A Isabel Bono (Málaga, 1964) siempre le ha gustado escarbar en el dolor y el trauma. Ve en ellos un motor de creación maravilloso. Así lo demuestra en Los secundarios (Tusquets, 2022), otro experimento literario suyo donde cuenta la historia de dos personajes de Diario del asco.
La escritora da vida en su nueva novela a Rubén y Amalia, en otro tiempo cuñados. Un día coinciden en el portal del descomunal edificio de apartamentos donde viven. Entonces estos dos auténticos supervivientes hablarán de lo humano y lo divino: la familia, la memoria, la herida.
La poeta y novelista ha consolidado, a fuerza de constancia y mucho trabajo, una prestigiosa carrera literaria. Es autora de dos novelas celebradas por la crítica y el público: Una casa en Bleturge (Siruela, Premio Café Gijón) y Diario del asco (Tusquets).
En primer lugar, ¿qué tal estos dos años de pandemia?
La verdad es que el confinamiento me vino muy bien. No soy de salir, así que quedarme en casa fue una bendición. Como además no había tráfico las mañanas eran silenciosas, en la terraza se estaba de maravilla, solo se oían pájaros. La piscina comunitaria fue tomada por patos. Lo malo era la tensión permanente por las malas noticias continuas. Afortunadamente ya vamos viendo el fin. Pero quizá vendría bien que nos confináramos de vez en cuando voluntariamente para que el mundo se repusiera de lo mal que lo tratamos.
A muchas personas les ha venido bien parar a causa de la pandemia. ¿Cómo lo vivió en el ámbito personal? ¿Y a nivel literario, es decir, le inspiró?
Me vino muy bien para los dolores, por ejemplo. Solía tomar el tren de cercanías y al estar en casa, dejo de dolerme la espalda. Todo sucedía lentamente, los días parecían más largos (algo que siempre he deseado, días de 48 horas). A nivel literario esperaba más. Las malas noticias no me permitían concentrarme y leí muy poco. Los dos personajes que estaban hablando en mi cabeza (los protagonistas de Los secundarios) se quedaron mudos, parece que ellos también decidieron confinarse. Poemas nada de nada. Lo que sí retomé fue un diario que llevo escribiendo desde hace años. Tenía la sensación de que desde que no salía de casa me pasaban muchas más cosas.
Vuelve a la ficción con una novela donde revela la historia de dos personajes secundarios de Diario del asco. ¿Por qué tenía la necesidad de contar sus historias?
Es que soy de hurgar. Además, no me quedé conforme con saber de Rubén y Amalia solo por lo que nos contaba Mateo. Así que me puse a indagar en sus vidas, que fueran ellos mismos quienes me las contaran. Suelo escribir "para mí", nunca pienso que lo que escribo lo vaya a leer nadie hasta que está terminado, pero Los secundarios ha sido el libro que más he escrito para mí, para conocer a esas dos personas. Me lo he pasado en grande, la verdad.
Una vez más escarba en el dolor y en el trauma. ¿El dolor es el motor más potente de inspiración a la hora de escribir?
Sin conflicto no hay creación. Si la vida sucediera sin más, sin fracturas, sin roces, nadie escribiría, ni pintaría, etc. La poeta Ana Castro acaba de publicar en Renacimiento la antología Rojo-dolor dónde habla de mujeres que sufren. Hay que visibilizar el dolor. Eso de sufrir en silencio no tiene sentido porque aísla. Simplemente, saber que hay alguien más que sufre nos ayuda, nos acompaña, no nos sentimos solas.
Su obra "escarba sin misericordia en las heridas", señala Fernando Aramburu. ¿Qué atractivo ve en ellas?
Pues no sé muy bien de dónde me vendrá, pero es verdad que soy de llegar al fondo de todo. Quizá para entender de dónde el dolor o de dónde cualquier cosa. Pasar por la vida sin escarbar, sin intentar comprender, no tiene para mí el más mínimo sentido. Soy consciente de que nunca se llega de verdad al fondo de nada, que nos movemos siempre en el terreno de las aproximaciones, pero no por eso hay que dejar de escarbar. Quizá lo que busco es poder sentir en el momento que muera: hice todo lo posible por comprender. El poeta Antonio Muñoz Quintana tiene un poema donde habla de eso, se despide del mundo y acaba diciendo: "he hurgado".
