La primera semana del año discurrió en los mercados según lo previsto aquí hace siete días: Bolsas que suben, metales industriales que suben, euro que sube ligeramente, oro que baja, mostrando su potencial limitado para el año, y rentabilidad de la deuda pública de Alemania y EEUU que sube… Solo el petróleo se desmarca de lo que cabe esperar para el año. Pero, ¡cuidado!, ni una golondrina hace verano, ni tampoco una semana sirve para orientar el año entero.
También advertíamos hace siete días: ¡atentos al 6 de enero en Washington! Falsa alarma en cuanto a las bolsas, que estuvieron subiendo mientras seguidores enardecidos de Trump rompían el cordón policial y entraban a la fuerza en el Congreso. La Bolsa americana subió ese día ente un 0,6% y un 1,4%, dependiendo del índice que se elija.
En la nación que mejor democracia del mundo tiene; en el único lugar donde la separación de poderes funciona de verdad, un asalto al Congreso es un verdadero shock para el país y para el resto del mundo. Y, aunque los asaltantes no supieran muy bien qué hacer una vez dentro (en Guatemala dos meses antes los manifestantes habían incendiado el Congreso) las imágenes de haber hollado el templo de la democracia de EEUU le pasarán factura sicológica y política al país durante muchos años. O eso parece hoy, impresionados como estamos por hechos tan recientes y graves.
Sin embargo, poca gente recordaba días atrás que el Capitolio había sido hollado antes varias veces y una de ellas de manera mucho más pavorosa: en 1954 cuatro independentistas puertorriqueños entraron disparando a bocajarro contra los congresistas, con el resultado casi milagroso de solo cinco heridos de bala.
Lo del día 6 de enero, obviamente, tiene una dimensión simbólica y política muy superior a lo de entonces, por haber estado alentado moralmente por el jefe del estado. Pero, ¿basta eso para llamarlo el golpe de estado de Donald Trump? ¿Se puede llamar golpe de estado a un acto sedicioso en el que no se utilizan ni armas ni la intervención del propio ejército?
Cuando se habla mal, se piensa mal. Cuando a cualquier cosa se le llama golpe de estado, los verdaderos golpes de estado pierden parte de su carácter intimidatorio, represivo y dramático. De manera inversa, cuando a un golpe de estado se le quiere embellecer, por su carácter, progresista y romántico, se lo llama revolución. Ejemplo: la revolución de los claveles en Portugal que fue el golpe de estado militar que trajo la democracia al país.
Y se habla mal por dos razones diferentes: el nivel educativo ha descendido y la propaganda política tiende a la exageración. Pero no hay nada nuevo en ello. Hace 100 años ya se lamentaban los contemporáneos de eso mismo. Y hace 200 años, también. Y hace 300…
Si no, véase lo que decía Chateaubriand en 1829 (y que ahora mismo no nos cansamos de repetir de diferentes maneras): “Para ser un hombre superior en política, no hay que adquirir cualidades, sino, más bien, perderlas”.
Unos años después, el 2 de diciembre de 1851, un sobrino de Napoleón Bonaparte (Luis Napoleón) a la sazón, presidente de la república Francesa en ese momento, dio un golpe de estado “contra sí mismo”, disolviendo la Asamblea Legislativa, con la que estaba enfrentado, entre otras razones, por un problema democrático, donde el propio Luis Napoleón jugaba el papel más avanzado: defendía el sufragio universal frente a la Asamblea, que quería volver al voto censitario.
De modo que una excusa democrática tan buena como esa terminaba sirviendo para dar un golpe de estado que limitaba las libertades y convertía al presidente en Emperador un año después. Aquel golpe era el conocido “18 Brumario de Luis Bonaparte”, que Carlos Max convirtió, en un alarde de mercadotecnia, en frase famosa al ponerla como título de un opúsculo, en el que calificaba a Luis Bonaparte de “Napoleón el pequeño” y a su golpe de estado como “farsa”.
