Los timbales que anuncian el cambio de tercio comienzan a sonar. Alemania paga por sus bonos a una década por primera vez en los últimos dos años y medio, mientras que a España estos papeles le cuestan ahora más del doble que hace solo un mes. Los inversores desconfían del Banco Central Europeo (BCE) y comienzan a descontar que este año habrá subida de tipos.
Aunque Christine Lagarde ha insistido por activa y por pasiva en que la institución que preside no procederá a este movimiento antes de 2023, la imprevisibilidad de la crisis de la Covid-19 se ha convertido en una puerta abierta a la duda. Y en las últimas semanas esta desconfianza se ha traducido en un paulatino ascenso de las rentabilidades de los bonos soberanos.
Dos son los factores que parecen haber sembrado y esparcido esta desconfianza en los últimos días. De una parte, cada nuevo dato de inflación que ve la luz en la Eurozona y fuera de ella, con subidas que en la mayoría de casos marcan máximos de las últimas tres décadas. Un club al que este mismo miércoles se sumaba formalmente Alemania.
Controlar a los 'halcones'
Por otra parte, un cierto giro en las últimas declaraciones de la misma Lagarde al referirse a esta galopante inflación. Lo que según el grueso de los analistas se habría tratado de una cuestión dialéctica para contentar al ala del banco central más crítica con la continuidad de los estímulos monetarios ha terminado activando las alarmas en multitud de carteras de inversión.
Si bien los tipos positivos que, de momento, ha marcado el ‘bund’ alemán no dejan de ser anecdóticos, la ruptura de una racha ininterrumpida de 990 días con tasas negativas es lo que ha resultado más significativo -que no tanto inesperado- para analistas y gestores de renta fija. El hundimiento sin fondo de la rentabilidad de estos papeles parece haber pasado a la historia.
Un descenso que, conviene recordar, supone movimientos del mismo calibre en sentido opuesto para el precio de los bonos. Una relación que había permitido a muchos inversores ganar con sus carteras de renta fija con una estrategia tan simple como comprar y aguardar el efecto de las ingentes compras de los bancos centrales.
“Llevamos 30 años en los que cualquier inversor en renta fija ha estado ganando dinero solo con esperar; y eso es una situación del todo atípica”, señala Lucía Gutiérrez-Mellado, directora de estrategia de JP Morgan AM para España. No obstante, considera que la reacción más reciente del mercado “está descontando algo más agresivo de lo que finalmente sucederá”.
Inflación sin techo
En este caso, los inversores parecen desconfiar de que realmente la inflación vaya a poder suavizarse conforme avance el año y los cuellos de botella de las cadenas de suministro desaparezcan. Algo que daría margen al BCE para poder ejecutar su hoja de ruta sin mayor presión que la de los miembros más hawkish de su Consejo de Gobierno.
Más que eso, el tirón de los papeles soberanos parece indicar que se descuenta que Lagarde tendrá que claudicar más pronto que tarde y seguir los pasos de algunos de sus ‘colegas’ que ya han procedido o planteado subida de tipos. Sirvan como ejemplo los últimos movimientos adoptados por el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal de EEUU, por citar solo dos casos.
Dos velocidades
Conforme a lo que señalan los analistas de Capital Bolsa, los últimos movimientos de los bonos soberanos europeos comienzan a descontar “un aumento de tasas de 10 puntos básicos” para septiembre de 2022 en la Eurozona. Un calendario que, sin embargo, todavía supondría un desfase de seis meses con lo que están planteando los ‘halcones’ de la Fed.
Si, como en otras crisis, el banco central de EEUU es el que marca el paso a sus homólogos en otras economías desarrolladas, los mercados podrían estar en lo cierto con sus cábalas. No tanto si el relevo que se avecina en las sillas de la Fed a consecuencia de su sistema de puestos rotativos da cabida a más ‘palomas’ que aboguen por una retirada más pausada de estímulos.
En cualquier caso, no hay que olvidar lo que ocurrió al comienzo de la crisis del entonces conocido como ‘virus de Wuhan’. Mientras Lagarde se estrenó al frente del BCE mirando hacia otro lado, desde Washington se desempolvó la artillería pesada con un recorte por sorpresa de tipos hasta mínimos desconocidos.
Ahora, la cuestión más acuciante está en cuándo llegará la cresta final de contagios por Covid-19. Un escenario que parecía comenzarse a vislumbrar antes de la aparición de ómicron y que se fue al traste con la proliferación de contagios provocados por esta variante. Y es que la capacidad de mutación del virus es otro de los factores que los inversores parecen haber considerado en las últimas semanas.
Una factura al alza
Esta es la línea en la que incide el director de inversiones de Axa Investment Managers. Chris Iggo considera que tanto la pandemia como la inflación “podrían estar cerca de sus picos”, lo que podría dilatar el regreso de los bonos soberanos en Europa a “rentabilidades positivas en términos reales” hasta 2023.
Una circunstancia que sería una muy buena noticia para países como España. A pesar de prever récord de recaudación fiscal y contar con el apoyo de los fondos comunitarios Next Generation, el Gobierno ha planteado repetir el abultado nivel de emisión de deuda del año pasado. A un ritmo de nada menos que 205 millones de euros por día.
Si la senda de los tipos ascendentes se mantiene, el departamento de Nadia Calviño muy difícilmente podrá conseguir su objetivo de reducir en un 4,74% la factura destinada a pagar los intereses de bonos y letras del Tesoro Público. Incluso a pesar de la reforzada apuesta de la institución emisora por un mayor recurso a las subastas sindicadas y los títulos de más largo vencimiento.
Hoy por hoy, a falta de más certezas sobre el ritmo que finalmente seguirá el tapering, lo que sí es seguro es que en pocos meses comenzará a sentirse la ausencia de las entidades centrales al otro lado de la ventanilla de inversión. Incluso el BCE tiene establecida la caducidad de su Programa de Compra de Emergencia Pandémica (PEPP) para el próximo marzo.
A correr
Un paso atrás que irremediablemente elevará la factura del coste de la deuda emitida a esta orilla del Atlántico. A la hora de valorar este punto no hay discusión entre inversores y analistas. Y tanto los estados como las empresas lo saben.
Por si acaso la retirada del BCE se termina acelerando para enfriar la galopante inflación, solo en la última semana se emitieron bonos en euros por 88.000 millones. Una cota denominada en la moneda comunitaria nunca antes alcanzada en tan estrecho espacio de tiempo. Las prisas han llegado. La decisión final de Lagarde, todavía se espera.
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