“Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego” (Gandhi).
Los conflictos armados, los homicidios, el terrorismo y otros tipos de violencia obstaculizan la productividad y la creación de riqueza teniendo un fuerte impacto en las familias de todo el mundo.
En el artículo de esta semana, analizaremos las sensaciones de seguridad alrededor del mundo, consideraremos la repercusión económica de la violencia y repasaremos las 50 ciudades más violentas del planeta.
Esta clasificación resume los resultados del Índice de percepción de seguridad 2023 del Institute for Economics and Peace, donde se revela que los países más afectados del mundo son Camerún, Brasil, Gabón, Mozambique, República del Congo, Guinea, Sierra Leona y Mali:
Aquí podemos observar el detalle por países. De primeras, la lista es muy peculiar. No sólo porque los tres mejores sean Uzbekistán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, sino porque España está en un pésimo puesto 70:
La primera explicación radica en que el concepto “percepción de seguridad” usado en el estudio se refiere al riesgo percibido por los encuestados como combinación de lo experimentado y de lo que les preocupa en cinco ámbitos: alimentos y agua, crímenes violentos, clima severo, salud mental, y ansiedad provocada por el trabajo.
Sólo se me ocurre que los dos últimos epígrafes ponderen mucho y los tres primeros poco. Alternativamente, puede que la gente responda con miedo en los países autoritarios. O simplemente, nos quejamos con demasiada facilidad en los países mediterráneos:
Lo que queda claro es que el crimen violento es el ámbito en el que los niveles de preocupación superan sustancialmente los niveles de experiencia de daño (tanto del sufrido de primera mano como de segunda):
En 2019, el impacto económico de la violencia en la economía mundial ascendió a 14,4 billones de dólares en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA) constante. Esto equivale al 10,5% del PIB mundial (1895 $ por persona). El impacto mejoró por segundo año consecutivo en 2019, disminuyendo un 0,4% (64.000 millones de dólares) con respecto al año anterior:
Veamos la nueva clasificación que anualmente publica el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal de las 50 urbes (poblaciones superiores a 300.000) con más homicidios por cada 100.000 habitantes en 2022: 17 están en México (además, de las diez más violentas, nueve son mexicanas), 10 en Brasil, siete en Estados Unidos (el único país desarrollado en la lista), seis en Colombia, cuatro en Sudáfrica, dos en Honduras, una en Jamaica, una en Haití, una en Ecuador y una en Puerto Rico.
En el ranking de 2022, al igual que en el del año anterior, no se incluyeron ciudades de Venezuela a falta de información mínimamente confiable. Es probable que al menos cuatro ciudades venezolanas tengan tasas de homicidios como para figurar y, en tal caso, las cuatro últimas ciudades no deberían aparecer en el listado.
Según la ONG que elabora el ranking, “La situación de las urbes de México es el resultado de políticas fallidas aplicadas en lo que va de siglo, que han consistido en tolerar la violencia de los grupos criminales y la existencia de sus milicias privadas, que desafían el monopolio del Estado sobre la violencia. Pero la peor de esas políticas es la vigente, la del presidente AMLO: ‘abrazos, no balazos’. No existe antecedente en el mundo de un gobierno nacional que haya adoptado como política de seguridad pública la de dar manos libres a los criminales y encima lo proclame abiertamente”.
Es lo contrario de lo que ha hecho Bukele en El Salvador. Este país era uno de los más inseguros del mundo. Su capital San Salvador solía figurar en este ranking, pero dado que se trata de una nación pequeña y la lista sólo se centra en ciudades con más de 300.000 habitantes, no solía dar una idea de la realidad de allí. Las maras (bandas ultraviolentas) tenían arrodillado al país: Salvatrucha y Barrio 18.
El presidente salvadoreño ha conseguido que la grandísima mayoría del Congreso le conceda el régimen de excepción infinidad de veces (dura 30 días prorrogables) para declarar una guerra sin cuartel contra los terroristas callejeros. El ejército ha encerrado ya a más de 50.000 de estos delincuentes y se ha construido una megacárcel nueva porque no dan abasto las actuales.
El descenso en el número de homicidios es bestial, es decir, la efectividad ha sido espectacular. Los mareros habían asesinado a unos 125.000 inocentes hasta que Bukele actuó. El ataque ha sido tremendo: hacinados aposta, dos comidas al día y duermen sin mantas ni colchones. La premisa es que los pandilleros tienen menos derechos que los ciudadanos honrados. De hecho, Bukele hace alarde de ello para que los pocos que quedan fuera sepan lo que hay.
La estrategia es sencilla: los mareros tienen tatuajes identificativos muy claros (nadie los lleva si no pertenecen a las maras porque serían asesinados por los miembros) y se ha facilitado el sencillo número 123 para que los ciudadanos den información. En la cárcel, mezclan a los mareros de ambas bandas, nada de separar para evitar problemas.
La condena es de al menos 20 años de cárcel y los juzgarán para liberar a los que puedan haberse encarcelado injustamente. Hay muchas críticas por parte de los países desarrollados en relación con la violación de los derechos humanos (si viviéramos allí, a lo mejor las críticas serían menores), pero lo cierto es que la aprobación de Bukele es abrumadora (93% de la población).
Martin Luther King dijo: “El hombre nació en la barbarie cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgó una conciencia. Y ahora ha llegado el día en el que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro”.