Si el confinamiento fue muy difícil para todo el mundo, en el caso de Manuela (nombre ficticio), este fue todo un calvario. Su pareja, Víctor, nombre también inventado, no le dejó salir ni un día de su casa amenazándola con cambiarle la cerradura. Ni a por el pan. Ni al Mercadona. Los tres meses fueron toda una pesadilla para ella.
En mayo de 2020, llega la que ella misma denomina como “la noche del terror”. Aquella madrugada marcó un punto de inflexión entre ambos. En uno de sus enfados, Víctor miró a Manuela y a su hija, de apenas tres años en ese momento, y pronunció la siguiente frase a gritos: “¡La solución es que os mato a las dos, te mato a ti y mato a la niña!”.
Tras aquella amenaza tan dura, luego vino una noche en vela. Ni ella ni la pequeña pudieron dormir. Según su relato, mientras que estaban "muertas de miedo", Víctor solo les decía que las estaba vigilando y que no iban a marcharse a ninguna parte. Un sinfín de insultos como “zorra” y “puta” se iban encadenando uno tras otro.
A la mañana siguiente, Víctor tenía que ir a trabajar. Aquella jornada se estaba retrasando para salir de casa y Manuela temía que fuese a faltar a su puesto de trabajo tras un desenlace fatal. Que él se marchara era su salvación. “Finalmente, se fue. Hui de la casa. Durante la noche no podía. Con la llave echada si salía corriendo con la niña sabía que me iba a pillar y podía ser peor”, declara, aún emocionada.
Fue a buscar refugio a casa de su madre, donde ella y sus primas la escucharon detenidamente, y juntas buscaron a un abogado que le dejó claro a Manuela que lo que estaba viviendo tenía un nombre, violencia de género, y que tenía que denunciar cuanto antes. “Yo estaba totalmente ciega", dice, pero que las amenazara de muerte fue lo único que la hizo despertar. "A mí me avergüenza muchísimo pensar en todo lo que soporté. Eso no lo debería hacer nadie”, prosigue Manuela.
Según su relato, a ella no le rompieron un brazo ni le pusieron un ojo morado, pero vivió un fuerte maltrato psicológico. La agresión física más fuerte que vivió fue que Víctor le reventó un teléfono móvil en la rodilla con gran agresividad. “Igualmente, quiero decir que lo peor de todo esto fue que siempre me hacía de menos, me decía que era una vieja, que no valía nada. Hay que decir que aunque no te pongan un ojo morado, eso también es violencia de género”.
A Manuela se le entrecorta la voz haciendo un simple resumen de la década tan difícil que vivió. “Es que yo vivía en tensión”, lamenta. “Pero me quedo con que ahora mi casa está llena de flores y mariposas. Eso dicen mis amigas. Tras la separación yo quería vivir tranquila. Y puedo decirlo ya, dentro de lo que cabe, vivo tranquila, puedo hablar por teléfono todo el rato que quiera, puedo ver lo que me apetezca en la tele”, relata.
Sin embargo, Manuela le ha cogido miedo a tener una relación. "Tengo miedo a los hombres. No me fío de tener un compañero después de lo que he vivido. Los que me conocen saben que yo soy muy casera y disfrutaría mucho viendo películas con otra persona o haciendo algún plan... Pero es que no me atrevo. En eso me ha afectado muchísimo. Y es injusto, porque no todos son iguales", confiesa.
Pide empatía
Si algo solicita Manuela es empatía hacia las víctimas de violencia de género a las que, según sostiene, a veces se las trata "como delincuentes". A su pareja le condenaron a un año de prisión, pero tras considerarse culpable, le rebajaron la pena a ocho meses y, finalmente, no llegó a entrar en la cárcel. Así, le impusieron una orden de alojamiento durante dos años que ya ha acabado.
"¿Y ahora qué?", se pregunta con ansiedad Manuela. Aunque no cree que su expareja se atreviera a hacerle nada grave, sí que reconoce que suele "provocarla" a menudo, sobre todo cuando tienen que intercambiarse a su hija. "No me hace nada porque sabe que no puede, pero sí me increpa, me lleva al límite. Alguna vez, cuando tiene a mi hija y le llamo... no me lo coge", lamenta.
Manuela tampoco teme a denunciar una falta de empatía en el punto de encuentro, que es donde ambas partes se citan para devolverse mutuamente a la menor. "Es algo muy frío con los trabajadores. Una vez me hicieron esconderme detrás de un coche porque, al parecer, venía y no nos podíamos cruzar. ¿Por qué me tengo que esconder yo? ¿Qué hecho yo mal?", recuerda.
Misma sensación tiene del procedimiento judicial: "No sé cuántas veces me han preguntado que por qué no denuncié antes después de todo lo que pasé. Es innecesario. Si no lo hice es porque en ese momento estaba ciega. Tienen que entenderlo".
Ahora él la ha demandado para pedirle una custodia compartida. "Aunque el régimen que tenemos es casi compartido, la tenemos casi el mismo tiempo, pero no quiere pagarme por si, yo que sé, me voy al Caribe con ese dinero. Es terrible. Tampoco entiendo del todo cómo le van a dar una custodia compartida a una persona que, por ejemplo, no cambió un pañal en el tiempo que estuvimos juntos", manifiesta.
En cualquier caso, la pequeña, que, según su madre, es la que menos culpa tiene de todo y la más damnificada, es ajena a todo lo ocurrido entre sus padres: "Si algún día me pide explicaciones de mayor, se las daré. Pero, de momento, ella se va con su padre unos días y pasa otros conmigo y trato de que normalice el proceso, porque si ella es consciente, a sus cinco años, sufre".
Pese a todo lo que ha pasado, Manuela quiere lanzar un mensaje a todas las que lean este artículo y pasan por un calvario similar al que ha tenido que sufrir ella. "Apoyaos en vuestros apoyos fundamentales de amistades y familiares. Contadlo todo, no os avergoncéis como yo hice. No tenéis culpa de nada. Cuando os escuche vuestro entorno y os sintáis con fuerzas, denunciad", zanja.
No estás sola, pide ayuda
El 016 atiende a las víctimas de todas las violencias contra las mujeres. Es un teléfono gratuito y confidencial que presta servicio en 53 idiomas y no deja rastro en la factura. Estos son todos los recursos contra la violencia de género.