El lenguaje arrabalero se ha colado en el Consejo de Ministras. Y no precisamente, como en el tango de Carlos Gardel, por su “melodía de arrabal”. De aquí a las elecciones, nuestros castos oídos no pararán de escuchar los “¡a ti te tiemblan las piernas!” y los “¡pues anda que a ti…!”.
No hay que alarmarse por ese lenguaje, impropio de una escuela de urbanidad. Cuando se pierden los nervios, se cuela por doquier. Se coló hasta en el Concilio Vaticano II.
Todo parece discordia. Todo huele a “corrimiento de tierras” electoral.
Hasta los mercados están cometiendo un acto luterano de rebeldía y no prestan atención a los mensajes de los bancos centrales. Han decidido que están preparados para salvarse sólo por la fe, y les da lo mismo lo que prediquen Christine Lagarde desde el BCE o Jerome Powell desde la Reserva Federal.
Aunque parezca asombroso, los mercados se han mostrado partidarios del “libre examen” y no aceptan el “principio de autoridad” de los bancos centrales. Sólo la fe en que la Reserva Federal “pivotará” (o, dicho en román paladino, que cambiará pronto su política monetaria a otra mucho menos dura o, incluso, que dejará de subir los tipos de interés) parece interesarles porque, gracias a eso, prosperarán ellos mismos (i.e. subirán las bolsas).
Desde mediados de octubre están teniendo éxito y se están saliendo con la suya, en una especie de sordera voluntaria a lo que los banqueros centrales dicen y, si bien escuchan sus peroratas, lo hacen sólo para buscar la frase que les gusta más, y aferrarse a ella, porque es la manera de que los precios de las acciones sigan subiendo.
El acto volitivo de hacer subir los precios tiene unos visos exagerados en esta ocasión, en que la bolsa de EEUU (representada por el índice S&P 500) está teniendo el mejor inicio de año desde 1987 y sube un 7,7% en poco más de un mes.
No es buena idea oponerse a lo que hacen o anuncian que van a hacer los bancos centrales, olvidándose del adagio viejo y conocido de “no te opongas a lo que hace la Reserva Federal”, pero, de momento, no parece que desafiarla esté resultando demasiado peligroso.
Con ese enfrentamiento, el saldo de lo sucedido en las bolsas desde el 3 de enero de 2022 se puede describir diciendo que, desde su máximo nivel alcanzado en aquella fecha hasta hoy, el índice general de la bolsa de EEUU conocido como S&P 500 ha caído un 13,7%. Esa caída ha sido fruto, primero, de una bajada fortísima de algo más del 25% entre enero y mediados de octubre del año pasado; una fase de recuperación hasta el 30 de noviembre; una nueva bajada, en diciembre, hasta perder la mitad de todo lo recuperado, y otra fase de subida que se inició con el año 2023 y que ha llevado el índice a un punto algo superior al de finales de noviembre pasado.
En suma, una gran bajada, seguida de intentos oscilantes de recuperación que parece que van consolidándose, por ahora.
Mientras eso sucede, siguen publicándose datos contradictorios sobre la marcha de la economía global. Si la semana pasada comentábamos que el comercio mundial evolucionó muy mal en el último trimestre del año 2022, en esta semana se ha visto que, en consonancia con ello, ha seguido bajando la cotización del Índice Báltico Seco que, desde las vísperas de Navidad, ya pierde un 64%. Y ello a pesar de que la economía china ha reanudado su actividad económica normal, tras las Fiestas del Año Nuevo Lunar: habitualmente tras esas fiestas se vuelve al ritmo cotidiano, y eso se nota en que revive la demanda de transporte marítimo de materias primas sólidas, lo que hace subir su coste y, consiguientemente, los índices como el Báltico, donde esos costes de los fletes quedan reflejados.
Pero, con independencia de mejores o peores datos, hay uno muy potente, y es el ritmo al que crece el empleo en EEUU, pulverizando todas las previsiones de crecimiento y contratación de trabajadores. De manera que ya se está acuñando un verbo que antes sólo se utilizaba para los especuladores, estraperlistas, agiotistas y gentes de mal vivir: el verbo “acaparar”.
