Las últimas generaciones de la especie humana están viviendo un proceso sin duda sumamente interesante, pero bastante particular en su comprensión: cada vez más, vemos como una máquina es capaz de hacer mejor cosas que antes hacía una persona.
En realidad, llevamos mucho tiempo viviendo ese proceso: las máquinas de todo tipo llevan siglos mejorando nuestra productividad y nuestra forma de hacer las cosas. Con la llegada de los ordenadores, esa evidencia pasó a ser aplastante, hasta el punto de que llevar a cabo una cantidad creciente de operaciones sin ellos dejó de tener sentido.
En lo personal, es un proceso que viví de manera especialmente intensa: mi primer trabajo en la universidad en la que trabajo consistía en enseñar a directivos a utilizar aquella máquina. A medida que avanzó mi carrera profesional, dejó de tener sentido enseñar a usar esa máquina - no del todo, en realidad… aún hay desgraciadamente muchos directivos que no saben hacer la 'O' con un palito cuando se trata de usar un ordenador - y pasó a ser algo cada vez más amplio: enseñar a diseñar y gestionar procesos de innovación.
Cuando los humanos empezamos a ver que una máquina diseñada por IBM era capaz de jugar al ajedrez mejor que el mejor de los humanos, nuestra dignidad como especie sufrió, aunque en realidad, sabíamos que lo que la máquina hacía no era más que aplicar fuerza bruta matemática al cálculo de espacios combinatorios.
Más adelante, otra máquina, de nuevo de IBM, fue capaz de ganar a los mejores jugadores del concurso norteamericano de preguntas y respuestas Jeopardy, nuestra dignidad sufrió otro impacto. Después vino ya no IBM, sino Google, y diseñó ya ni siquiera máquinas, sino algoritmos de software capaces de ganar al Go, a videojuegos, o incluso capaces de prever el complejo plegado de moléculas de proteínas. O llegó Tuomas Sandholm, un profesor de Carnegie Mellon, y diseñó un algoritmo capaz de ganar a los mejores jugadores de póker, un juego profundamente humano.
Cuando los humanos empezamos a ver que una máquina era capaz de jugar al ajedrez mejor que el mejor de los humanos, nuestra dignidad como especie sufrió
Una viñeta que leí hace poco decía precisamente eso: si hemos visto como los humanos eran capaces de enseñar a una máquina a ganarnos al ajedrez, a juegos de preguntas y respuestas, al Go, al póker y a cada vez más cosas… ¿debemos interpretarlo como una afrenta a nuestra dignidad, o debemos mejor empezar a pensar que es que simplemente somos buenos enseñando?
¿A dónde vamos? Cada vez más procesos son llevados a cabo por máquinas, y cada vez que lo logramos, los resultados son mejores: producimos más, con más calidad, y de manera más consistente, con menos errores. La verdad es cada vez más evidente: toda resistencia es fútil.
El número de tareas llevadas a cabo por máquinas crecerá, porque se convertirá en la única manera de ser razonablemente competitivo, y no solo en costes como creíamos al principio, sino también en calidad? ¿No deberíamos empezar a cambiar todos los indicadores necesarios para hacer frente a una realidad como esa, dejar de verla como una amenaza, y plantearla como una oportunidad?
Si somos especialmente buenos enseñando a una máquina a hacer cosas, ¿no deberían todas las compañías empezar a centrarse en cómo utilizar esa habilidad para que sus máquinas sean cada vez mejores y, por tanto, ser más competitivas? ¿A qué tipo de sociedad va a llevarnos esa realidad? A una en la que, sencillamente, todo trabajo que pueda ser llevado a cabo por una máquina será llevado a cabo por una máquina, y no porque sea más barato, sino porque lo hará intrínsecamente mejor.
Sin embargo, somos aparentemente incapaces de imaginar cómo eso puede ser una bendición en lugar de ser una amenaza. Nuestra capacidad de reimaginar una sociedad en la que el trabajo cambie su naturaleza y se convierta en algo diferente parece ser sumamente limitada. De hecho, hay humanos que, absurdamente, consideran a la máquina como a su enemigo.
Si somos especialmente buenos enseñando, enseñemos. Dejemos de imaginarnos Terminators y máquinas que aprenden por su cuenta -eso está aún brutalmente lejos- y dediquémonos a reimaginar nuestra sociedad cuando las máquinas hagan la mayor cantidad del trabajo. Y posiblemente, el mejor momento para hacer algo así es el replanteamiento que viene después de una conmoción tan grande como la que hemos vivido.
La post-pandemia es un momento ideal para ello. Y como directivos que han pasado por esa etapa, nos toca un papel fundamental: rediseñar nuestras compañías en torno al aprendizaje de las máquinas.
Vaya tomando nota. El nombre del juego es machine learning. Y a quienes no sean capaces de ser suficientemente ambiciosos en ello, a quienes no sean capaces de enseñar a sus máquinas a ser mejores que las de su competencia, les auguro muy poco futuro.