Al zar Alejandro I hizo preparar en 1815 una mesa para cuatro a la que invitó al príncipe Metternich, a la baronesa Juliana von Krüdener y a un ausente: Jesucristo. La baronesa era una profetisa que en aquel momento no solo tenía capturada la voluntad del zar, sino que presumía de haberle inspirado la idea de la Santa Alianza contra la revolución en Europa; Metternich estaba en el apogeo de su poder, lo que hizo que Carlos Marx le señalara, algo anacrónicamente, como símbolo de la reacción, treinta y dos años más tarde, en el preámbulo al Manifiesto Comunista (en su conocido arranque de “un fantasma recorre Europa…”). El invitado ausente no necesita presentación.
El momento coincidía con: 1) el final de las guerras napoleónicas, 2) una “emergencia climática” provocada por el estallido del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, que hizo que a 1816 se le conozca como “el año sin verano” con su secuela de malas cosechas, hambre, y revoluciones; 3) con una “emergencia sanitaria”, porque en medio de la hambruna era más fácil contraer enfermedades y porque, a raíz de la explosión del volcán, se desató la primera pandemia conocida de cólera (alcanzó a todo el globo) iniciada en la India en 1817; y 4) el pico de una de las manías especulativas (que terminó en pánico financiero) señaladas por el historiador Kindleberger, que provocaría la recesión subsiguiente (en EEUU, duró seis años).
Ciento dos años después de aquella guerra europea con desastres añadidos no solo se estaba terminando también una guerra mundial, sino que la pandemia de gripe de 1918-1919 volvió a golpear la salud y la economía de todo el mundo. Y, de nuevo, otros ciento dos años después, en 2020, se repite la jugada.
Viene todo esto a cuento de intentar responder a la pregunta obsesiva que, en este momento se plantea todo el mundo: ¿cómo de larga y profunda será la crisis económica? ¿Servirán de orientación las crisis semejantes del pasado?
La información conocida de la crisis de 1815-1816 es mucho más fragmentaria y escasa que la que se tiene de 1918-1919, pero ésta, aunque aún no estuvieran desarrolladas las herramientas estadísticas de las que se dispone ahora, puede ser de gran utilidad.
La primera gran diferencia entre la recesión que coincidió con la gripe de 1918-1919 y la actual es que aquella se caracterizó por un “shock de oferta de mano de obra” mientras en la última el choque es un parón de la cadena de producción nacional e internacional. Y es que la gripe de 1918-1919 se cebó en la gente en edad de trabajar por lo que en los países que no habían participado en la Primera Guerra Mundial se produjo una incorporación muy importante de mujeres y jóvenes a la población activa ocupada para poder reemplazar a los varones víctimas de la gripe. Es lo que sucedió en Suecia, uno de los pocos casos, si no el único, que se ha estudiado con detalle. Probablemente sucediera en España también.
En los países participantes en la guerra el fenómeno sería más complejo dado que muchas de las víctimas de la gripe estaban movilizados y los puestos de trabajo dejados libres por las víctimas que hubiera entre la población civil serían más tarde ocupados por soldados desmovilizados. Lo que está claro es que, entre la guerra y la gripe, como diría Bertrand Russell años más tarde, había experimentado un gran impulso la liberación de la mujer: “Vino la guerra, que obligó a emplear en gran escala mujeres en la industria e, instantáneamente, los argumentos en favor del voto femenino se volvieron irresistibles”.
En 1918 la recesión en EEUU se inició, como ahora, justo dos meses antes de la pandemia y duró en total siete meses. En cuatro de esos meses la Bolsa de Nueva York estuvo cayendo, hasta completar una bajada total del 11%. Poca cosa si se compara con la reacción vendedora que se vivió en el mundo entero en el mes de marzo pasado.
Sin embargo, hay algo llamativo y que ya hemos comentado en esta columna: la reacción inicial de la Bolsa china a la pandemia del coronavirus también fue de ese jaez (-12%) e, incluso, la de la Bolsa de EEUU tampoco fue mucho más allá: -14% medido por el índice Dow Jones Industrial.
Esta coincidencia lleva a pensar que, cuando no se complica con otros elementos añadidos, quizá ese sea el comportamiento estándar de las Bolsas en las pandemias (tenemos, también, el ejemplo de la gripe asiática de 1957 en que las Bolsas de EEUU cayeron algo más del 18%, con lo que no llegaron al -20% que suele denominarse “mercado bajista”). Naturalmente, la gripe asiática no solo coincidió con esa caída de las Bolsas sino con una recesión de ocho meses de duración.
