Emilio Saracho fue traído por el consejo de administración como salvador del Banco Popular a comienzos de 2017. Su misión era venderlo en las mejores condiciones y rescatar lo que se podía del incendio que Ángel Ron había organizado. Pero el gestor estrella ha terminado estrellado: liquidando la entidad y provocando la pérdida total de su inversión de las personas que más confianza depositaron en el banco, sus accionistas y los bonistas.
Lo que debía ser "una gestión de diez" ha terminado en auténtico desastre. Saracho, que según los head hunters (Spencer Stuart) que lo seleccionaron para el cargo reunía las mejores credenciales, no podía fallar en ninguno de los pasos que tenía que dar y al final logró que todos los factores se le volvieran en contra. Cuando el elemento esencial de una actividad es la confianza del público, es fácil que esto puede ocurrir.
La delicada gestión de la confianza
Algo parecido le ocurrió al primer ministro griego Andreas Papandreu al comienzo de la crisis del euro. Papandreu, criado en el mundo anglosajón, estaba atónito por la gran corrupción que descubrió al llegar a su país. Esto incluía, por ejemplo, la adulteración de las cifras de déficit que se enviaban a Bruselas.
Pero a Papandreu lo que más le escandalizaba era la pequeña corrupción, las enfermeras que robaban los apósitos de los hospitales públicos o los funcionarios que abusaban del teléfono del Ministerio, como nos contó en una conversación en marzo de 2012. Un periodista del Bild lo escuchó y a partir de entonces la prensa popular alemana no dejó de señalar a Grecia como un país corrupto de arriba a abajo.
La ausencia de información fiable
Es muy fácil en la sociedad mediática pasar de la crítica razonada al escándalo. Y los clichés son difíciles de borrar. Saracho intuyó, desde el primer momento, que cargar las tintas en la pésima gestión de Ron era una estrategia contraproducente. Sin embargo, el mercado merecía información responsable sobre la auténtica situación del banco y no llegó. Durante meses, la entidad fue incapaz de transmitir otra cosa que no fuera su incapacidad de asegurar nada.
El nuevo gestor tenía la misión de convencer a un núcleo del accionariado que insistía en que la entidad podía continuar de forma independiente. La caída del valor de la acción era un camino para ello al tiempo que se buscaba una venta por absorción. Pero en la vorágine de medias verdades y especulaciones, algunas de ellas alimentadas desde lo más alto, la acción del Popular se fue quedando en la nada misma hasta que el banco ha entrado en liquidación.
...pero Monte dei Paschi sigue ahí
Al final, el nuevo Mecanismo Único de Resolución europeo ha actuado y ha declarado inviable al Popular como entidad independiente. España, pionera a la hora de crear la Unión Bancaria, es la primera en probar su propio chocolate. De la quema, sólo se han salvado los depositantes que superaran los 100.000 euros, que eran las siguientes víctimas, y los clientes de la entidad.
Hay algo que llama poderosamente la atención: en octubre pasado había dos puntos negros en la banca europea, el Popular en España y Monte di Paschi en Italia. El Popular ha caído, pero, contra todo pronóstico, la entidad italiana sigue allí, pese a que pertenece al euro y al ordenamiento bancario europeo igual que España. Cabe pensar que la actitud del gobierno correspondiente ha sido un factor diferencial o que existe una excepción bancaria italiana que va más allá de que el presidente del BCE sea un ciudadano de esa nacionalidad.
Muy probablemente Saracho y el consejo de administración del Popular tendrán que rendir cuentas de su gestión ante los tribunales. Es improbable que los accionistas y bonistas que lo han perdido todo se queden tranquilos ante los casi 10.000 millones de pérdidas. Lo que no está en duda es que Saracho no cumplió con lo que se le pedía: en vez de salvador o vendedor de la entidad acabó convertido en el liquidador de la misma.