En el franquismo sociológico destacó el pueblerino. Paco Martínez Soria lo sublimó en la película “La ciudad no es para mí” (1966). Ese pueblerino no era tonto; era listo. Eso sí, ligeramente ingenuo y buena, buenísima persona.
El pueblerino desataba simpatía en sus conciudadanos. Era feliz en su ambiente y dispuesto a sacrificarse por los demás. La esencia del buen ciudadano.
Se llevaba bien con todos los de su pueblo, con el alcalde, la guardia civil, el cura (siempre había un guardia civil y un cura), con sus vecinos mayores, con las mozas y mozos, con los izquierdistas y con los derechistas.
Pero también era un inadaptado al ritmo frenético de la ciudad. Inadaptado a las envidias e intrigas de la gran urbe. Inadaptado a esa vida compleja, que quizás entendía, pero no compartía.
¿Cómo hubiera sido su personaje en una España de trenes AVE, coches eléctricos, drones aéreos, aeropuertos llenos, … y Congreso plurilingüe? Intuimos que el “gran cómico” lo hubiera representado con una mirada de asombro y, a la vez, de conmiseración. Asombro por lo que supone de ingenio y conmiseración por la presión que ejerce sobre la vida de los españoles.
Asombro por lo que supone de ingenio y conmiseración por la presión que ejerce sobre la vida de los españoles
El personaje de la película era de un pueblo aragonés. Representaba la bonhomía, la franqueza y, a su vez, la tozudez de querer vivir con sus conciudadanos de toda la vida. Vida sencilla, sin dobleces en la que brillaba el sentido común.
No sé si el personaje de Paco Martínez Soria existe aún en esa España que dicen vaciada. Una de las consecuencias de las últimas elecciones ha sido la desaparición en el Congreso de diputados de candidaturas como “Teruel existe”. Los candidatos de esas candidaturas efímeras distan mucho de la figura representada por Martínez Soria, en realidad son urbanitas disfrazados. Pero, aunque ahora están ausentes, habrían podido decir, con algo de autoridad, lo que piensan sus convecinos de pueblos de su provincia
Imaginemos que Paco Martínez Soria hubiera llegado a este Congreso de la mano de una de esas candidaturas que fueron flor de un día ¿Qué haría?
Recibiría el famoso “pinganillo”. Sabría para que sirve, no es un indocumentado. Pero se preguntaría: ¿para qué lo necesito si en la cafetería del Congreso hablo sin pinganillo y nos entendemos? ¿Para qué complicarse si todos me entienden? ¿o no me entienden?
También pensaría: ¿Qué raros estos compañeros míos diputados y diputadas? (no sé si haría esta distinción de género, pero por no ir contra el pensamiento correcto lo pongo así); mira como la lían, pudiendo hablar todos en el mismo idioma ¿será que no quieren que les entiendan o entender a los otros?
No sé si el personaje de Paco Martínez Soria existe aún en esa España que dicen vaciada
¿Cuándo negocien entre los grupos parlamentarios, lo harán a través de traductores? Eso complicará las negociaciones. Pues ya se sabe: “traductore, traditore (traductor, torcedor)”. Nunca se traduce exactamente lo que se dice.
En un momento determinado nuestro personaje leería el Diario de Sesiones del Congreso para enterarse de algo que le interesaba en particular. Figurarían las diversas intervenciones en su lenguaje original y su traducción al castellano. Habría que comprobar si la traducción era correcta en su forma y, sobre todo, en su fondo.
En las comisiones habría también pinganillos. Allí hay varios grupos con varios diputados ¿y en las ponencias de pocas personas? Pues también (¿o no?).
Como ocurre en la película, es posible que el personaje acabara volviendo a su casa. Donde le entienden y los entiende. Lo haría sin enfado ni ira. Simplemente lo dejaría porque la “Babel”, en la que se habrá convertido el Congreso, podría acabar como dice la biblia.
Dios, convencido de que los constructores de la “Gran Torre” habían caído en la soberbia de creerse todopoderosos, los confundió dividiéndolos en sus lenguas y aquella civilización desapareció en el olvido.
Babel aparece en el horizonte siglos después de la construcción de España por los Reyes Católicos: por Isabel, reina de España por serlo de Castilla y, sobre todo, por Fernando, que le sobrevivió y fue rey de España por serlo de la corona de Aragón.
Para Paco Martínez Soria, con su sentido común, el problema sería: ¿peligran nuestras pensiones? ¡Eso sí que no puede consentirse, se hable lo que se hable!
** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE.