El Sr. Milei, ha presentado esta semana el mayor proyecto de liberalización de la historia argentina que junto al de reducción del binomio gasto-déficit público configura una ambiciosa estrategia de recorte del tamaño y de la presencia del Estado en la actividad económica. Como es habitual, la izquierda mundial y, en especial, la celtíbera califican los planes del presidente argentino de ultraderechistas por su pretensión de desmantelar el sistema que ha convertido a la, in illo tempore, riquísima Argentina en un Estado tercermundista: un 40% de la población sumida en la pobreza y una economía en las antesalas de la hiperinflación. Ese es el legado real del peronismo, el Partido-Estado más duradero del siglo XX, mucho más que su predecesor de mayor éxito en esas lides, el PRI mexicano.
La política económica planteada por Milei es todo menos radical. Por un lado se trata de un clásico programa de ajuste macroeconómico (disciplina presupuestaria y monetaria), destinado a anclar las expectativas de los agentes económicos para que éstos tomen sus decisiones en un marco de estabilidad a medio y largo plazo; por otro, las políticas de oferta anunciadas los días pasados están orientadas a impulsar el potencial de crecimiento de la economía.
Ambas medidas son de manual en un escenario como el existente en Argentina y son imprescindibles para sacar al país de la crisis. Son la Única Política Económica Posible (UPEP) para alcanzar ese objetivo.
A la coalición social-comunista patria el modelo argentino le encantaba porque era un colectivismo con ropajes democráticos que proporcionaba al Gobierno un enorme control de las instituciones, de la sociedad y de la economía. En otras palabras, el Régimen peronista era la cara amable y civilizada del venezolano, del nicaragüense etc. etc. etc.
Además, de vez en cuando, la oposición podía gobernar, eso sí, sin modificar absolutamente nada la estructura de poder. En caso de intentar esto, la maquinaria peronista eliminaba de manera inmediata a quien osaba intentar esa tarea.
La política económica planteada por Milei es todo menos radical
Las más de 300 medidas liberalizadoras presentadas el 20 de diciembre no obedecen a ninguna improvisación. Son el resultado del trabajo realizado en los últimos años por un equipo interdisciplinar dirigido por el liberal Fedérico Sturzenegger, asesor económico del presidente Milei.
En él se realizó un profundo estudio de la miríada de regulaciones existentes en la economía argentina y se evaluó con un sorprendente detalle, con una extraordinaria minuciosidad tanto su negativo impacto sobre la economía como los potenciales beneficios derivados de su reforma o supresión.
Hacer una exposición detallada del Super Decreto liberalizador desborda los límites de esta nota pero sí es importante señalar algunas de sus iniciativas que muestran su carácter “revolucionario” en el entorno asfixiante del estatismo porteño. Así se eliminan las regulaciones en el mercado de alquiler de viviendas, los controles de precios de bienes y servicios; se cambia el estatus legal de las empresas estatales para sentar las bases para su privatización; se simplifican los trámites de exportación; se extiende el período de prueba laboral para nuevos empleados de tres a ocho meses; se reduce los costes del despido; se responsabilizada a los sindicatos convocantes de una huelga de los daños causados durante ella; se acaba con el régimen proteccionista de preferencia de las empresas argentinas sobre sus competidores extranjeros; se liquidan las regulaciones para el sector aéreo, sanitario, farmacéutico, satélite...
Las más de 300 medidas liberalizadoras presentadas el 20 de diciembre no obedecen a ninguna improvisación
Milei ha optado por una terapia de choque, la adecuada para un escenario político, social y económico como el argentino. La magnitud de su victoria electoral, la gravísima situación del país y, a diferencia de lo previsto por sus críticos, la existencia de un plan detallado de actuación inmediata ha permitido al presidente argentino seguir los consejos de Friedman en La Tiranía del Statu Quo y poner en marcha sus primeras y profundas iniciativas en un tiempo récord. Esto era vital, el ataque relámpago a los santuarios institucionales e ideológicos del Estado Peronista.
A pesar de ello y como es lógico y era previsible, la oposición a las reformas se ha manifestado con rapidez. Ninguna oligarquía rinde sus privilegios sin combatir y el peronismo ha construido durante casi un siglo una estructura clientelar y corrupta que ha actuado como una droga sobre los argentinos anestesiando su espíritu emprendedor y proporcionando un extraordinario poder a sus gestores.
Es la vieja y conocida complicidad entre el camello y sus víctimas. Pero Argentina es también un caso emblemático del viejo lema tacheriano conforme al cual: “El socialismo se acaba cuando se termina el dinero”. Si el Gobierno aguanta la presión opositora, esta se desinflará. Quien resiste, gana.
Si el presidente argentino logra implantar, aunque sólo sea una parte de sus reformas, la economía y la sociedad experimentarán un cambio espectacular. Con el manual en la mano es cierto que el programa de Milei comenzaría a mostrar sus efectos positivos sobre el conjunto de la población a partir del segundo año de su puesta en marcha. También lo es que su impacto inmediato será negativo: no hay recuperación sin purga. Ahora bien, ambos fenómenos pueden ser más cortos y menos duros si se produce un cambio más intenso del descontado sobre las expectativas de los hogares, de las empresas y de los inversores institucionales.