Las discusiones sobre el cada vez más necesario cambio del mapa energético en algunos países están resultando verdaderamente interesantes, porque reflejan hasta qué punto los seres humanos tenemos tendencia al isomorfismo, esa inercia que nos impide entender los cambios -aunque sean tan brutalmente necesarios como este- y en qué medida podemos llegar a dificultarlos en función de esos miedos irracionales.
Estamos, sin duda, ante la mayor transición tecnológica de la historia: el abandono de los combustibles fósiles. Quemar grandes cantidades de combustibles fósiles como el carbón, los derivados del petróleo y el gas ha provocado ya cambios de tal magnitud en nuestro planeta y en las concentraciones de dióxido de carbono en su atmósfera, que podrían llegar al punto de convertirlo en un lugar hostil para la vida humana tal y como la conocemos.
Pasar a consumir energías renovables es absolutamente fundamental y fácil de entender, y quienes nieguen que esas energías renovables son la solución actual a nuestros problemas de suministro — aduciendo soberanas estupideces como que "el sol no brilla por la noche" o "el viento no sopla todo el tiempo" — deberían hacérselo mirar.
Pasar a consumir energías renovables es absolutamente fundamental y fácil de entender
Y sin embargo, en muchos países siguen existiendo absurdos movimientos de resistencia a la instalación de plantas de energía solar o eólica aduciendo todo tipo de argumentos, en su inmensa mayoría, equivocados. Que las plantas solares dañan el paisaje, que los aerogeneradores hacen ruido o son feos, que amenazan a las aves… En algunos países, la magnitud de esas resistencias a nivel local llega a ser tan importante, que ralentiza la propia transición energética, sin duda el problema más acuciante que tenemos en este momento como especie.
Los argumentos, en general, son una clara muestra de cómo tirar el niño con el agua del baño: dado que han muerto aves por colisión con las aspas de los aerogeneradores, ¿deberíamos abandonar su construcción? Lógicamente no, lo que debemos hacer es estudiar métodos para que las aves no colisionen con las aspas, entre los cuales están soluciones tan sencillas como pintar esas aspas para que las aves las detecten más fácilmente.
Como no nos gusta el paisaje que definen las instalaciones solares o eólicas, ¿debemos desistir de su construcción? No, lo que debemos hacer es acostumbrarnos a un paisaje del que esos elementos formarán una parte indisoluble. Sobre todo, porque no es, ni mucho menos, el primer cambio en el paisaje — ni el más agresivo — provocado por la actividad humana a lo largo de su historia.
¿Qué claves fundamentales debe tener la absolutamente necesaria expansión de los parques eólicos y solares? Lógicamente, conseguir el apoyo de los más afectados por ellos, que suelen ser aquellos que viven cerca de los lugares elegidos para su instalación. En ese sentido, debemos partir de una base: todos queremos energía, pero nadie quiere vivir al lado de las instalaciones utilizadas para obtenerla, un fenómeno que los anglosajones denominan como NIMBY, “Not In My Back Yard”, o “no en mi patio trasero”.
Ante esa tendencia a negar el pan y la sal a las instalaciones de generación, incluso cuando pasamos de planteamientos como las centrales de carbón o nucleares (en cuyo caso el rechazo tiene razones más que sobradas y va, tanto en lo real como en lo potencial, mucho más allá de un simple impacto visual) a unas completamente inofensivas placas solares o aerogeneradores, es preciso poner sobre la mesa algún otro tipo de incentivos.
Ante esa tesitura, un ministro británico propone una solución interesante: regalar la energía a los ciudadanos cuyas viviendas estén en las inmediaciones de un parque eólico, con el fin de eliminar el rechazo a su instalación. Esa medida, unida al diseño de instalaciones con cada vez menos impacto gracias al uso combinado del espacio que ocupan, podrían ser suficientes para tratar de disuadir la resistencia a la instalación.
Un ministro británico propone una solución interesante: regalar la energía a los ciudadanos cuyas viviendas estén en las inmediaciones de un parque eólico
Además, tanto en el caso de las instalaciones eólicas en tierra como de las solares, se habla también de su potencial en cuanto al uso adicional del espacio que ocupan, introduciendo elementos en su diseño que posibiliten, por ejemplo, el uso concurrente para ganadería o agricultura.
El desarrollo de metodologías conocidas como 'agrivoltaics' implica la coexistencia de paneles solares y cultivos de determinadas especies que no precisan de irradiación solar directa, o que incluso pueden reducir las necesidades de riego gracias a ello. La disciplina suele combinarse con una mayor sensorización y automatización de las tareas de cultivo, y dar lugar a explotaciones agrícolas o de otros tipos — apicultura, ganadería, etc. — que mejoran la productividad y que, en muchos sentidos, incorporan a la agricultura al siglo XXI.
Sin duda, la mayor transición tecnológica de la historia va a cambiar el paisaje, y tendremos que acostumbrarnos a ello. Alemania calcula que el 2% de su territorio se dedicará a albergar aerogeneradores, y todavía habrá más en sus costas — la eólica marina, con un muy fuerte desarrollo — y más superficie dedicada a parques solares.
Cuanto antes entendamos que esos cambios son absolutamente necesarios, que son para bien, y que sobre todo, resultan infinitamente menos agresivos que sus alternativas anteriores, como centrales de carbón o nucleares, mucho mejor para todos.