La contracción de la economía española en el segundo trimestre del año, un 18,5%, no sorprende a nadie como tampoco que España haya liderado la caída del PIB en los países de la UE y de la Eurozona. Sufrió el shock derivado del Covid-19 en plena fase de desaceleración y con unas condiciones macro y microeconómicas de una extraordinaria debilidad.
A partir de ahí, la mala gestión de la crisis sanitaria realizada por el gobierno y la política desplegada para afrontar sus efectos económicos hacían inevitable un desplome como el que se ha registrado, que otorga a España un desagradable liderazgo continental.
En este contexto, las declaraciones de la Secretaria de Estado de Economía de que se percibe una “reactivación” suponen un ejercicio de humor… negro. Es inimaginable que una economía que ha estado cerrada casi en su totalidad durante tres meses no experimente una mínima reanimación cuando se abre. Esto sería un imposible estadístico, algo tan sorprendente como la cuantificación presidencial de los 140 mM de euros que percibirá España del Fondo Europeo de Recuperación (FdR) en un 60% del PIB.
A estas alturas, aunque tenga un atractivo morboso, carece de interés debatir si la actividad caerá este ejercicio un 12, un 13, un 14 o un 15%. Cualquiera de esas magnitudes es una catástrofe y no tiene precedentes desde 1936, el año del comienzo de la guerra civil. Lo relevante es cómo, cuándo y con qué intensidad se producirá la recuperación. Aunque el arte de la profecía no goza de una extraordinaria precisión en la ciencia lúgubre, sí es posible establecer o aventurar cual será la tendencia.
Salvo un cambio radical en la estrategia gubernamental no existe posibilidad de superar esta recesión con rapidez. El consumo privado no tiene opción alguna de revitalizarse con el brutal aumento del desempleo en curso, con el descenso de la renta disponible y de la riqueza financiera e inmobiliaria de los hogares unida a su alto endeudamiento. La inversión tampoco lo hará ante la destrucción en marcha del tejido empresarial, la debilidad de la demanda y las negras perspectivas a corto-medio plazo; las empresas no invertirán, bastante tienen con luchar por la supervivencia.
Este negativo panorama se agudiza por la desconfianza-incertidumbre generada por una programación económica que parece diseñada para agravar el impacto de la crisis y prolongar su duración. Se han incrementado las rigideces preexistentes cuando se necesitaba flexibilidad; se ha ignorado el shock de oferta causando un daño estructural que tardará mucho en restaurarse en pro de sostener una demanda que se ha hundido.
Ni una sola iniciativa gubernamental ha ido en la dirección correcta. El éxito de los ERTEs es haberse convertido en una forma de paro encubierto para un volumen importante de sus beneficiarios. Es difícil encontrar un gobierno que se haya equivocado tanto, persista entusiasta en el error y parezca dispuesto a profundizar en él.
En paralelo, España se enfrenta a una tesitura presupuestaria diabólica. Las necesidades de financiación y de refinanciación del Tesoro se situarán este año y el próximo entre los 300 y los 350 m.M. de euros. Las ayudas europeas no podrán destinarse a ese fin y las compras de deuda soberana realizadas por el BCE, unos 120-130 m.M. de euros este año no bastan ni bastarán el próximo, caso de mantenerse en sus actuales niveles, para satisfacer aquellas.
¿El mercado estará dispuesto a financiar al Estado sin un plan de consolidación fiscal creíble? Y, en ese caso, ¿a qué precio? ¿Cuándo los bonos españoles van a competir con los emitidos por la UE para dotar el FdR?
Salvo que la UE obligue a introducir un plan de consolidación presupuestaria y de reformas estructurales, la economía española se instalará en la crisis y tardará mucho tiempo en salir de ella. Esto no es una cuestión ideológica, sino de puro manual. Sin una estrategia macro de estabilización, basada en el recorte del gasto, y sin políticas de oferta que restauren los incentivos para crecer y crear empleo es imposible superar una situación como la actual. Es la repetición, agravada, de la tesitura a la que se enfrentó España en 2010: una combinación explosiva de recesión con riesgo de crisis fiscal.