"Retírese, señorita, ese flequillo que tanto le favorece, que esto es la Policía, no la Pasarela Cibeles", me dijo un agente la última vez que tuve que renovarme el DNI. Según él, con el pelo en la cara no se me reconocía. Le contesté que el flequillo era una parte tan característica de mi identidad como mis hoyuelos. Tras un rato discutiendo, llegamos a un acuerdo: podía salir con flequillo en la foto si también se me veían las cejas. Win-win.
Le cuento esta anécdota para que reflexione sobre la importancia de la imagen que tiene de usted mismo y de los atributos que la conforman. ¿Cree que su barba le representa, su altura, o sus gafas tal vez? Y ahora imagine cómo me sentí cuando, en los albores de internet, una plataforma a la que quería acceder no incluía el flequillo entre las opciones de estilo capilar de los avatares.
Por su puesto, mi caso no es grave, pero, piense en todas esas personas que no se sienten cómodas en el cuerpo con el que han nacido o en aquellas que se están sometiendo a un proceso de transición de género. ¿Qué pasará con ellas cuando todos vivamos en el metaverso, tal y como amenaza Mark Zuckerberg?
Para interactuar en estos entornos necesitaremos una representación virtual de nosotros mismos: un avatar. Así que toca preguntarse: ¿qué opciones nos ofrecerán las empresas del metaverso para diseñar nuestro 'yo' virtual? Ahora mismo, las tendencias clave son dos.
¿Qué opciones nos ofrecerán las empresas del metaverso para diseñar nuestro 'yo' virtual?
Por un lado, está la de la hiperpersonalización, es decir, aquella que permitiría construir un avatar con cualquier característica deseada. Su yo virtual podría tener el pelo de cualquier color e incluir atributos típicos de ambos géneros, como barba y pecho al mismo tiempo, por ejemplo. En resumen: podríamos diseñar una imagen de nosotros mismos que refleje aquella con la que nos identificamos en nuestra cabeza.
Esta opción sería una bendición para aquellos que no se sienten cómodos en su cuerpo y ayudaría a visibilizar a colectivos minoritarios, como las personas no binarias, que todavía luchan por ser reconocidas como una parte más de la sociedad. Lamentablemente, no me cabe duda de que habrá muchos que no comulguen con esta idea.
Dado que el asunto de la transexualidad todavía está increíblemente politizado, no me extrañaría que algunos líderes corporativos y desarrolladores de producto no estén dispuestos a ofrecer estas opciones. O que incluso ni siquiera se les pase por la cabeza, como antaño pasaba con mi flequillo.
Pero ¿acaso no vivimos en plena era de la personalización? No hay CEO al que no se le llene la boca hablando de cómo su empresa se adapta a las necesidades y gustos de cada cliente. Entonces, ¿no deberían ofrecerle libertad total para diseñar su avatar virtual, aunque no estén de acuerdo con lo que este representa?
La hiperpersonalización de avatares permitiría romper las barreras físicas que nos impone el cuerpo con el que nacemos. Sin embargo, también tiene sus riesgos. Como ya han demostrado las redes sociales, la idealización y sobrerrepresentación de determinadas características físicas arrincona y margina a las demás, y promueve la dismorfia corporal.
El efecto de la avalancha de imágenes de cuerpos normativamente perfectos que vemos en internet tiene nombre propio. La 'dismorfia Spanchat' o la 'cara Instagram' reflejan un problema cada vez más preocupante y que se ceba especialmente con las adolescentes: la estandarización de ideales físicos inalcanzables y, sobre todo, irreales.
Cada vez más jóvenes aspiran a tener la piel clara, los ojos grandes y la nariz pequeña, mientras esconden su verdadero yo tras imágenes retocadas. "Conozco chicas que no tienen ni una foto sin filtro en Instagram, no parecen ellas", me ha dicho un amigo cuando le he contado de qué iba esta columna.
Cada vez más jóvenes aspiran a tener la piel clara, los ojos grandes y la nariz pequeña, mientras esconden su verdadero yo
Para luchar contra este problema surge la otra tendencia: el hiperrealismo, que básicamente consiste en representaciones virtuales "realistas y estilizadas que creen una sensación profunda de que estamos presentes entre la gente", tal y como describió el propio Zuckerberg cuando presentó su idea del metaverso hace unas semanas.
El video promocional de Meta le mostraba como un clon virtual de sí mismo, y eso es justo lo que quiere para todos los demás. La propuesta tiene sentido si tenemos en cuenta que su visión para el metaverso es que sea una réplica virtual del mundo, donde podamos hacer todo lo que hacemos en plano físico, desde ligar hasta trabajar.
Y, si no queda bien unirse a una videollamada de trabajo en pijama ni disfrazada, ¿qué pensarían mis compañeros y clientes si apareciera en una reunión metavérsica con un aspecto que no tiene nada que ver conmigo? ¡¿Quién me reconocería si aparezco sin flequillo?!
Además de representarnos fielmente, los avatares hiperrealistas evitarían la homogenización física y la infrarrepresentación de comunidades minoritarias. Es decir, impedirían que todos los avatares sean altos, guapos y, ejem, blancos, y ayudaría a los más jóvenes a encontrar referentes parecidos a ellos, con características menos instragrameables, como la piel oscura y el pelo afro.
Puede que el futuro del metaverso sea una representación completamente fiel de la realidad o que, a diferencia de lo que vaticina Zuckerberg, consista en que nos desprendamos de nuestra imagen real y nos sumerjamos en un mundo donde cada uno se muestra como quiere. ¿Cuál es la respuesta correcta? Sinceramente no lo sé, lo único que tengo claro es que mi avatar llevará flequillo.