Es la frase del momento, la que alude al estado en que viviremos tras la gradual salida del confinamiento: la "nueva normalidad". Un concepto que mezcla la añoranza por volver a la vida que teníamos antes de aquel marzo que ahora ya parece lejano y que llegó, como dice Sabina, para robarnos el mes de abril, con la inquietud que genera la necesidad de sobrevivir a la dura crisis económica que se avecina.
Un mundo diferente, en el que esa China que con su falta de higiene y de seguridad alimentaria provocó la pandemia resulta que ha sabido posicionarse mejor como líder dispuesto a contribuir a la recuperación de la misma que unos Estados Unidos obsesionados con su 'America First' -y por tanto, tu país sin importancia, si eso, luego- y que hacen el ridículo con un presidente patético que recomienda beber lejía o que corta la financiación a la Organización Mundial de la Salud precisamente cuando más falta hace.
La "nueva normalidad" es un mundo en el que un barril de petróleo cuesta menos que una suscripción a Netflix, pero en el que un 70% de norteamericanos no estarían dispuestos a invertir ni diez dólares al mes, lo que cuesta esa suscripción de Netflix, para intentar evitar la emergencia climática que ese petróleo produce. En el que alucinamos con los cielos limpios que tenemos tras semanas de confinamiento, pero estamos locos por volver a coger nuestro coche y volver a ensuciarlos, y nos negamos a aceptar cualquier restricción en ese sentido.
La 'nueva normalidad' es un mundo en el que un barril de petróleo cuesta menos que una suscripción a Netflix
La "nueva normalidad" va a ser, aparentemente, tener que hablar con alguien sin verle la mitad de la cara, sin poder captar una parte significativa de su gestualidad o sin preocuparnos de cómo diablos se las arreglan las personas con problemas auditivos, cuando podríamos diseñar mascarillas transparentes y lavables que no tuviésemos que descartar continuamente y en las que únicamente cambiásemos o esterilizásemos unos pequeños filtros.
Puede parecer un detalle anecdótico, pero es una prueba de lo mal que hemos hecho las cosas: meses después de saber que tendríamos que utilizar mascarillas en nuestra vida cotidiana para evitar que la enfermedad se extienda, aún no tenemos siquiera un modelo bien diseñado que no dificulte la comunicación interpersonal.
Y así todo. Mi primer artículo sobre el coronavirus, en el que invitaba a las compañías a plantearse cómo trabajarían en el entonces hipotético caso de unas medidas de confinamiento, lo escribí el 19 de febrero, pero un mes después, muchas compañías seguían haciéndose cruces sobre cómo diablos iban a seguir trabajando.
En esa nueva normalidad, ¿qué van a hacer? Alemania está planteando definir el trabajo desde casa como un derecho del trabajador, es decir, que pueda ser ese trabajador el que, sin posibles presiones, decida si trabaja desde su casa o si acude a la oficina.
Una resolución así facilitaría muchas cosas, entre otras, la posibilidad de reducir las temibles horas punta en las grandes ciudades flexibilizando las jornadas de trabajo. Pero sobre todo, implicaría la obligación, para muchos jefecillos obsesionados con el micromanagement, de confiar en que tus trabajadores, sea desde su casa o desde donde lo estimen oportuno, van a cumplir con su trabajo adecuadamente y al nivel esperado. ¿Vamos a ser capaces de incorporar ese tipo de acuerdos, basados en la confianza y en la flexibilidad, en esa pretendida "nueva normalidad"?
¿Cómo hemos podido, en el mundo más hiperconectado de la historia, hacer tan mal las cosas y aprender tan poco de lo que íbamos viendo que pasaba en cada sitio? ¿Aprendió algo Italia de lo que pasó en China? ¿Y España de lo que vimos durante más de una semana en Italia? ¿Aprendieron los Estados Unidos algo de todos los países que los precedieron, o se dedicaron simplemente a decir que era "un virus chino" (como si un virus tuviera alguna nacionalidad) y a minimizar su importancia?
Desgraciadamente, no aprendieron ni lo más mínimo. No hemos sido capaces de organizar repositorios comunes de información, ni de trabajar unidos y coordinados para desarrollar tratamientos o vacunas, ni siquiera de acordar una forma común de reportar el número de infectados o de víctimas. ¿Van a cambiar este tipo de cosas en esa pretendida "nueva normalidad"?