Los mercados se han mostrado partidarios del “libre examen” y no aceptan el “principio de autoridad” de los bancos centrales
Sí, señores. En EEUU, desde después de la fase aguda de la pandemia, se empezaron a acuñar frases y modismos de todo tipo para intentar describir, ya que no explicar, el fenómeno de que, aparentemente, mucha gente no volvía, tras los confinamientos y cuarentenas, a ocupar su puesto de trabajo. Se dieron mil explicaciones del fenómeno, ninguna buena, lo que ya es decir entre economistas, cuya imaginación es portentosa y teológica a la hora de explicar los fenómenos pasados.
El modismo utilizado para describirlo, ya que no explicarlo, fue el de “la gran dimisión” de los trabajadores de EEUU. Elevando así una baja laboral a la categoría de dimisión se le daba al fenómeno un empaque y una eufonía maravillosos. Pero, ¿por qué la gran dimisión? Las explicaciones fueron desde el miedo al contagio en el lugar de trabajo, por causa de una Covid todavía no controlada (hablamos del otoño-invierno de 2020-2021) hasta la “vida muelle” facilitada por los cheques que la Administración estuvo enviando a los ciudadanos, primero con Donald Trump y después con Joe Biden, y que estuvieron llegándoles hasta el mes de septiembre de 2021, lo que, supuestamente, permitía vivir a mucha gente gracias a esas y otras ayudas.
Otra explicación era que, el hábito de quedarse en casa cuidando de la prole, había arraigado entre los norteamericanos, como si el hábito, la obligación y el placer de hacerlo excusara de la necesidad de buscar cómo “haber mantenencia”… También el ahorro acumulado durante la pandemia estaría permitiendo tal cosa.
En fin, poca explicación de verdad para tanto fenómeno, que está llevando a ese nuevo modismo que consiste en decir que las empresas de EEUU están “acaparando trabajadores”. O, dicho de otra manera, ya no sólo se acaparan productos escasos, capital o materias primas, se acaparan también trabajadores (o recursos humanos si se quiere complacer con el lenguaje a los antes llamados jefes de personal). Acaparadores de recursos humanos… Casi suena como entre La Guerra de los Mundos, Alien y Blade Runner.
Una de las manifestaciones más asombrosas del “acaparamiento” de trabajadores se estaría dando en el sector de la construcción de EEUU en el que, a pesar de la crisis por la que pasa y de la recesión en la que está inmerso, las empresas constructoras no despiden a sus empleados por miedo a no poder encontrar mano de obra una vez pase la crisis.
Un ejemplo claro de algo bien sabido, pero siempre olvidado: que todo fluye entre movimientos pendulares, y que en este momento el péndulo está siendo favorable a los intereses de las “fuerzas del trabajo” (no tanto a “las de la cultura”…).
Y aquí estamos, acaparando de todo; desafiando a los bancos centrales y despilfarrando lenguaje tabernario…
Oyendo a las ministras nadie diría que las decisiones del Consejo son colegiadas, aunque, habida cuenta de que quien manda es quien manda, y los demás son monaguillos (como muy acertadamente reconocía hace poco Emiliano García Page), lo último que se cree nadie es que se hayan tomado decisiones colegiadas de ningún tipo.
Pero, insisto, no hay que demudarse por ello. Las decisiones colegiadas no suelen ser frecuentes. A los que les gustaban las decisiones colegiadas en el Concilio Vaticano II les solía repetir el Cardenal Ottaviani que, en la Iglesia, la única decisión colegiada había sido la huida de los discípulos de Cristo del Huerto de Getsemaní. El mismo y pobre Cardenal Ottaviani (el guardián de las esencias) al que, en plena discusión conciliar, un contrario mandó con cajas destempladas diciéndole (menos mal que era en latín): “¡Vade in merdam!”, que espero que no sea necesario traducir.
Ya ven, el lenguaje lleno de verdulerías se coló hasta en el Concilio Vaticano II.
¡Errare humanum est!