Hace dos días, una compañía norteamericana, Pfizer, hizo un anuncio que llenó de esperanza a la humanidad: la vacuna en la que estaba trabajando mostraba, en ensayos clínicos, una eficiencia a la hora de generar inmunidad del 90%.
El desarrollo se deriva, en realidad, de la colaboración de esa gran farmacéutica norteamericana con una empresa de biotecnología alemana bastante más pequeña, BioNTech.
La compañía, fundada por un matrimonio de hijos de inmigrantes turcos, adoptó una aproximación metodológica más rápida para el desarrollo de la vacuna: en lugar de cultivar cepas del virus progresivamente más débiles, lo que conlleva plazos generalmente largos y la enorme dificultad de manipular muestras potencialmente infecciosas durante todo el proceso, optaron por generar una copia de ARN mensajero a partir de la secuencia de una de las proteínas características del virus, y utilizarla para que nuestro organismo desarrolle inmunidad.
La ventaja es evidente: la compañía solo necesita la secuencia del virus, que conocemos desde el inicio de la pandemia, y puede generar su producto rápidamente sin verse obligada a manipular muestras infecciosas. Una metodología, por tanto, mucho más rápida, menos compleja y peligrosa, y que además ha resultado, por lo que sabemos hasta el momento, mucho más eficaz.
Hasta aquí, todo muy bien: si los resultados se confirman más allá de los ensayos clínicos, estaremos hablando de un gran triunfo de la biotecnología. Lo curioso, sin embargo, ha sido la reacción de los mercados bursátiles al conocer la noticia: la lógica subida de la compañía directamente implicada, Pfizer, se ha visto acompañada de una fuerte subida de empresas relacionadas con el turismo y los viajes, y de una pronunciada caída de aquellas relacionadas con nuestros hábitos durante la pandemia, como Zoom, Amazon, Peloton o Netflix.
Obviamente, lo que los mercados están anticipando es que, una vez obtenida una vacuna, vamos a volver a la normalidad: a hacer viajes, a trabajar cara a cara en las oficinas de toda la vida… Algo que aún queda bastante lejos: hay que confirmar que la vacuna funciona, obtener la certificación de las autoridades, producir miles de millones de dosis (por duplicado, porque esta vacuna tiene que administrarse en dos ocasiones separadas por aproximadamente un mes), distribuirla con una compleja cadena logística que la mantenga en todo momento a temperaturas bajísimas, y conseguir que toda la población, incluyendo anti-vacunas, escépticos, magufos y otros irresponsables varios, acepten que se la inoculemos.
Durante mucho tiempo, seguiremos teniendo al virus cerca, bien debido a movimientos desde países a los que no llegó la vacuna, o por idiotas que se negaron a vacunarse.
Hay hábitos a los que no deberíamos volver: retornar a jornadas de ocho horas en oficinas, a atascos cotidianos o a niveles de contaminación inaceptables
Pero además, el problema es que incluso aunque la vacuna funcionase como una especie de botón mágico que acabase con la pandemia de un día para otro, hay hábitos a los que no deberíamos volver: retornar a jornadas de ocho horas en oficinas, a atascos cotidianos y a niveles de contaminación inaceptables cuando hemos comprobado que hay muchísimos trabajos que pueden llevarse a cabo perfectamente desde casa y mediante videoconferencia sería completamente absurdo.
Volver a tener directivos de empresas que viven en un avión sería no absurdo, sino una verdadera estupidez innecesaria, cara y sin sentido. Volver a hábitos de turismo masivo, con un altísimo impacto en las ciudades y en los ecosistemas, y con miles de aviones surcando los cielos y contaminando gracias a combustibles subvencionados por los gobiernos sería completamente irresponsable.
Un futuro viable implica cambiar muchas cosas: nuestra forma de trabajar, de desplazarnos, de viajar… de vivir. Implica entender que si no cambiamos, si no convertimos los combustibles fósiles en algo del pasado, no dejamos de criar animales hacinados en condiciones completamente insalubres y no reducimos la presión sobre los ecosistemas, volveremos a enfrentarnos a problemas, potencialmente mucho más importantes que esta pandemia.
La pandemia debería haber funcionado como un aviso, como una dramática advertencia de lo que no podemos hacer si queremos que la vida humana en nuestro planeta sea sostenible. Sin embargo, la reacción de los mercados predice que no, que muchos están esperando la señal para volver a la normalidad que teníamos el pasado febrero, que es precisamente lo que nos trajo hasta aquí, y lo que impediría que reaccionásemos contra la siguiente gran amenaza: la emergencia climática.
Cuidado con la euforia y el triunfalismo. Sí, necesitamos una vacuna contra el Covid-19. Pero lo que realmente necesitamos de verdad es una vacuna contra la estupidez humana.