Los números que arroja la actualización del escenario macroeconómico que este martes publicó el Fondo Monetario Internacional (FMI) dibujan un escenario de estancamiento preocupante para España, muy lejos de las tasas de crecimiento necesarias para volver en 2022 al escenario anterior a la pandemia, y con múltiples desequilibrios que acompañarán a la economía española en los próximos años.
Como suele suceder cuando alguno de los organismos internacionales publica estimaciones, hay quienes tienden a ver el vaso medio lleno y otros el vaso medio vacío. Para aquéllos que son de la primera opinión, que la estimación de crecimiento del PIB real para 2021 haya mejorado en abril cinco décimas con respecto a enero, es una gran noticia.
Sin embargo, para los que son del segundo grupo, es apenas una victoria pírrica en un país donde la esperanza de una recuperación potente incluso antes del verano se ha desvanecido completamente.
Para no caer en el debate fácil del optimismo versus pesimismo, es necesario revisar a fondo tanto los datos de coyuntura como las estimaciones sobre los efectos estructurales que la crisis está teniendo y tendrá tanto en la senda de crecimiento como en las variables relevantes: desempleo, inflación, balanza por cuenta corriente, inversión, ahorro o déficit estructural.
Para obtener una radiografía lo más amplia posible, es necesario comparar los números de España con las otras tres grandes economías de la eurozona: Alemania, Francia e Italia.
En primer lugar, uno de los indicadores fundamentales de impacto estructural es el "output gap": cuánto de cerca o de lejos está la economía de su crecimiento potencial. En este sentido, el daño estructural es de enormes dimensiones: tres puntos más que Italia, 5,5 puntos más que Alemania y casi el doble que Francia.
Del mismo modo que la recuperación de los niveles pre-crisis según el FMI no se alcanzará hasta 2023, cerrar el "output gap" llevará mucho más tiempo, probablemente hasta 2025. Es la señal más palpable de que esta crisis está destruyendo capital productivo de largo plazo.
Esta crisis está destruyendo capital productivo de largo plazo en España
En segundo lugar, en materia de desempleo, España muestra el peor de los escenarios no sólo de las grandes economías, sino incluso del mundo occidental.
Es evidente el "efecto colchón" que ha tenido la generalización de los ERTE pero con una duración y efecto en el tiempo cada vez menor, dada la ausencia de una recuperación sostenida de la actividad.
Por ello, la estimación de una tasa de paro del 17% por parte del FMI (cuadruplica la tasa de paro de Alemania y casi duplica la tasa de paro de Francia) pueda quedar superada tras las últimas noticias de ajustes laborales en sectores como el bancario, el retail y otros que están preparando la conversión de ERTE en ERE.
En tercer lugar, uno de los elementos no esperados en esta crisis es la inflación. En términos de deflactor del PIB (la medida más amplia y realista de la inflación), España sufrirá una pérdida de competitividad-precio al ir cerrándose el gap favorable que tenía en 2019 y 2020 con Alemania y Francia debido a un crecimiento de la inflación mayor.
Hacia 2023-2024, España tendría una tasa de inflación general próxima al objetivo del Banco Central Europeo (BCE) del 2% y probablemente con inflación medida por el IPC (Índice de Precios al Consumo) -la medida más convencional- superior conforme siguen encareciéndose la cesta de la compra y el componente energético.
En cuarto lugar, otro de los elementos relevantes es el esquema ahorro-inversión y hasta qué punto se ha podido deteriorar con el Covid. Tal como muestran las estimaciones del FMI, la tasa de inversión se mantiene prácticamente estable en las grandes economías (el PIB ha caído más que la inversión), pero la tasa de ahorro nacional se reduce proporcionalmente más en España y Francia que en Alemania e Italia, con saldos de operaciones corrientes que crecerán en los próximos años en Italia y se mantendrán estables en Alemania.
La otra forma de ver este indicador, en quinto lugar, es ver la balanza por cuenta corriente. Sin duda, es el epicentro del 'milagro económico' de España en la crisis financiera de 2008. Tomando en consideración las cifras del FMI, hay que felicitarse porque en la peor de las coyunturas el saldo por cuenta corriente sigue siendo positivo.
Sin embargo, se ha reducido considerablemente, lo cual evidencia el agotamiento del crecimiento de las exportaciones y los problemas en las cadenas globales de valor en las que está bien posicionada España (sector automóvil, turístico, agroalimentario, infraestructuras y otros).
Por último, el otro gran indicador es el déficit estructural. Tristemente, España seguirá siendo el "campeón" en déficit estructural en los próximos años, registrando tanto en 2021 como en 2022 saldos por encima del 5% del PIB, algo completamente insostenible ante cualquier envite que provoque un encarecimiento de la financiación para España.
Precisamente por esto, la mayor irresponsabilidad del Gobierno Sánchez es haber declarado públicamente que no tiene ninguna intención de construir un plan de consolidación fiscal hasta por lo menos 2022, escudándose en que hasta entonces la Comisión Europea no se preocupará por el déficit público y que en la situación de España están otros países.
Estos indicadores reflejan que la situación de deterioro macroeconómico es mucho mayor en España que en otros países, porque a los efectos de la pandemia se suma un escenario previo ya de por sí negativo en las materias analizadas.
Por tanto, es urgente la elaboración de un plan de estabilización macroeconómica que ordene la compleja situación de la economía española, no para adivinar posibles escenarios de riesgo sino para estar debidamente preparados ante cualquier contingencia que se pueda presentar: crisis política, escalada inflacionista, crisis financiera o de solvencia en Europa.
*** Javier Santacruz es economista.