Durante las últimas semanas se ha escrito mucho sobre la neutralidad de la red. En distintos copetines navideños he discutido al respecto con los primeros directivos de algunas de las grandes operadoras y con mis propios compañeros sobre la cuestión, a veces de forma encendida. La polémica surge y se propaga porque la neutralidad de la red es como la Democracia. Es importante, pero no todo el mundo comparte la misma definición.

Aunque la cita no es suya, Winston Churchill la popularizó: "La democracia es el peor sistema, con excepción de todos los demás". Con la neutralidad de la red sucede algo similar. Es un constructo que ha roto la barrera de lo tecnológico y entra de lleno en la de lo ideológico. En su definición estricta, plantea que todos los bits que se intercambian en Internet tienen que ser tratados de la misma manera por todos los actores que participan de un sistema extraordinariamente complejo. ¿El problema? No todos los bits son iguales, no todas las redes de telecomunicaciones son iguales y no todas las arquitecturas de sistemas son iguales.

La situación me recuerda, a menudo, a la aspiración de considerar iguales a todos los seres humanos cuando, casi por definición, todos los seres humanos son distintos. Esa tensión viene incorporada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde no dice que todos los hombres sean iguales. Dice que "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros". Libres e iguales en dignidad y derechos, no iguales a secas. Lo primero es una noble aspiración, lo segundo es mentira.

En nuestra Constitución también se marcan las distancias. No somos "iguales", somos "iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".

Best effort

Una de las grandes mentiras de la neutralidad de la red es que ésta haya existido alguna vez en su forma más pura, del mismo modo que no puedes hablar de "la Democracia más pura". Hay situaciones mejores y peores, regulaciones mejores y peores, agentes del mercado mejores y peores. Pero son ideales platónicos y sólo conseguimos alcanzarlos en cierta medida. Es una aspiración best-effort, como los servicios de voz en Whatsapp.

La cercanía a los operadores tiende a hacerte ver la neutralidad de la red con otros ojos. Recuerdo cómo hace años un exdirectivo de una operadora me confesaba abiertamente hasta qué punto jugaban con la calidad del tráfico que recibían sus clientes en un momento en el que sus redes estaban tiernas y no podían soportar ciertos incrementos.

Durante años, debatí con otro operador sobre el freno sistemático que imponían al tráfico PSP. Y esas conversaciones las he mantenido con otros. "¿Por qué frenáis el tethering?" ha sido una pregunta constante que le he hecho a ciertas compañías.

Para colmo, la gestión de la red por parte de los operadores tiende a ser puntual y muy oscura. No el fruto de decisiones genéricas o políticas de compañía, sino con decisiones tomadas en las salas de máquinas y, a menudo, improvisadas.

Europe is living a celebration

Mi visión negativa de los cambios regulatorios en Estados Unidos no se basa en una visión dogmática de la neutralidad de la red, sino de una muy pragmática. EEUU es un país en el que existen muchos cuasimonopolios regionales, una competencia muy pobre y en el que los operadores están profundamente imbricados en el mundo de los contenidos. El incentivo para forzar cosas a los clientes es mayúsculo para ellos, y minúscula la posibilidad de que el nuevo amo del cotarro, la Comisión Federal de Comercio, tenga el conocimiento y el interés como para frenar abusos generalizados. 

En cambio, la regulación europea sobre neutralidad de la red me parece espléndida. Muy pocas regulaciones me parecen mejores. En general. Si bien la última palabra la tienen los reguladores nacionales, el documento del regulador de reguladores europeo, el Berec, tiene mucho fundamento.

Si nos atenemos al dogma, la regulación europea va contra la neutralidad porque permite discriminar en ciertos aspectos. Pero leamos su definición de neutralidad de la red: "Todo el tráfico que circula por una red es tratado de forma igual, independientemente del contenido, la aplicación, el servicio, el dispositivo o la dirección del que lo envía o lo recibe".

Y si es así, ¿por qué digo que permiten discriminar?

