Mientras sigue la guerra contra los invasores rusos en Ucrania, mientras los responsables de la política monetaria tratan de atajar los devastadores efectos de la inflación, con mejores o peores ideas, esta semana ha aparecido en el tablero geo-económico una nueva ficha: la primera vuelta de las elecciones francesas.
La importancia del factor francés en el actual escenario internacional no se refiere solamente a que podemos ver reflejado en los resultados del país vecino la tendencia de nuestro propio destino en un futuro cercano. A veces ha sucedido, pero no siempre. También es un laboratorio donde se testa el pulso de la opinión pública respecto a partidos y opciones emergentes, como es el caso de Marine Le Pen.
Estoy convencida que, de no haber aparecido en Francia la opción de la derecha más allá de la derecha (ya que les molesta tanto que les llamen ultraderecha), no habría surgido un partido como Vox en nuestro país. Sin embargo, el partido socialista tradicional sigue teniendo tirón en España, mientras que en Francia la hecatombe ha sido espectacular. Bien es cierto que ese declive brutal de socialismo ortodoxo sí ha tenido lugar en nuestro país pero dentro del propio partido, es decir, se ha producido una implosión en el PSOE y se ha impuesto el sanchismo.
Los resultados del domingo han puesto de manifiesto la rivalidad, mucho más igualada de lo que muchos pensaban, entre Marine Le Pen y Macron. En ambos casos, el personaje ha desbordado al partido. Todo el mundo en la calle sabe quiénes son los candidatos pero seguramente no saben el nombre del partido por el que se presentan. En e caso de Marine Le Pen es probable que les suene el Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional) y en el caso de Macron, está claro que él es su propio partido (La República en Marcha). Es más, a Le Pen se le identifica claramente con la ultra derecha (o la derecha más allá de la derecha), incluso a pesar de la aparición de Éric Zemmour y su partido Reconquista. ¿Y Macron? Pues tiene ese cariz híbrido, acomodaticio, camaleónico que tal vez está representado por Ciudadanos en nuestro país: liberal y socialdemócrata, nieve ardiente. Indefinido. Y eso es muy molesto, excepto cuando la gente huye de polarizaciones y de la crispación social que genera. Entonces los indefinidos tienen su hueco. No es el caso de España, por diferentes razones. Pero no voy a entrar en ello.
Me interesa analizar las consecuencias económicas de la segunda vuelta que tendrá lugar a finales de abril. Pido perdón de antemano, porque como recuerda mi tuitero agricultor cordobés favorito, Tomy, más del 80% de los alimentos han subido un 10% su precio y nosotros estamos por resolver el tema a los franceses.
El factor francés es un laboratorio donde se testa el pulso de la opinión pública respecto a partidos y opciones emergentes
Sin embargo, el tema de los franceses puede salpicarnos. Por ejemplo, a pesar de haber rebajado el tono y de presentarse como europeísta, centrada (dentro de un orden) y de haber dejado a un lado el tema migratorio, los medios de comunicación no se cansan de reproducir el video en el que la líder francesa expone su intención de sacar a Francia de la OTAN, argumentando que la OTAN se creó para combatir a la URSS porque era una amenaza para Europa. Como la URSS ya no existe y Rusia no es una amenaza para Europa, ¿qué sentido tiene? A pesar de que Francia fue fundadora de la OTAN y primera sede permanente, el país vecino abandonó la estructura de mando de la OTAN desde 1966 hasta el año 2009.
Lo cierto es que durante estos años participó activamente, especialmente en las misiones de Balcanes, etc. Pero la relevancia del video de Le Pen tiene más que ver con la guerra de Ucrania y la percepción de Rusia no como un posible sino como un enemigo real de Europa. Alemania, que está pagando el exceso de confianza en el gas ruso, probablemente tendría algo que decir.
La clara posición escéptica de Marine Le Pen respecto a la Unión Europea, por más que ahora quiera hacernos creer que no es para tanto, también puede afectarnos. Porque también los brexiters querían una unión de estados soberanos en Europa. Pero esa no es la tendencia. De hecho, la diferencia entre una victoria de Le Pen o de Macron es esa: la mayor o menor soberanía. No se trata del concepto tradicional de soberanía nacional que los populismos de todos los sectores del arco político nos presentan. Se trata de la soberanía de los partidos políticos de turno para aplicar las políticas económicas que decidan.
Y eso es importante. Personalmente, veo a Bruselas como el freno al derroche de nuestros gobernantes y, por tanto, defensores, tal vez sin quererlo, de los ciudadanos que pagamos impuestos. El cumplimiento imperativo de las normas de la Unión Europea es lo que impide que los populistas nacionalicen las empresas energéticas y que Sánchez y los sanchistas tengan que pedir una excepcionalidad para, de manera transitoria, topar los precios. Ya veremos en qué consiste la transitoriedad y quién paga el pato de las consecuencias económicas de esa excepcionalidad. Porque eso es inevitable aunque no nos lo digan.
¿Qué venden partidos como el de Le Pen o el de Abascal? Ponen por delante esa idea romántica de soberanía que apenas existe ya, para una vez en el poder, tener manga ancha para aplicar las políticas económicas que les parezca. Y si nos tocara un Hayek sería fantástico, pero ¿y si no? ¿Y si nos toca un Sánchez? ¿Un Pablo Iglesias? ¿Se plantea Marine Le Pen qué puede hacer Mélenchon y sus insumisos con esa soberanía?
La alternativa es o una Europa en la misma línea que ahora: economía y defensa conjuntas, o la incertidumbre de quien ocupe el sillón de mando. Es decir, susto o muerte. Mi voto va por decapar la grasa estatal, el exceso de poder, devolver el dinero a los bolsillos de los ciudadanos y reducir las funciones del Estado a las subsidiarias, y una recuperación sin excusas del estado de Derecho. Malos tiempos para la libertad.