Decía Mario Bunge en La ciencia. Su método y su filosofía (2004) que "la concepción del mundo del hombre contemporáneo se funda, en medida creciente, sobre los resultados de la ciencia: el dato reemplaza al mito, la teoría a la fantasía, la predicción a la profecía". Cierto es que se refiere al saber puesto al servicio de la sociedad, no a veleidades políticas. Para él, la ciencia como actividad pertenece a la vida social: "En cuanto se la aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología".

Pero, desde su punto de vista, esto no es lo más importante, sino que "la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien en sí mismo, esto es como una actividad productora de nuevas ideas". Si es cierto, como afirma Bunge, que lo que distingue la cultura contemporánea de las anteriores es esta ciencia que se apoya en una metodología, empiezo a pensar que estamos ante un cambio de era cultural.

La razón es que somos críticos con las medidas económicas del presente Gobierno. Simplemente

Observando y reflexionando, en esta semana de canícula, acerca de lo que está pasando entre los economistas españoles, me siento un poco avergonzada. Que varios economistas sintamos la necesidad de defendernos porque se pone en cuestión, no ya la buena fe, sino nuestra profesionalidad, capacidad, formación, validez, llegando a hacer lo posible para que alguno pierda su trabajo, mediante una trama que consistía en mandar mails maliciosos a sus clientes para hundirle, dice mucho al respecto.

En tono pausado, en conversaciones a nuestras espaldas, y mediante insinuaciones en redes sociales, se nos minusvalora e invalida como economistas. La razón es que somos críticos con las medidas económicas del presente Gobierno. Simplemente. Por supuesto, se atreven a hacer una medio crítica moderada, como para revestirse de cierta neutralidad y que nadie les señale, pero hay silencios atronadores y, a veces, ponerse de perfil, no es una opción.

Se agarran a su dato, a su método, a su interpretación. Pero no se te encaran de igual a igual, contrastando posturas, como se suele hacer cuando se busca la verdad. Te atacan personalmente y deciden, como si estuvieran ungidos por la verdad, la única, que es la suya, que tú no eres economista, que no sabes de qué hablas, que actúas con maldad, al servicio de alguien, o que tu causa es estrictamente política. Y me acuerdo de mi fallecido amigo Ignacio Tomás, que me explicaba que la perversión consiste en acusar a otro de lo que tú haces para que los focos y las miradas vayan al inocente, manchando su reputación, de forma que quedes limpio de todo mal ante la sociedad.

La salvaguarda de Bunge ante este penoso fenómeno era la epistemología, el estudio del cómo hacemos ciencia. Porque el cómo es igual o más importante que el qué. Bajar impuestos o reducir la deuda pueden hacerse de diferente modo y uno llevará a mejorar la situación y otro a empeorarla. Para Bunge, el científico que sabe de epistemología "no confundirá lo que se postula con lo que se deduce, la convención con el dato empírico, la cosa con sus cualidades, el objeto con su conocimiento, la verdad con su criterio" y esto "le impedirá confundir prueba lógico-matemática con verificación empírico-lógica y le ayudará a sopesar el soporte empírico de las teorías (…) no tomará "precedencia" ni "predictibilidad" por "causalidad", y no reducirá la explicación científica a su especie causal".

La perversión consiste en acusar a otro de lo que tú haces para que los focos y las miradas vayan al inocente

La ciencia, también la económica, avanza porque se cuestiona lo que hay, porque se contrastan teorías y métodos, porque se proponen soluciones nuevas a problemas de siempre, y se descubren nuevos problemas a partir de las soluciones convencionales. La ciencia no se queda en el consenso, en lo que todos dicen y piensan. Tampoco es la patria de lo conveniente: ni de lo que conviene a la sociedad, ni lo que conviene al político de turno.

Sigo al filósofo argentino cuando concluye que "para quien no enfoca la ciencia con una actitud filosófica e histórica, toda fórmula científica es trivial en cuanto a manejarla, y la teoría más reciente es la definitiva o por lo menos la penúltima". En ese punto se encuentran muchos de los economistas ortodoxos que nos señalan con el dedo, en la penúltima versión definitiva. Y es un error. Porque, en este afán, como señaló Hayek en su discurso de recepción del Premio Nobel de Economía en 1974, elegimos las variables medibles y les otorgamos la condición de relevantes solamente por esa razón, despreciando aquellas que son verdaderamente relevantes pero no medibles.

Hacemos una ciencia a la medida de nuestras posibilidades y, a veces, de los intereses creados de terceros. Nos dejamos comer por el "maravillosismo" de la herramienta, en lugar de atender a nuestro objeto de estudio, y a la esencia de la disciplina a la que nos dedicamos.

La economía también se ha infectado del virus que nos invade: el narcisismo

La economía es una ciencia humana, con toda la complejidad que ello implica. Añadiría a este sombrío panorama, que, como hija de nuestro tiempo, la economía también se ha infectado del virus que nos invade: el narcisismo. Es el análisis alimentando al ego del investigador, a veces de forma evidente, y muchas otras, inconscientemente. Porque es un duro golpe para el ego bajarse del púlpito y escuchar, contrastar, imaginar que el otro tiene toda o parte de razón. A favor del ego tenemos una avalancha de artículos "convenientes" que te dan la razón. En contra, tenemos la realidad.

Volviendo al principio, si la concepción del mundo del hombre contemporáneo se funda sobre los resultados de la ciencia, me pregunto si, en el caso de la economía, el dato, la teoría y la predicción no han sido sustituidas por el relato, el ego y la conveniencia, y a qué concepción del mundo corresponden los resultados de la ciencia económica de hoy, en nuestro país. Y lo peor es la contingencia: todo es fruto del enconamiento político, que logra poner y quitar "experto", del que se deshace cuando ya no sirve a sus intereses. Mi conclusión es clara. Despoliticemos la economía política. Comportémonos como científicos, no como políticos.