Porque, por ejemplo, permiten cosas como el llamado zero rating, que en España tiene su máximo exponente en los servicios Vodafone Pass, la mayor apuesta que se ha hecho hasta ahora. Se trata de la práctica de hacer que algunas aplicaciones sean más atractivas para el usuario y no se incorporen en la franquicia habitual de datos. ¿La forma europea de resolverlo? Permitir la opción de hacer 'zero rating' por categorías de servicios, no por aplicaciones individuales. Puedes cobrar 12 euros al mes por vídeo ilimitado fuera de franquicia, pero no puedes cobrar 3 euros al mes por Netflix ilimitado fuera de franquicia ni dejar fuera a Netflix (ni a nadie) de la ecuación. Lo mismo con servicios de música o redes sociales.

Otro de los elementos clave de la normativa europea es la prohibición específica de las ofertas basadas en lo que el regulador de reguladores europeo, el Berec, denomina "sub-internet". Leamos la definición: "es un servicio que restringe el acceso a servicios o aplicaciones (por ejemplo, el uso de voz sobre IP o streaming de vídeo) o que facilita el acceso sólo a una parte predefinida de Internet (por ejemplo, el acceso a determinadas páginas web)".

Una pregunta que me hacen a menudo es si son legítimas las restricciones sobre el tethering. Para el Berec la cosa está bastante clara, "la práctica de restringir el tethering probablemente constituye una restricción de la elección de los terminales, y los proveedores de servicios de Internet no deberían imponer restricciones sobre el uso de los equipos que se conectan a la red además de aquellos que se le imponen".

También están los llamados servicios especializados, en los que los operadores se comprometen a ofrecer garantías de servicio o específicas. Esto se corresponde, por ejemplo, a la televisión por IP, la televisión en alta definición o los juegos en tiempo real. Son aceptables, pero sólo pueden ofrecerse si la optimización es imprescindible y si puede ofrecer esos servicios sin perjudicar las redes convencionales.

Esto no quiere decir que el regulador no entienda que la naturaleza de Internet es cambiante. De hecho, concede a los reguladores nacionales la capacidad de decidir qué son servicios especializados y sujetos a optimización, y reconoce la posibilidad de que vayan a ser claves en casos como la cirugía remota o los servicios de comunicaciones máquina a máquina (como los que necesitaría el coche autónomo en masa).

Esto es importante. Los operadores pueden ofrecer servicios específicos en Europa con calidad garantizada y optimizados más allá de lo que hace el usuario convencional, pero sólo si garantiza que, mientras que lo hace, el resto de los usuarios no salen penalizados.

Conclusiones

Equilibrar la necesidad de una red que tienda a la neutralidad y una evolución tecnológica que no la tiene en cuenta es más difícil que lograr el equilibrio de la Fuerza en Star Wars. Pero no he leído nada que me convenza de que Europa no va en la dirección correcta.

Mi compañero Ignacio del Castillo ha predicho el final de la neutralidad estricta debido al concepto de Network Slicing asociado al estándar 5G. No le falta razón. Pero lo cierto es que la neutralidad "a la europea" concilia ambos conceptos. La definición de servicios especializados prepara al mercado, precisamente, para redes "loncheadas" con distintas calidades de servicio sin menoscabo de los derechos de ningún usuario. Si quieren tener este tipo de redes, los operadores deberán invertir para poder permitírselas sin dejar de atender al Internet normal.

Podéis guardar este texto como una rareza, porque no tantas veces he defendido una regulación supranacional con tanto énfasis. Mientras que en EEUU básicamente han entregado el poder sobre uno de los motores de cambio más importantes en la historia del ser humano a unas operadoras que no tienen por qué estar interesados en su desarrollo y que, más bien al contrario, tienen poderosos incentivos para facilitar el consumo de ciertos contenidos sobre otros y poca competencia que sirva al consumidor de contrapeso, en Europa tenemos normas que garantizan una neutralidad churchilliana. Nuestra neutralidad de la red es la peor posible. Con excepción de todas las demás.

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