Ya puede decirse que 2022 está teniendo en sus cuatro primeros meses el peor inicio de año de la historia reciente para las Bolsas y para los mercados de deuda pública y de renta fija privada.
La semana pasada un buen artículo sobre tráfico marítimo internacional de mercancías se titulaba así: el confinamiento de Shanghái aún no está causando el caos en la cadena de suministros.
Con solo ese titular ya puede adivinarse cómo está el patio…
Aunque, para alivio del lector, el especialista en tráfico marítimo, Greg Miller, continuaba: “los tiempos de espera de los contenedores antes de volver a ser utilizados, la congestión del puerto o las cancelaciones de viajes ya comprometidos entre China y EEUU de barcos mercantes no están siendo tan graves como se pensaba… Pero, porque se haya evitado el caos, de momento, no quiere decir que se vaya a evitar en el futuro. Es demasiado pronto como para ver las últimas consecuencias”
Así está todo en la situación actual: el caos se está evitando. De momento. Es demasiado pronto para estar seguros de nada…. Es una buena descripción de cómo están los mercados de todo tipo desde el inicio del año: o en el caos (mercados de bonos y de materias primas); o a punto de estarlo (Bolsas); o temiendo que irrumpa en cualquier momento (morosidad del crédito, quiebra de empresas de compraventa de materias primas…).
Los índices de las Bolsas europeas y norteamericanas están teniendo este año una tendencia a la baja
A pesar de todo, desde comienzos del año 2022, en esta columna nos hemos estado orientando en medio de ese caos por una comparación con el pasado que ha funcionado bastante bien y que nos había llevado a la conclusión de que se produciría una fuerte caída de las Bolsas, así como una subida del precio de la energía y de las demás materias primas. Y es que la evolución del precio de los activos tiene un extraordinario parecido con la que tuvieron en 2008.
Eso es tranquilizador, porque nos permite tener una brújula o GPS con el que orientarnos, y aterrador a la vez, porque 2008 fue el año en que la crisis financiera entró en su etapa aguda y vio como quebraba buena parte de la banca de EEUU y (algo menos) de la de Europa.
En los casi cuatro meses transcurridos de 2022 casi todo, excepto el dólar, se está comportando de la misma manera que lo hizo en el año 2008. A veces, con una extraordinaria y extraña precisión.
Así, los índices de las Bolsas europeas y norteamericanas están teniendo este año una tendencia a la baja que en muchas ocasiones incluso coincide día por día con las pérdidas que iban teniendo entonces.
Algo parecido les sucede a los metales industriales que, si en 2008 subieron de precio un 28% hasta el 5 de marzo, en 2022 han subido un 26% hasta el 7 de marzo, para, en ambos casos, iniciar a partir de esas respectivas fechas una caída que, en 2008, ya continuó durante todo el año y que, visto lo bueno de la comparación, hace concebir esperanzas de que en 2022 vaya a suceder lo mismo.
La caída de precio de los metales industriales desde principios de marzo está siendo algo más intensa esta vez que en 2008.
Esas esperanzas, sin embargo, vienen como un caramelo envenenado: la entrada en recesión de las economías occidentales en aquel año hizo que el precio de los metales industriales decayera por falta de demanda. La caída de precio de los metales industriales desde principios de marzo está siendo algo más intensa esta vez que en 2008.
Si miramos a las materias primas agrícolas el panorama es parecido: si en 2008 subieron un 30% hasta el 12 de marzo, en 2022 han subido un 29% hasta el 8 de marzo, en los dos casos para retroceder en las semanas siguientes y recuperar después sus valores más altos, y, en el caso de 2008, iniciar una bajada de precio muy fuerte a partir del mes de junio.
Esto sí que nos da una esperanza sin efectos secundarios pues, si la caída se produjera también esta vez desde el inicio del verano, llegaría a tiempo de evitar una hambruna que ya teme a estas alturas del año todo el mundo, hambruna que podría afectar a 500 millones de personas y que vendría provocada por la desaparición del mercado mundial de todo o parte de los productos agrícolas procedentes de Ucrania y Rusia y por el encarecimiento de los fertilizantes, lo que hará que se les utilice en menores cantidades, por lo que las cosechas serán más pobres.
En algunos momentos de estos meses atrás parecía que estábamos abocados a una subida porcentual del precio del petróleo Brent similar a la de uno de los dos peores años de la historia
Para hacerse una idea, baste citar que el Instituto Internacional de Análisis del Mercado del Arroz estima que, como mínimo, la cosecha de este alimento fundamental para medio mundo puede caer más del 10% por la causa citada del encarecimiento de los abonos, que reducirá la producción en China, India, Bangladesh, Indonesia y Vietnam.
Vemos pues cómo el ciclo industrial alcista del precio del gas (y su secuela, el de los fertilizantes), se cuela en el ciclo agrícola, de la misma manera que las alteraciones del ritmo de las crecidas del Nilo se transformaban en los siete años de escasez del sueño del Faraón que supo interpretar José.
Si nos vamos al terreno de la energía, la comparación con 2008 sigue siendo pertinente, aunque con un encarecimiento superior ahora que entonces. Tanto que, en algunos momentos de estos meses atrás parecía que estábamos abocados a una subida porcentual del precio del petróleo Brent similar a la de uno de los dos peores años de la historia, la de 1979.
Por el momento, el precio se ha moderado y se mueve entre un año de fuertes subidas porcentuales, el 2008, y uno de subidas extraordinarias, el 1979. La conclusión es que, como ya sabe todo el globo, la energía también conspira para llevar a las economías a pasar por una situación enormemente apurada.
En 2008, el precio de la energía cayó desde principios de julio, pero por una razón poco tranquilizadora: se hizo ya evidente que la economía de EEUU estaba en recesión desde seis meses antes.
En fin, que parecemos encaminados a que la economía global reproduzca este año lo que le pasó en 2008
En fin, que parecemos encaminados a que la economía global reproduzca este año lo que le pasó en 2008, con las consecuencias que todos sabemos: graves problemas para el sistema financiero internacional y la mayor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.
No necesariamente esta vez tendría que ir acompañada de una crisis financiera, pues rara vez, dos crisis tan próximas en el tiempo se manifiestan de la misma forma, aunque está por ver el impacto que tendrán en los bancos las pérdidas en sus carteras de bonos y por los préstamos a las grandes empresas que comercian con materias primas.
Desde luego, la caída de precios de las emisiones de renta fija está siendo parecida, en peor, a la de 2008, aunque ahora, aparentemente, sin que las carteras de inversión estén minadas por los “productos tóxicos” de entonces.
La única escapatoria de este bucle siniestro sería que a partir de algún momento próximo el parecido con 2008 se terminara, aunque con el riesgo de que el final de las similitudes en vez de ser para mejor fuera para peor.
Solo hay un activo que está tomando el rumbo contrario al de 2008, la cotización del dólar, entonces muy débil y ahora fuerte, lo que hace que las pérdidas medidas en dólares sean más abultadas en las Bolsas de Europa, Japón y China que en EEUU, además de encarecer la factura energética en toda la zona euro y en Asia-Pacífico. Esa factura que el gobierno no acaba de entender que no debe subvencionar, salvo a los sectores estratégicos, so pena de tirar piedras sobre su (nuestro) propio tejado.
En fin, tal y como van las cosas seguimos para bingo: o nos cortamos con el encarecimiento de la energía, los metales industriales y las materias primas agrícolas, o nos resbalamos con una desaceleración económica intensísima, si es que no una recesión. Como en tantas ocasiones, no sabremos si no será peor el remedio que la enfermedad.