El tema económico del mes sigue siendo la inflación. La inflación y sus efectos. La inflación y sus causas. La inflación y su duración. Sometidos, como estamos, a las decisiones del Banco Central Europeo, nuestra economía depende de las decisiones que se tomen desde allí. Desde la crisis del 2008 y, a pesar de que uno de sus mandatos es asegurar la estabilidad de precios, el Banco Central Europeo (BCE) ha emprendido una campaña de compra de activos que permitan a los gobiernos, las empresas y las familias, no hundirse en el abismo.
Fue casi escandaloso el establecimiento de créditos blandos a bancos comerciales durante la crisis iniciada en el 2008. Aunque, supuestamente, su objetivo era que las empresas y las familias encontraran financiación y sobrevivieran, en realidad se trataba de evitar en lo posible el rescate de diferentes países europeos, dedicando esos créditos a la compra de deuda soberana para reducir la prima de riesgo. Funcionó. Pero la crisis golpeó a los ciudadanos duramente.
Ahora, la pandemia ha llevado a las autoridades del BCE a desarrollar un nuevo plan de compras de emergencia de compra de activos (PEPP) cuyo objetivo es contrarrestar los rigores de la crisis de la pandemia en los flujos de financiación de empresas y particulares.
Estos buenos deseos, aunque responden a medidas que han sido necesarias en el momento más crítico, al cabo de casi dos años, se quedan en eso: deseos. Porque la realidad ha desfigurado las previsiones como doña Cecilia el Ecce Homo de Borja.
En septiembre del 2021, hace cuatro meses, se podía leer en la página del BCE: “El Consejo de Gobierno está preparado para ajustar todos sus instrumentos, según proceda, para asegurar que la inflación se estabilice en su objetivo del 2 % a medio plazo”. En enero del presente año, Philip Lane, economista jefe del Banco Central Europeo (BCE), ha dicho que los precios forman parte de un ciclo pandémico, pero que la subida está siendo más vigorosa de lo esperado.
La realidad ha desfigurado las previsiones como doña Cecilia el Ecce Homo de Borja
Desde los economistas de Funcas hasta los empresarios que viven día a día con ella, todos los analistas tratamos de adivinar cuándo va a llegar la tan esperada ralentización. Porque ya sabemos que todo lo que sube, baja, y que nada es para siempre, pero lo que queremos es llegar vivos y, a ser posible, no arruinados, a ese momento.
Sea como fuere, el segundo fenómeno más sorprendente, después de la inflación, es el pertinaz silencio general acerca del papel de las políticas del BCE en la inflación. Incluso mirando el tema con mucha generosidad y apertura de mente, se puede relacionar la política comercial china y la pandemia con la cristalización y potenciación de la inflación. Pero ignorar e incluso negar que el origen es monetario, escandalizarse por señalar las políticas de compra de activos, que son inflacionistas, como causa de la inflación.
Tal vez una explicación venga de la mano de otro refrán, y es que no hay que morder la mano que te da de comer. Y en nuestra España, esta ayuda europea es equivalente al 40% del PIB. Si se grita que el emperador está desnudo, a lo mejor le da por vestirse. Y señalar la compra de activos puede llevar al BCE a retirar estímulos. Una retirada que llevan anunciando a bombo y platillo desde hace meses. Lo que dejan para la letra pequeña es que el frenazo en el PEPP irá acompañado de un aumento de la compra de activos en el marco “normal” (el programa conocido como APP).
¿Qué podía ir peor? La respuesta la sugería Lorenzo Bernaldo de Quirós en Twitter cuando recordaba las manipulaciones monetarias del gobierno de Felipe González.
Señalar la compra de activos puede llevar al BCE a retirar estímulos
Porque, como ha sucedido a lo largo de la historia, la moneda es un símbolo de poder nacional. Una moneda fuerte es un signo inequívoco de una economía sólida. Como lo era la libra inglesa en los mejores años del siglo XIX cuando era indiferente intercambiar en oro o en libras, porque tenían la misma credibilidad. Y esa es la palabra clave que se ha olvidado: credibilidad.
La manipulación monetaria como maquillaje tiene unos efectos secundarios nocivos que arrasan la economía. Así le costó a Fuentes Quintana devaluar en 1977 un 24% la peseta, que estaba patrióticamente sobrevalorada por el régimen franquista, para que la cotización fuera “realista” y creíble. Y así fue, en 1978 recuperó un 8,5% y en 1979 otro 1,1%. La razón patriótica es siempre muy aceptada. Es el populismo peor lo que alimenta esa política. Como ahora lo es presentar al BCE como salvador.
El mercado monetario internacional y su implicación con la economía productiva es tan apasionante como complejo. Una mirada al pasado permite, además, plantearse qué habría sido de nosotros si no estuviéramos en la zona euro. ¿Dónde estaría la peseta, si asumimos que la fortaleza de la moneda refleja, de alguna manera, la credibilidad de la economía?
Viendo la ceguera y la cerrazón de muchos economistas, que se tienen a si mismos por serios y reputados analistas, a aceptar el factor monetario como causa de la inflación, porque eso implica reconocer que el Banco Central Europeo se ha pasado muchísimo de frenada, prefiero no responder.
Mientras tanto, estaremos pendientes de los efectos de segunda ronda, es decir, presiones por parte de la demanda agregada, y también de la inflación subyacente, los salarios y los precios industriales que van a marcar la senda del las decisiones de la autoridad monetaria. Y cuando crean que caemos por el barranco, recuerden: podría ser peor.