Esta semana empieza el mes estrella del turismo en España: agosto. Por desgracia, no va a ser un agosto como los demás. La recuperación de nuestro país depende de la reactivación económica, por un lado, y de la evolución del virus, por el otro.
La recuperación está siendo lenta: de momento, sólo un 40% de la actividad perdida. La evolución de los contagios sigue en la zona de máxima incertidumbre. Todo el mundo parece saber todo pero nadie sabe nada con seguridad.
Los rebrotes tienen tantos responsables como uno quiera: los jóvenes, los turistas, las bodas, los que llevan la mascarilla en el codo, todos ellos, ninguno de ellos. De esta forma, considerando estos dos factores, la recuperación es incierta, deseada pero incierta.
Podemos, además, considerar la gestión gubernamental como otro factor que puede acelerar o entorpecer la recuperación. No soy muy optimista. Muchas personas contemplan la ayuda europea acordada la pasada semana como una victoria del Estado frente al mercado. No es una confrontación válida en estos momentos.
Como explica el profesor de la IULM (Milán), Alberto Mingardi, no existen ni mercado ni estado, existen consumidores, contribuyentes, inversores, desempleados, ministros… y, como diría Carlos Rodríguez Braun, existe “usted, señora”, que va a tener que pagar los platos rotos.
Como ya me temía a finales de mayo, nadie va a rendir cuentas de la desinformación, las estadísticas respecto a los fallecidos que no cuadran, el pase de pelota del gobierno central a las autonomías después de haber creado el “mando único” para gestionar la pandemia, el coladero de decretos sin la supervisión del Parlamento aprovechando el estado de alarma, el gasto obsceno en medios de comunicación afines cuando faltaban equipos de protección esencial. Todo eso nadie va a pagarlo.
Cuando los parlamentarios regresen en septiembre estaremos en otra cosa. Ya nadie pedirá explicaciones.
Podemos considerar la gestión gubernamental como otro factor que puede acelerar o entorpecer la recuperación
“Los médicos y los especialistas han dicho que es mejor que aguantemos otros quince días en estado de alarma, a ver si sube un poquito la temperatura, y hay menos riesgo de contagio”. Cuarenta grados y rebrotes. Se están tomando medidas, más o menos drásticas, dependiendo de la incidencia de los rebrotes, a nivel local.
Es decir, como se tenía que haber hecho hace mucho, en lugar de mantener un estado de alarma nacional innecesario. Y si hace falta diseñar una herramienta legal que permita adoptar este tipo de soluciones locales, o alguna restricción más pero sin tener que decretar el estado de alarma, pues se hace. Para eso sirve el Parlamento, entre otras cosas.
A esta situación hay que añadir que, como algunos anticipábamos (ya saben, capitanes a posteriori), los rebrotes no “esperarían” a septiembre. ¿Por qué iban a hacerlo? ¿Por la excusa de la temperatura que nunca fue más que eso, una excusa?
Uno de los errores inducidos por la pésima comunicación de los gobernantes y poco denunciada por la oposición, es el pensar con la hipótesis “caeteris paribus” activada, como siempre apunta el profesor López Zafra.
Eso supone tomar decisiones basadas en conclusiones a las que se llega “manteniendo todo lo demás constante”. Por ejemplo, tomar medidas de política económica asumiendo que “en verano la economía se reactivará, porque se abren terrazas y hoteles, aunque sea con aforo limitado, y la gente va a tener cuidado”, es mucho asumir.
Sobre todo porque la gente puede reaccionar de manera insospechada cuando se la ha tenido acogotada informativamente. Nunca nos quedó claro qué mascarilla comportaba una actitud más “egoísta”, según Fernando Simón. El mismo que se alegra tanto de que no vengan turistas belgas y de la exigencia de cuarentena a los residentes británicos que decidan pasar unos días en nuestro país, animando el maltrecho sector turístico. No importa que para evitar esa cuarentena decidan no venir.
Para Simón, es una buena noticia. Desde el punto de vista sanitario, es cierto. Sin embargo, probablemente, una noticia aún mejor habría sido la compra de EPI y de test, la previsión de la necesidad de rastreadores, o una desescalada más sensata y compatible con la reactivación.
Porque, tal y como lo han hecho, no sabemos si vamos a tener un segundo confinamiento. Eso, para muchísimas empresas significa que no se saben si van a aguantar el tirón, o van a la ruina. Si se esperaba hace un mes que la tasa de desempleo subiría en este año hasta el 20%, con un segundo confinamiento, la situación laboral se anticipa insostenible.
Un nuevo confinamiento para muchísimas empresas significa que no se saben si van a aguantar el tirón
Ni Unión Europea, ni pactos con la oposición servirían, tendría que tomar el mando alguien dispuesto a inmolarse y a aplicar medidas económicas de emergencia, sin intereses partidistas, y con el objetivo claro. No piensen: no existe esa persona.
Pero quisiera hacer una reflexión respecto a la decisión de Bélgica y el Reino Unido. Hacen bien. Están protegiendo a sus ciudadanos. Nosotros no aconsejábamos a nuestros compatriotas viajar a Bérgamo o a Milán en los momentos más complicados de esa región europea. ¿Por qué iba a ser diferente?
¿Esperábamos que los gobernantes belgas y británicos confiaran en la gestión de los rebrotes? ¿En serio? España ha salido en varias publicaciones de prestigio como el país que peor ha gestionado la pandemia. ¿Sería razonable que se fiaran ahora, teniendo en cuenta que sus países no están exentos de rebrotes y problemas? No.
La noticia no me ha parecido sorprendente. Simplemente refleja lo que hay detrás de los pasillos de aplausos por parte de los ministros, o las encuestas de Tezanos. La desconfianza, por desgracia, se puede medir. Van a ser millones de euros, muchos puestos de trabajo, muchas familias cerrando negocios.
Gracias Sánchez, por tanto.