¿Para qué sirve un avión que solo puede volar durante 12 segundos y a escasos metros sobre el suelo? Ahora mismo para nada, pero en 1903, la hazaña de los hermanos Wright permitió decirle al mundo que la humanidad era capaz de construir pesados aparatos capaces de elevarse y moverse por sí mismos. Por eso al director de Google, Sundar Pichai, le gusta usar este pedazo de la historia como ejemplo del momento actual de la computación cuántica.
Su compañía es una de las que más ferozmente está compitiendo en esta carrera, en la que su gran rival, IBM, acaba de anunciar un nuevo récord: con 127 cúbits (bits en estado cuántico), su nuevo procesador cuántico Eagle sería el más avanzado de la historia (aunque la empresa todavía no ha compartido ningún informe técnico que lo avale). Eso sí, al igual que su histórico homólogo volador, este cacharro informático sirve para bastante poco.
Entonces, ¿por qué dos de las compañías más poderosas del planeta llevan años invirtiendo millones en computación cuántica? La respuesta está en lo que podrían llegar a hacer. Gracias a las extrañas leyes de la física cuántica, estas máquinas tendrían una potencia de cálculo tan enorme que podrían resolver problemas computacionales inabordables por los superordenadores más potentes de la actualidad, un hito conocido como supremacía cuántica.
Podrían simular la complejidad del cuerpo humano y la naturaleza a nivel molecular, así como complicados escenarios climáticos del mundo y de la ciencia del universo. Pero, para eso, todavía falta muchísimo, si es que algún día se logra. Aun así, ambas compañías luchan por demostrar las primeras aplicaciones útiles de estas máquinas, con relativo poco éxito.
Uno de los grandes hitos se produjo en 2018, cuando Google anunció haber logrado la tan ansiada supremacía. Siendo fiel al término, sí que lo consiguió. Su ordenador cuántico de 53 cúbits resolvió en segundos una tarea que el ordenador más potente del mundo habría tardado muchíiiisimo más en completar. Google dijo que lo hizo 1.500 millones de veces más rápido, aunque después IBM aseguró que solo aceleró el proceso 1.000 veces (que tampoco es moco de pavo).
En cualquier caso, Google lo había logrado. El problema fue que la tarea que resolvió no sería para nada. Ni descubrió un nuevo fármaco, ni un nuevo material para crear baterías más eficientes, ni nada. Siguiendo con la analogía de la aviación, hubo quien dijo que usar un ordenador cuántico para resolver esa tarea matemática fue como usar un avión para cruzar la calle. Pero, como la hazaña de los hermanos Wright, la de Google sirvió para demostrar que se podía hacer.
Y es que, al igual que la aviación, la computación cuántica es un área endiabladamente complicada. Tenga en cuenta que el mundo en el que vivimos responde a las leyes de la física clásica, mientras que las propiedades cuánticas solo aparecen a escalas diminutas y son extremadamente sensibles a las perturbaciones del entorno a tamaño humano.
Por muy pocos cúbits que hagan falta para superar a los ordenadores clásicos más potentes, construirlos y operar con ellos se vuelve más complicado a medida que aumenta su número. Y lo que necesita la computación cuántica para volverse realmente útil es un mayor número de cúbits que funcionen de forma correcta durante el mayor tiempo posible.
La cifra mágica para la computación cuántica realmente útil rondaría los 100.000 cúbits, según varios expertos, una cifra irrisoria comparada con los miles de millones de bits clásicos que componen cualquier superordenador. Pero su estado cuántico es tan delicado que el más mínimo ruido lo deshace, como cuando a uno se le corta la mayonesa.
De hecho, son tan difíciles de producir y manipular que ni siquiera hay un enfoque único para hacerlo. La carrera cuántica actual es como la de los primeros días de los vídeos VHS y Beta: cada fabricante dice que tu técnica es la mejor, pero ninguno sabe cuál acabará por imponerse.
Sin embargo, aunque aún no sepamos qué forma tendrá la computación cuántica del futuro y por muchas décadas que falten para que llegue a ser realmente útil, lo que sí está claro es que podría ser revolucionaria. Puede que ahora no lo parezca, pero también hubo gente que dudó de los hermanos Wright, y probablemente sus descendientes se hayan hartado de subir en aviones. No seamos como ellos.