¡Lo que cambian las cosas en solo diez días! Tanto, que se está citando con frecuencia una frase de Lenin: “hay décadas en las que no pasa nada y hay semanas en las que transcurren décadas”. Aunque, a veces, parece que van más rápidas de lo que en realidad van.
Por una parte, la Blitzkrieg o guerra relámpago de Putin ha fracasado, y lo que iba a ser una carrera al sprint se ha convertido ya en un maratón desordenado en el que parece que el alto mando ruso no tiene una visión de conjunto de la situación real sobre el terreno.
En el lado occidental, de las dos medidas más espectaculares tomadas por los gobiernos “aliados” en el ámbito de las sanciones económicas y financieras contra Rusia, sólo la más efectiva, la de la paralización de las reservas centrales de divisas rusas depositadas en el exterior ha entrado en vigor. Lo hizo el mismo día de su publicación en el Boletín Oficial de la Unión Europea. Es decir, el 28 de febrero. Hace hoy justo una semana.
Está por ver si Putin no concluye que, en la práctica, esto es un robo a la madrecita Rusia y declara la guerra abierta a Occidente. Ayer ya insinuó algo parecido por primera vez.
La otra medida, la que afecta a la desconexión de siete bancos rusos del sistema SWIFT de mensajería entre bancos, aún no ha entrado en vigor. Previsiblemente lo hará el fin de semana próximo.
Entretanto, las empresas privadas de mayor renombre internacional han dado un paso inaudito: “autosancionarse” de manera activa y no a la manera pasiva en que alguna tendría que hacerlo obligadamente como consecuencia de las sanciones contra Rusia tomadas por los gobiernos occidentales.
Esta presión es un arma de doble filo: Occidente también se autolesiona como consecuencia de la guerra económica.
Es decir, las empresas han decidido colaborar en el aislamiento de la economía rusa por un montón de motivos que cada una sabrá en que porcentaje se han combinado: altruismo, cálculo económico, propaganda, defensa de su reputación, etc. Lo importante es que lo han decidido y que la reacción refuerza la idea de un planeta civilizado en que las cosas no se toman por la fuerza de las armas. También aumenta la presión sobre Putin.
Esta presión es un arma de doble filo: Occidente también se autolesiona como consecuencia de la guerra económica. Mientras que la invasión de Ucrania recuerda la intervención del Ejército Rojo en Hungría en 1956 (que se saldó con 2.000 húngaros y 700 soldados soviéticos muertos) sus efectos económicos se parecen cada vez más a los dos shocks o sacudidas que experimentó el mundo occidental en 1974 y en 1979, momentos en que el precio del barril de petróleo se fue por las nubes.
Si se compara la subida del 52% que ha tenido el barril de petróleo Brent en los dos meses y una semana que han transcurrido de 2022 con las experimentadas en el período equivalente de cada uno de los últimos 52 años (desde 1970) solo hay un año en el que la subida hubiera sido más rápida, y ese año es 1974 en que, tras la guerra del Yom Kippur, los países árabes decidieron el embargo de petróleo a los países que apoyaban a Israel.
En este momento el precio se multiplicó por 3,3 en apenas unos días, lo que, sumado a la subida de los tres años previos, supuso multiplicar el precio del petróleo por siete.
La otra ocasión en que el precio del crudo se disparó fue en 1979, como consecuencia de la revolución iraní: en enero el “Shah de Persia” tuvo que huir del país. En ese año el precio del barril de petróleo Brent se multiplicó casi por tres.
En el inicio de 2022 la subida acumulada de precio por el petróleo Brent ya es mayor que la que tuvo en el inicio de 1979
Pues bien, en el inicio de 2022 la subida acumulada de precio por el petróleo Brent ya es mayor que la que tuvo en el inicio de 1979. Esto se puede considerar ya, por orden cronológico, como el tercer shock petrolífero de la historia. Si la comparación siguiera siendo válida durante todo el año (lo que es mucho decir), el precio en diciembre próximo se situaría en 220 dólares (el viernes cerró la sesión en $117).
A eso hay que añadir la subida de precio del Gas Natural en el mercado europeo que, desde que en julio de 2021 superó su nivel máximo previo a la pandemia (y también el precio más elevado posterior a la crisis financiera) se ha multiplicado por seis pasando de 34 a 204 euros por MWh.
