millones).
La otra consecuencia tiene que ver con su negocio. Habrá muchos más ajustes de los que ya se anunciaron hace unos meses con el escándalo de la contabilidad. El pasado mes de marzo anunciaron un total de 14.000 salidas.
El escándalo contable, unos meses atrás
El inicio de este importante declive hay que encontrarlo en un durísimo informe que se hizo público durante el mes de julio y que fue elaborado por un panel independiente designado por la propia empresa. La conclusión: había inflado las cifras de beneficios en 1.220 millones de dólares desde el año 2008 (el triple de lo estimado por la empresa en un primer momento).
La compañía reconoció que infló las cifras desde ese año, coincidiendo con el estallido de la crisis económica. Las dificultades propias de la recesión, junto con las dudas generadas por el desastre de Fukushima hacia el negocio nuclear (uno de sus principales), llevaron a la alta dirección a exigir cifras que, a la postre, eran inalcanzables. "Dentro de Toshiba, había una cultura corporativa en la que uno no podía contrariar los deseos de los superiores", explicaban en ese informe. Y la consecuencia: una brutal caída en bolsa, pero sobre todo, muchos ajustes económicos.
Por un lado, la empresa multiplicó por casi 14 veces sus pérdidas hasta rondar los 4.000 millones de euros. Por otro, anunció un paquete de despidos que llegó a alcanzar los 14.000 empleos. Unos meses después, la Agencia de Servicios Financieros (FSA) de Japón le impuso una multa de 55 millones de euros (7.730 millones de yenes) a la empresa. Se convirtió en la sanción más importante impuesta por el regulador del país asiático.
Un futuro muy incierto
Tras el episodio iniciado esta semana, que se suma al escándalo contable, lo que ahora queda por delante para el gigante nipón no es un camino sencillo. Es más, se va a convertir en un auténtico infierno. No sólo por el ajuste contable y la desconfianza que ha resurgido en el mercado hacia la compañía, sino por el futuro financiero de la empresa. Necesita un balón de oxígeno con el que seguir adelante. Su CEO, Satoshi Tsunakawa, aseguró: “Necesitaremos aumentar nuestro capital”.
En este sentido, la compañía se plantea la posibilidad no sólo un intercambio de deuda por acciones a los bancos, sino también la venta de más activos, préstamos sindicados importantes y otras medidas para insuflar oxígeno de manera urgente.
El ajuste contable de su unidad nuclear se completará a mediados de febrero. Será ahí cuando cifrarán de manera concreta las cifras a sus principales bancos y buscarán su apoyo. Tendrá que hacer frente a muchas más pérdidas y a un reposicionamiento de su negocio, con posibles reducciones de plantilla.
Pero no serán las únicas medidas. La compañía se plantea su futuro en el sector nuclear y la venta o colocación en bolsa de algunas de sus unidades, como por ejemplo la de chips de memoria de ordenadores, según explicó el máximo directivo. No sería la primera venta que lleva a cabo: a principios de este año vendió la importante unidad de equipamiento médico a su competidor Canon por 5.900 millones de dólares.