Al Gobierno le ha sentado bien el cambio en el Ministerio de Sanidad.
¡Alegrémonos! Al fin tenemos una ministra de Sanidad que dice las cosas claras: “Por coherencia no ha lugar a la manifestación del 8-M. La situación epidemiológica no lo permitiría”.
Sólo el hecho de que la ministra participe en el gobierno de coalición la libra de ser excomulgada. Pero que no se confíe. El desconcierto que ha provocado esta vez no pillará por sorpresa a los sacerdotes y sacerdotisas de la nueva fe en la siguiente ocasión.
Hay que felicitarse: ya hay en España dos mujeres con poder ejecutivo, en sendos y opuestos gobiernos, que se atreven a decir y hacer cosas sensatas en el combate contra la pandemia: la jefa de oposición de hecho, Isabel Díaz Ayuso, y la ministra del ramo, Carolina Darias.
Hace un año (el 27 de febrero de 2020) mi visión del tema, expresada en redes sociales y medios de comunicación era ésta: "China nos ha regalado un virus y una bola de cristal. Sabemos lo que nos va a pasar en el próximo mes y medio. Lo mismo que a ellos en el mes y medio que termina pasado mañana" Y añadía: “Pero el Gobierno está en la fase de negación. Como China en enero”.
Ya hay en España dos mujeres con poder ejecutivo que se atreven a decir y hacer cosas sensatas en el combate contra la pandemia: Isabel Díaz Ayuso y Carolina Darias.
Lamentablemente China nos arrebató enseguida la bola de cristal, a partir del momento en que, tras haberla imitado en los errores, no supimos, o no pudimos, imitarla en los aciertos.
Para el 27 de febrero los mercados ya habían empezado a tomarse en serio lo que estaba sucediendo, con un mínimo de quince días de retraso respecto a lo que debían. Los gobiernos añadieron otros quince días de retraso más.
Sorprendía en ambos casos la falta de agilidad a la hora de reaccionar. Algo llamativo ya que, normalmente, tanto gobiernos como mercados, están en otras ocasiones “a la que salta”. Los primeros para apuntarse a cualquier lema o moda que dé votos, y los segundos a cualquier moda o lema que pueda dar dinero.
La moda en los mercados, decíamos la semana pasada, es que viene un “repunte pavoroso” de la inflación. Y los mercados ya han puesto pies en polvorosa: el precio de la deuda pública de EEUU ha caído en estos últimos días con tanta fuerza que en este momento ya tiene a todo el mundo financiero con el corazón en un puño. Y es que, cuando caen los precios de la deuda pública, su rentabilidad aumenta (una cosa es el reverso de la otra) con lo que se encarecen las nuevas emisiones de deuda que hagan los gobiernos en los próximos días o meses. Algo que es, por tanto, malo para el proceso de recuperación económica.
Esa subida de rentabilidad, en el caso de la deuda de EEUU a 10 años, ha llegado a ser ya en 2021 de 0,69%; algo que no parecería mucho si no fuera porque se parte de niveles muy bajos. A la deuda pública española esto tampoco le ha sentado nada bien: 0,45% más de coste para las emisiones que se pudieran hacer mañana mismo, también para el plazo de 10 años.
De modo que se está cumpliendo lo que venimos comentando desde principios de 2021, y que es que esto se parece cada vez más a los inicios de 2018: las Bolsas titubean y caen; la deuda pública sube de rentabilidad y, con ella, también el coste de financiación para las empresas y para las familias; el precio del oro cae (con más rapidez que entonces) y la cotización del euro contra el dólar parece haber chocado en su subida con el mismo o parecido tope al de aquel año: entonces en 1,25 y ahora en 1,23 dólares por euro.
Cuando caen los precios de la deuda pública, su rentabilidad aumenta, con lo que se encarecen las nuevas emisiones. Algo que es malo para la recuperación económica.
De momento, lo único diferente es la subida de precio de los metales industriales, animados ahora por la buena marcha del sector manufacturero, y del precio de las materias primas agrícolas: en ambos casos muy condicionados por razones puramente cíclicas, tras nueve años de estar deprimidos. Pero hasta eso parecía detenerse a finales de la semana pasada en que el cobre interrumpía su frenética carrera alcista y los demás metales le acompañaban en la caída.
Todo parece como en 2018, pero algo menos exagerado, por el momento: 1) las oscilaciones de las Bolsas han llegado solo a un tercio de lo de entonces, y 2) la subida de las rentabilidades también está siendo menor: en aquella ocasión venían subiendo desde mediados de 2016 y, aunque dentro de 2018 solo subieron un 0,72%, el incremento acumulado total llegó a ser de +1,85%.
Quizás, lo más llamativo de la temporada es el comportamiento del precio del bitcoin que, si entre 2017 y 2018 llegó a multiplicarse por 19 (para después retroceder casi hasta el punto de partida) entre 2020 y lo que va transcurrido de 2021 se ha multiplicado por 16, y está sufriendo ya un intenso retroceso: desde 59.000 a 44.000 dólares.
Mientras tanto, la pelea teórica e ideológica en torno al bitcoin continúa y hay que decir que es apasionante. Los partidarios se muestran eufóricos y con el empuje de quienes se creen descubridores de un nuevo mundo (que los críticos, miopes, no alcanzan a ver) y los contrarios a las criptomonedas opinan que no hay nada nuevo bajo el sol y que la necesidad de que las monedas se vean respaldadas por algún tipo de activo terminará imponiéndose tras la fiebre especulativa actual. Facebook, y su moneda “libra” (ahora llamada “diem”) se muestra estupefacta entre ambas “evidencias”.
Lo más llamativo de la temporada es el comportamiento del precio del bitcoin que, entre 2020 y lo que llevamos de 2021, se ha multiplicado por 16.
Y los gobiernos… ¡Ay los gobiernos!... En la misma semana en que la llegada de la pandemia se reconocía oficialmente en China, con el inicio del confinamiento de Wuhan, y el cese de su alcalde (¡ha habido más ceses por la pandemia en China que en España!) el Gobierno español decretaba la alerta climática.
Aquel bonito brindis al sol no ha tenido sin embargo continuidad. ¡Y mira que es buen momento para que la tuviera!, porque si la realidad del eventual triunfo del bitcoin terminara imponiéndose, ya pueden irse preparando para la lucha contra la emergencia climática: el bitcoin es un consumidor insaciable de energía y va mucho más rápido que el objetivo número 13 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (“tomar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos”).
Para hacerse una idea, y dentro del natural escepticismo que pueden provocar estas proyecciones de futuros consumos, si todas las transacciones que hoy se realizan con tarjetas de crédito se llevaran a cabo con bitcoins, el consumo de energía sería 14 veces la energía total que se produce actualmente en todo el mundo.
Pues… como si nada. Ni el Gobierno español parece estar atento a esa locura climática a la que podría llevarnos el bitcoin (vayan haciendo acopio de velas y estufas de butano) ni parece que a los demás gobiernos, todos cargados de etiquetas verdes mirando al electorado, les preocupe mucho el tema. Es más, ni Greta Thunberg debe estar al corriente de lo que se cuece. Y es que, como decía Joseph Joubert: la credulidad forja milagros a más velocidad de la que los inventa la impostura.