Para colmo de males europeos, el euro se ha depreciado frente al dólar un 11% desde principios de 2021, por lo que, como las materias primas cotizan en dólares, por esa vía se está produciendo un encarecimiento adicional del precio de la energía importada.
Para hacerse una idea de lo que eso significa solo hay que decir que, aunque el petróleo Brent alcanzó su precio máximo de la historia medido en dólares en el año de la eclosión de la crisis financiera (en 2008 llegó a cotizar a 145 dólares por barril justo dos meses antes de la quiebra de Lehman Brothers) en cambio su máximo precio expresado en euros es el precio actual.
Dicho con números: mientras que en julio de 2008 el precio del barril de Brent era de 90 euros el precio actual es de más de 108 euros.
De momento, ya hay señales de una disminución de la liquidez en los mercados, aunque esté siendo sigilosa
Es decir, en términos nominales, y en euros, estamos pagando el barril de Brent un 20% más caro que en plena burbuja inmobiliaria española y americana y en la cúspide del proceso económico expansivo que precedió a la crisis financiera. Más caro también ya que en 2012, el año de la segunda recesión europea seguida.
En cada uno de los años mencionados (1974, 1979, 2008-2012) lo que vino a continuación fue una recesión económica. De hecho, junto con la recesión provocada por decreto para protegernos de la Covid-19, son las cuatro recesiones más importantes de los últimos 77 años (desde que terminó la II Guerra Mundial).
Y todo ello en un momento en que los bancos centrales tendrán que subir los tipos de interés e iniciar la retirada de los estímulos para intentar contener la inflación.
De momento, ya hay señales de una disminución de la liquidez en los mercados, aunque, por ahora, esté siendo bastante sigilosa. En primer lugar, en la primera semana de la invasión de Ucrania por las fuerzas rusas el exceso de dinero que los bancos llevan a pasar la noche a la Reserva Federal de EEUU ha bajado en 255.261 millones de dólares.
También irán desapareciendo de la circulación los 250.000 millones de dólares correspondientes a las reservas de divisas rusas que no podrán ni movilizarse ni gestionarse: cuando los bonos europeos o americanos en que esas reservas están materializadas vayan venciendo, el montante correspondiente quedará inmovilizado en depósitos, sin posibilidad de volver a invertirse en los mercados financieros abiertos.
También irán abriéndose poco a poco grietas en las cañerías del sistema financiero internacional, una vez entren en vigor las medidas para expulsar a la banca rusa del sistema de mensajería interbancaria SWIFT: habrá bancos occidentales que no podrán recibir pagos que les son debidos por causa de esa prohibición. Probablemente, alguno de esos bancos necesitará ayuda de su banco central correspondiente para poder mantenerse líquido y/o solvente.
Todo eso, sin contar con el riesgo de una guerra atómica del que casi nadie se atreve hablar claramente por miedo a mentar la bicha
Naturalmente los índices de las Bolsas caerán de precio conforme las cosas se vayan complicando cada vez más, porque la economía global y las finanzas internacionales han entrado en un período de caos cuya profundidad y amplitud se pueden intuir, pero que es imposible calibrar con un mínimo de precisión. Aunque lo más probable es que esta guerra económica provoque una recesión global que, en el caso de Rusia, se convertirá en gran depresión.
Todo eso, sin contar con el riesgo de una guerra atómica del que casi nadie se atreve hablar claramente por miedo a mentar la bicha. Mejor (al menos para quien no tiene responsabilidades geoestratégicas) concentrarse en calcular cómo de profunda será la crisis económica y financiera y, quienes invierten en Bolsa, decidir si les conviene comprar con las caídas de precio o huir antes de que caigan más.
Al fin y al cabo, como dicen los analistas de BCA Research (y aunque el tema sea muy importante en lo que respecta a la supervivencia personal) en el terreno de las inversiones mejor tener una visión constructiva y olvidarse de como el riesgo nuclear puede afectar al comportamiento de las carteras de inversiones, porque “si un misil balístico intercontinental viene en dirección a ti, la composición de tu cartera de valores se vuelve irrelevante”.