
Volodymyr Zelenskyy
Ucrania, un nuevo orden mundial y una UE desdibujada
Cuando se cumplen tres años de la guerra en Ucrania, la reconfiguración del orden mundial con la vuelta de Trump al poder evidencia, más que nunca, la necesidad de impulsar una masiva inversión estratégica europea en defensa para proteger nuestros valores democráticos y seguridad económica y evitar la plena irrelevancia geopolítica.
Hace poco más de un mes que Donald Trump regresó a la Casa Blanca y ha revolucionado, en tiempo récord, la política doméstica y el tablero de la geopolítica mundial: persecución y deportación masiva de inmigrantes en situación irregular, congelación de los fondos destinados en concepto de ayuda humanitaria y cooperación al desarrollo, despidos de empleados públicos, ataques contra los departamentos encargados de las políticas de medioambiente, género y diversidad, pleno apoyo, sin límites ni fisuras, a Israel y al enfoque de Netanyahu sobre Gaza o una guerra arancelaria contra países aliados y enemigos que pondrá a prueba las costuras del comercio y la economía mundial.
Sin embargo, cuando parecía que Trump no podía abonar más su antología del disparate, el hecho que probablemente sea más llamativo es el abrupto giro de guion en la política exterior estadounidense y las relaciones trasatlánticas con los socios europeos, materializado en el explícito deshielo entre Washington y Moscú y en la marginación de la UE en las negociones de una hipotética paz para Ucrania.
Un conflicto en el que Estados Unidos y la UE habían ido de la mano hasta ahora, por considerarse una cooperación estratégica frente a la brutal e injustificada invasión rusa, un acto de violencia desmedida y desproporcionada que viola el derecho internacional y pone en riesgo la seguridad y los valores occidentales.
Ahora bien, en un rango de apenas siete días, desde la Conferencia de Seguridad de Múnich hasta el inicio en Riad de las negociones bilaterales “por la paz en Ucrania” por parte de Rusia y Estados Unidos, Trump y el elenco de asesores y hombres fuertes que le rodean han dinamitado todos los puentes. Trump ha calificado la guerra y la contribución de EEUU a la misma de “absurda”, ha expresado que Putin es un hombre “pragmático e inteligente” con el que sabrá encontrar una solución rápida al conflicto y ha subrayado que los europeos no pintan nada en las negociones, y que serán invitados sólo cuando haya algo que ratificar. Todo ello desdeñando los más de 130.000 millones de euros que la UE ha destinado a Ucrania en ayuda financiera, militar y humanitaria, y las contribuciones tan ingentes de países como Polonia, Alemania o Francia.
Sin embargo, el capítulo más esperpéntico y que mayor perplejidad ha generado entre los aliados occidentales ha sido, sin duda, el hecho de que Trump responsabilizara a Zelensky de la guerra, lo llamase dictador con unos deprimidos índices de popularidad y le instase a convocar elecciones y a moverse rápido, sin oponer resistencia, si no quiere quedarse sin territorio ni país que gobernar.
Además, el presidente estadounidense le exige que le ceda la explotación de al menos un 50% de las tierras raras que hay en Ucrania, sin ni siquiera brindar plenas garantías de seguridad para el país. Una narrativa con la que Putin se frota las manos y con la que Trump hiere de muerte el orden mundial prevalente desde 1945. Es el cuestionamiento de la unión en torno a los valores democráticos para la disuasión de los peligros y las amenazas comunes, donde la falta de independencia militar estratégica de la UE evidencia su escasa influencia como actor en la escena global.
El hecho de que Trump responsabilizara a Zelensky de la guerra, lo llamase dictador con unos deprimidos índices de popularidad y le instase a convocar elecciones y a moverse rápido
Ante esta coyuntura, la UE se encuentra desdibujada y desencajada. Prueba de ello son las sendas reuniones de urgencia que Macron convocó hacia unos días en el Elíseo con líderes europeos y países de la OTAN para evaluar la estrategia a seguir. La consigna de las deliberaciones parece clara: la inversión masiva en defensa es una prioridad y debe acelerarse a velocidad de crucero.
En este contexto, la UE se ha precipitado a buscar fórmulas financieras de todo tipo para aumentar el gasto en defensa. Un gasto que se estima en 500.000 millones de euros en los próximos 10 años, según la Comisión Europea. Desde la solución más inmediata y plausible: la activación de la cláusula de escape para elevar el gasto en los presupuestos nacionales, que la Comisión ya ha puesto encima de la mesa, hasta la reinvención de un fondo similar al de los NextGeneration, con deuda conjunta de todos los países para sufragar las inversiones en infraestructuras críticas.
Asimismo, el papel del Banco Europeo de Inversiones, como brazo financiero de la UE, también juega un rol esencial. La propia Nadia Calviño anunciaba hacía unos días que la institución que preside doblará su inversión en defensa este año hasta los 2.000 millones de euros.
Estas acciones tendrían un doble impacto en el escenario geopolítico actual: la de dotar al bloque comunitario de capacidades reales de intervención y disuasión militar con plena autonomía, y la de garantizar una mayor seguridad económica. No olvidemos que, en el frenesí de los acontecimientos, a los aranceles del 25% sobre las importaciones al aluminio y el acero... Trump ya ha anunciado otro 25% en sectores como el farmacéutico, los semiconductores y la automoción. Aranceles que, de materializarse, entrarían en vigor en abril, impactarían notablemente en consumidores y empresas, dispararían de nuevo la espiral inflacionista y lastrarían aún más la competitividad europea.
La mala noticia es que, por mucho que la UE busque reaccionar, los procesos de decisión comunitarios, todavía muy lastradas por las lógicas e intereses nacionales, requieren tiempo y Trump no espera. La buena noticia, sin embargo, es que la evidencia histórica nos dice que la UE siempre ha sabido sobreponerse en momentos de crisis. Ejemplos históricos recientes son la unidad exhibida frente al Brexit, la pandemia o la reciente crisis energética. A este respecto, actuar unida y coordinadamente es la única baza posible.
Además, a diferencia de lo que muchos analistas han augurado, la estrategia imperialista y arancelaria del presidente norteamericano, lejos de reforzar a los partidos de extrema derecha en Europa, podría alentar su ocaso en el medio plazo. Los aranceles a las importaciones agrícolas de España, a la industria automovilística en Alemania o la dominación por la fuerza de Groenlandia, bajo soberanía danesa. ¿Por cuánto tiempo resultará sostenible este pulso? ¿Hasta cuándo los votantes de partidos de extrema derecha nacionalista verán con buenos ojos estas decisiones?
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, afirmaba recientemente que en los últimos 20 o 25 años, el modelo de negocio europeo ha dependido básicamente de la mano de obra barata de China, de la energía asequible de Rusia y de inversiones en seguridad y defensa externalizadas (en referencia a Estados Unidos). Estos tiempos han terminado.
Urge actuar con mentalidad estratégica, de urgencia y de unidad. De lo contrario, puede que el curso de la historia no nos dé otra oportunidad y que la UE y los valores de las democracias liberales queden totalmente triangulados por Trump, Putin y Xi Jinping.
*** Alberto Cuena es periodista especializado en asuntos económicos y Unión Europea.