¿Cómo hubiera calificado Carlos Max lo sucedido el 6 de enero de 2021 en el Congreso de EEUU? ¿Cómo tercera o como enésima farsa?
Hasta la tarde de ese día, Trump jugaba en el filo de la navaja, cuestionando una de las bases del sistema (la pureza de las elecciones) pero dentro de los recursos legales que el sistema mismo ponía a su disposición: peticiones de recuento de votos, recursos en los tribunales, comparecencias en los legislativos de alguno estados e, incluso, petición en el Congreso de una “elección contingente” de la que había precedentes históricos en 1800 y 1876.
Empezó a jugar realmente con fuego al convocar una manifestación autorizada en Washington para el mismo día en que se votaría en el Congreso, insistiendo irresponsablemente en el robo de las elecciones, y enardeciendo así, ese mismo día, aún más, a sus seguidores. Lo que vino a continuación fue una charlotada trágica (con cuatro víctimas mortales, una de ellas por herida de bala).
Lo peor de lo del día de reyes en Washington es que no se sabía cómo de trágicamente podía terminar, pero era evidente que estaba condenado al fracaso: sin intervención del ejército no hay golpe de estado que valga, y sin asalto al poder por las masas decididas y con parálisis del ejército, tampoco hay revolución.
Ahora Trump ya es un juguete roto al que le han quitado hasta su juguete preferido, su cuenta de Twitter
Ahora Trump ya es un juguete roto al que le han quitado hasta su juguete preferido, su cuenta de Twitter, y que puede que tenga que enfrentarse a acusaciones graves de sedición en los tribunales. Hasta un juez de Bagdad lo reclama ya por el asesinato hace un año del líder de las milicias chiíes, mientras aliados suyos como Netanyahu, tienen que refugiarse con su familia en un búnker huyendo de los manifestantes. Le quedan nueve días en el cargo, con un aparente gran poder en sus manos, que sus enemigos (además de mucha gente sensata) intentan atar, a la par que todo se vuelve un “a por él, ¡a por él!
Entre tanto, la vida sigue y nada de lo que está fuera de la política parece que se haya espantado mucho. Las bolsas ni se han inmutado, lo que, o bien quita gravedad al tema, o bien significa que “las bolsas” están siendo tan irresponsables como Trump, cada uno a su manera, al no querer reconocer la gravedad de la situación: hay que recordar que, en el año 2000, en el mes y medio que duró la pelea entre George W Bush y Al Gore por el resultado electoral, cayeron un 12%, mientas que en el período en el que Trump lo cuestionaba y se aferraba a la ilusión de un pucherazo han subido un 12%.
¿Por qué nadie en los mercados se ha tomado en serio la amenaza “golpista” de Trump? Solo hay una explicación buena: la abundancia de liquidez, que hace subir las bolsas, sin andarse con más rodeos, junto con la confianza en el sistema de separación de poderes de los EEUU, que impediría, como así ha sucedido, cualquier intento aventurero de Trump (lo mismo que la caída de las bolsas cuando la pelea Bush/Gore seguramente solo era un momento más del pinchazo de la burbuja tecnológica y nada tenía que ver con la inestabilidad política).
Ni siquiera quienes vociferaban contra el nombramiento en otoño de una nueva juez para el Tribunal Supremo de los EEUU han visto cumplidos sus deseos de ver un sistema judicial corrupto en la patria actual del capitalismo: esa juez ha votado junto con la mayoría del tribunal para rechazar los recursos de los abogados de Trump.
No da un “golpe de estado” quien quiere sino quien puede. Trump se va, y sale de la presidencia como burro apaleado, tras haberse ganado a pulso incontables enemigos. Ni siquiera puede comunicarse ya con sus seguidores por las redes sociales (“el que a Twitter mata a Twitter muere”).
El “18 Brumario de Donald Trump” se ha quedado en un “17 Nivoso” que casi se puede describir en términos forenses: algarada callejera de gran impacto simbólico, político y mediático, con resultado de muerte.