Ha transcurrido menos de una semana de las elecciones del 23 de julio y el vencedor aparece como un perdedor, el segundón se erige en héroe victorioso, los partidos menores que pierden votos echan la culpa a todos los demás y los españoles no tenemos del todo claro qué gobierno vamos a tener.

La estrategia triunfalista de Feijóo explica que su victoria haya sabido a poco, comparado con las expectativas tan infladas que se habían generado a su alrededor. Sánchez, por el contrario, dado que siendo un narcisista patológico el triunfalismo lo tiene de serie, eligió como estrategia un clásico: el miedo al fascismo.

Probablemente Feijóo pretendía contrarrestar su aire de recién llegado, sin presencia en el Congreso y explotar su buen hacer en el primer debate. Pero los errores de la última semana le pasaron factura y no parece que vaya a formar gobierno.

Sánchez, por su parte, esta misma semana ha recibido un par de jarros de agua fría por parte del independentismo catalán: Clara Ponsatí, Puigdemont y Junts xCat, sabedores de su poder de negociación, reclaman amnistía y referéndum. Hace pocos años, estas reclamaciones parecerían inauditas. Hoy no. ¿Qué ha pasado entre medias?

Leo al profesor Nayef Al-Rodhan quien, en el año 2016, publicaba en Global Policy un artículo sobre la selección natural de las ideas. El mensaje general del artículo se centra en que los seres humanos nacemos amorales y oscilamos entre la moralidad y la inmoralidad dependiendo de múltiples factores, entre los que destaca el propio interés y el contexto en el que nos desenvolvemos. Y en ese entorno compiten las ideas por su supervivencia.

Los seres humanos nacemos amorales

Entre los prerrequisitos que el profesor Al Rodhan propone para que las ideas sobrevivan y florezcan me llaman la atención dos.

En primer lugar, las ideas deben dar cuenta de los atributos emocionales, amorales y egoístas de la naturaleza humana. Esto quiere decir que deben satisfacer los cálculos que instintivamente realizamos sobre lo que maximiza nuestras posibilidades de supervivencia, y nuestra emocionalidad, por encima a menudo, de nuestra racionalidad.

En segundo lugar, las ideas deben basarse en el conocimiento derivado de las "mejores verdades disponibles basadas en la razón". De acuerdo con el artículo, las fuentes del conocimiento proceden de una combinación del empleo de la experiencia sensorial y la razón, ambas sujetas a interpretación. Eso implica que “nuestra” verdad, en muchas ocasiones, es indeterminada, y se forma a partir de factores contextuales. Al-Rodhan deja claro que eso no impide que haya conocimiento que trascienda el tiempo y el lugar. Pero, en general, las ideas que se adhieren a fuentes de conocimiento específicas de cada entorno cultural tendrán más probabilidades de perdurar.

Las ideas que sobreviven nos conducen a sistemas políticos más estables y, por el contrario, las que propugnan la superioridad de un grupo frente a otro y, por tanto, conflicto, tienden a perecer.

Independentismo

¿Podemos afirmar que las ideas independentistas han sobrevivido? No. Pero se ha impuesto el relato sanchista de no confrontación, excepto con lo que han pintado como una ultraderecha fascista que nos va a arrancar el pan de la boca y va a exterminar a los homosexuales. Por suerte, en este país, la libertad sexual no tiene vuelta atrás. De nada ha servido el ejemplo de Meloni en Italia, que aún no ha fusilado a nadie, sino que, más bien al contrario, parece que está comportándose con sensatez. No importa, el PSOE ha metido el miedo en el cuerpo asociando PP y VOX, desoyendo las palabras del propio Feijóo, y se ha presentado como el presidente que no va a confrontar los problemas. Y eso es imbatible. Porque los españoles no estamos para jaranas. Nos da mucha pereza el conflicto. Y la sociedad no parece dispuesta a pasar de nuevo por un artículo 155 y demás. No importa nada más.

¿Qué puede frenar a Sánchez? ¿Qué puede impedir que Cataluña se erija en república independiente, de nuevo? Desde mi punto de vista, ni la Constitución, ni la justicia, ni el rey. La Unión Europea puede poner límites al gasto, llamar la atención al gobierno, imponer multas, retirar ayudas. También puede decidir que la posible república catalana se ponga a la cola detrás de Ucrania, Montenegro y otros candidatos a entrar en el club. Colar a Cataluña, sabiendo que su intención es recibir fondos y sacar partido de ello, no termino de verlo.

Y un conflicto con la Unión Europea es menos aceptable que un conflicto con Puigdemont. Al fin y al cabo, nos sostienen económicamente. No mordamos la mano que nos da de comer.

Pero ¿qué pasa con las ideas económicas? ¿Se da también la teoría darwiniana de las ideas? Creo que sí: la que mejor se adapta, sobrevive. ¿Adaptarse a qué? A ese contexto cambiante en el que se fraguan las “mejores verdades disponibles basadas en la razón”. Que no son otra cosa que los relatos más aceptables para no tener que afrontar las cosas desagradables. Como, por ejemplo, los ajustes. Nuestras “verdades económicas adaptativas” presentes proceden del relato abanderado por Varoufakis, cuando, tras descubrirse el descalabro griego, y ante la necesidad imperativa de realizar ajustes, se inventó el término “austericidio”.

Deuda pública

A partir de ahí, y gracias al servicio prestado por determinados analistas y teóricos de la economía, se empezó a gestar la idea de una deuda pública que no se iba a devolver “por justicia social”. Estas ideas, por más peregrinas que habrían parecido años antes, encajaban perfectamente para lograr disipar el conflicto, no necesariamente manteniendo principios morales, e incluso, pervirtiendo conceptos sacrosantos como justicia y solidaridad.

Hoy estamos con “que paguen los ricos”, “no dejar a nadie atrás”, “el gasto público genera riqueza” o “el empleo público es tan productivo como el empleo de las empresas privadas”. Todas ellas ideas que se han adaptado a las necesidades amorales, egoístas y emocionales de los ciudadanos. Pero no por ello acertadas.

Lo que se les escapa a quienes defienden la independencia catalana y las ideas económicas acomodaticias es que acaban generando privilegios y discriminación, y eso lleva a conflictos entre la población. Y tal vez ésta va a ser la manzana podrida que dé al traste con semejantes propuestas.