Mi abuelo murió durante la Gripe de 1918. Un militar joven y sano que dejó seis huérfanos, entre ellos mi padre, que contaba apenas 6 años de vida. Quizás por este episodio, o por otra crisis vírica que golpeó duramente a mi familia en los años 80, siempre he sentido una cierta fascinación por las pandemias y por las reacciones de la sociedad ante las mismas.
Las epidemias víricas tienen un pico de intensidad y luego desaparecen, aunque no se haya logrado una vacuna para contenerlas. Dicho pico es incierto, tanto en su magnitud como en su duración, lo que les convierte en un enigma y en una fuente de temores para el conjunto de la población.
Si es difícil calcular el impacto final de las pandemias, sobre todo de las nuevas, mucho más difícil es calcular su impacto económico, incluso una vez han sido aparentemente derrotadas. Según ONU-SIDA, el virus VIH alcanzó un pico en 1997, con tres millones de nuevos casos, y desde su inicio, a principios de los años 80, contagió a casi 100 millones de personas, matando a más de 30 millones.
No conozco estudios sobre el impacto económico del SIDA, ni creo que nadie dijera que tan terrible epidemia afectara al crecimiento de nuestras economías. Seguramente porque su efecto se diluyó a lo largo de muchos años. Tampoco está claro cuál fue el impacto macroeconómico de la Gripe de 1918, pese a que afectó a una cuarta parte de la población mundial y causó unos 50 millones de muertes, más que la espantosa Segunda Guerra Mundial.
Probablemente la coincidencia de dicha epidemia con la Primera Gran Guerra hizo imposible, pese a su intensidad y su corta duración, estimar el coste económico de la misma. A lo largo del siglo XXI ha habido varios episodios pandémicos. El ébola (2014) y la gripe porcina (2009) apenas tuvieron impacto financiero, mientras que el SARS (2003) golpeó a las Bolsas en un 10% y su deterioro duró unos 3 meses, pero no tuvo efectos sobre la economía real.
Ahora nos encontramos con el coronavirus, originado en China a finales de 2019, y que este mes de febrero ha golpeado a los mercados financieros, una vez la epidemia ha saltado a los países desarrollados, y son numerosas las voces que alertan de las consecuencias económicas de esta nueva pandemia.
No está claro cuál fue el impacto macroeconómico de la Gripe de 1918, pese a que causó unos 50 millones de muertes, más que la espantosa Segunda Guerra Mundial.
Hay dos tipos de causas, distintas, por las que esta epidemia puede causar daño económico. Una es la reacción de temor, alarma y pánico del sector privado, que se traduce en una reducción de los viajes, del gasto de los turistas, del consumo por el temor a asistir a lugares concurridos, por no hablar de las cancelaciones de eventos o reuniones de negocios, y el colapso de los mercados financieros. La otra razón son las consecuencias derivadas de las medidas de contención de la enfermedad por parte de las autoridades públicas.
La primera de las causas suele irritar a muchos observadores, que la califican de “irracional”. Probablemente tienen razón, pero la irracionalidad es parte de la realidad económica. La fuerte caída del consumo en el Reino Unido tras la muerte de Lady Diana, sin motivos económicos reales, es un ejemplo de un comportamiento emocional inesperado, que causa daño económico, aunque sea transitorio, por un acontecimiento ajeno a la economía.
Ya Keynes hablaba de los "animal spirits", el estado de ánimo de consumidores e inversores, que puede afectar intensamente a la demanda agregada. Los premios Nobel Akerloff y Shiller escribieron en 2009 un libro sobre el impacto de los factores psicológicos en la economía y los mercados.
El otro motivo, el de las consecuencias de las medidas de contención, difícilmente puede ser calificado de "irracional". Sin duda tienen un efecto económico a corto plazo, pero deben ser consideradas más bien como una "inversión", es decir como una forma de adelantar en el tiempo el pico de la epidemia y minimizar su intensidad.
Las medidas de contención tienen un efecto económico a corto plazo, pero deben ser consideradas más bien como una "inversión"
Se trataría, por tanto, de incurrir en costes a corto para evitar mayores costes a largo, sobre todo si la epidemia se extiende de forma masiva. Es el modelo adoptado por China y que ahora parecen seguir otros países como Japón y Suiza. En el gráfico muestro las tasas de crecimiento diario del número de afectados en China continental y en el resto del mundo.
En China han conseguido controlar la enfermedad y la tasa de crecimiento de los nuevos casos no llega al 0,5% diario. En el resto del mundo, la tasa de crecimiento es del 25% diario. Es verdad que el número de casos es menor, apenas 5.300 frente a los 79.000 de China. Pero, si se mantiene esta tasa de crecimiento, igualaremos el nivel de casos de China durante el mes de marzo. Ello difícilmente ayudará a contener el pánico de la población. Y, probablemente, dejará de considerarse "irracional" que se impongan estrictas medidas de contención.