También reflexiona sobre la familia, que no siempre es lo que uno espera. Aquí se habla de una madre alcohólica que se suicida y un padre ausente, además de machista. ¿La institución de la familia está en decadencia o la valora que ahora es más importante que nunca en un momento de crisis absoluta de todo?
El concepto cambió hace unos años. Te ibas de casa, compartías piso con amigos y estos se convertían en tu familia. Veinte años después, los hijos vuelven a casa sin trabajo, o con trabajos precarios, para vivir de sus padres. Y ahí están esos padres, ya abuelos, apoyándolos incondicionalmente. La familia es un tema sin fondo, nunca me cansaré de hablar de él, nunca está todo dicho. Venimos al mundo a vivir con unas personas que vamos conociendo día a día, a las que "debemos" amor y respeto. Pero, ¿y si no te caen bien? Ahí es donde entré yo con mi dedito de hurgar. En todas las familias hay conflictos, lo curioso es que si preguntáramos: ¿Si usted volviera a nacer, elegiría hacerlo en su misma familia? Estoy segura de que el 99% respondería que sí.
Sus protagonistas siempre han vivido a la sombra de otras personas. Nunca han sido los protagonistas propiamente. ¿Por qué le interesaba explorar la figura de los segundones?
Nunca me han interesado los héroes, los ganadores. Los que van de protagonistas ya hablan suficientemente de sí mismos. Prefiero darles voz a personas/personajes normales. Me resultan mucho más interesantes.
En la novela hay perlitas: "50. Esa sí que es la peor edad. Al menos para las mujeres. Aunque te sientas joven el cuerpo no acompaña. Ya no cuentas para nadie porque no eres sexo. Cuentas para los hijos [...]". ¿Usted se ha sentido así al cumplir los 50? ¿Cree que el yugo de la edad se ceba especialmente con nosotras?
La verdad es que no llevo cuenta de mis años, a veces tengo que pensar cuántos tengo (este año cumplo 58). Nunca me ha importado cumplir años. Si no me mirara al espejo seguiría teniendo nueve, sigo sorprendiéndome y disfrutando de las mismas cosas (y de cosas nuevas; voy sumando, no eliminando ni cambiando unas por otras). Lo malo de la edad son los achaques: regalé la bici de carreras, y ya no puedo correr (que me encantaba) por culpa de una hernia discal. No sufro con la edad, pero es cierto que cumplir años es peor para las mujeres que para los hombres. He leído que a los maduritos con canas se les llama "zorros plateados" (como algo positivo). A ver si ahora que las más valientes no se tiñen no se queda en solo una moda. Hace poco he leído que la actriz Dafne Fernández, desde que es madre, no la llaman para trabajar porque ya no ven a una actriz guapa, ven a una madre. ¡Y solo tiene 36 años!
¿Siente que la sociedad, el sistema, es especialmente cruel con las mujeres cuando envejecen?
También suelta otra perlita: "Vivimos en una época de hedonismo desmedido avalado por lo que yo llamo el Síndrome L'Oréal. Porque yo lo valgo. Y así nos va". ¿Leer libros nos hace ser más empáticos y menos individualistas?
Claro que sí. Al leer cualquier libro, aunque sea una historia inventada, vemos cómo sienten esos personajes, los entenderemos o no, nos pondremos de su parte o no, nos identificaremos o todo lo contrario, y justo eso nos abrirá la mente. Me acuerdo ahora de una vecina que decía que nuestra calle es la más bonita del mundo. ¿Ha viajado mucho?, le pregunté. ¿Yo?, yo nunca he salido del barrio, dijo. Pues eso.
¿De qué le ha salvado a usted la literatura?
¿Después de una pandemia, un volcán y ahora una guerra, es usted optimista respecto al mundo que nos ha tocado vivir?