Pero ¡ay!, el problema surge cuando vienen otros elementos a complicar la situación. Esos elementos estuvieron ausentes en 1957 (a no ser que se considere que el lanzamiento del primer Sputnik fuera una complicación…) pero no así en 1919, ni en 2020.
En 1919, tras haber salido de la recesión en marzo y acumulado después nueve meses de crecimiento desaforado de la economía de EEUU y del Reino Unido, la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra decidieron subir los tipos de interés y acabaron con ese “boom de dimensiones asombrosas” (en palabras de los contemporáneos) tras de lo que llegó una recesión que empezó siendo suave y terminó siendo muy severa, con una duración total de 18 meses: todo 1920 y hasta final del verano de 1921.
En 1919 la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra decidieron subir los tipos de interés y acabaron con ese “boom de dimensiones asombrosas”
¿Y cuanto cayó la Bolsa en esa segunda fase? Un total de 44%, contando desde el máximo histórico precedente (muy por encima del de 1918 y alcanzado en pleno boom de 1919) hasta el momento más bajo de 1921; es decir, no demasiado lejos del -38% experimentado por los índices generales en el mes de marzo de este año.
Si la complicación que provocó una recesión, casi inmediatamente después de otra, hace 100 años fue la política monetaria restrictiva de la Reserva Federal (y del Banco de Inglaterra) en esta ocasión esa dificultad añadida la provocó Arabia Saudí al inundar el mercado de petróleo con 12 millones de barriles diarios para arrebatar cuota de mercado a Rusia e, indirectamente, a las empresas de fracking de EEUU. Con eso los mercados financieros sufrieron una dislocación total y las ventas en Bolsa se hicieron en mitad del pánico.
¿Qué lección se puede extraer de todo lo anterior? Que, a juzgar por el comportamiento de las Bolsas, en esta ocasión se han fusionado dos recesiones en una, sin que, en principio, quepa esperar un boom intermedio. Al superponerse las dos, la analogía lleva a una conclusión muy clara: la recesión debería prolongarse a lo largo de todo 2020 y hasta finales de verano de 2021. Quizás con un momento de alivio intermedio en el otoño de este año y antes de que venga la segunda oleada de la pandemia (piénsese que la gripe de 1918-1919 tuvo cuatro oleadas, de las que solo dos fueron realmente graves; es poco conocido que, en España, el rey Alfonso XIII enfermó).
La recesión debería prolongarse a lo largo de todo 2020 y hasta finales de verano de 2021
Entretanto el coste en vidas humanas de esta pandemia seguirá creciendo, esperemos que a ritmo cada vez más lento, pero sin dejar de plantear ese problema moral que un “aciago demiurgo” nacional parece haber resuelto sin consultar a nadie: es mejor salvar la fortaleza sicológica de la mayoría no afectada por la muerte de familiares que consolar a éstos en su desgracia.
Una decisión práctica, quizá acertada, que esquiva la tarea de practicar dos de las 14 obras de misericordia (una espiritual, consolar al triste, y otra corporal, enterrar a los muertos) dando de esta manera origen a la España de dos velocidades en que ese dilema se desenvuelve. Y, dado el tétrico panorama económico en el que el país está sumido, todo el mundo se hace otra pregunta: ¿de donde saldrá el dinero para la recuperación económica?
Treinta años después de la invitación a su mesa cursada por el zar Alejandro I, y casi coincidiendo con la publicación de El Manifiesto Comunista, José Zorrilla estrenaba una obra de teatro en que Don Juan Tenorio también convocaba a su mesa a tres invitados, uno de ellos ausente y ya espectro funerario, “el Comendador”.
En este inmenso panteón que es España ahora, todo el mundo mira asustado hacia la mesa del Presidente de Gobierno, sin saber muy bien quién tendrá asignado esta vez el papel de la baronesa y quién el de Metternich (quién el de Avellaneda y quién el del capitán Centellas) pero sí maliciándose quién podría ser el invitado ausente que terminará presentándose a la cena, como El Comendador: el MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad). El Mecanismo de rescate. Un anticlímax.