Rafael Alberti publicó en 1929, en La Gaceta Literaria, el poema Buster Keaton busca por el bosque a su novia que es una verdadera vaca. Incluido en el libro Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, no sabemos si Keaton, enfadado por semejante título, se embarcó hacia España para buscar a Alberti para partirle la cara. Porque lo cierto es que el famoso actor se marcó al año siguiente de la publicación de estos versos un viaje por carretera, un road trip de manual, que lo condujo, inexorablemente, a Málaga.
Nosotros queremos pensar que sí, que el leitmotiv de que el maquinista de la General visitara nuestro país era rendir cuentas con el graciosillo poeta gaditano, pero la realidad es que Keaton quería conocer un país que siempre ha sido muy atrayente para el extranjero y, además, saludar a los componentes de la Generación del 27. Y es que como recuerda el estudioso Román Gubern, esta generación nació a la par que el cine, con la que vivió un idilio, porque para aquellos intelectuales el séptimo arte era el encuentro entre la poesía y la máquina.
Fuera como fuese, en agosto de 1930, procedentes de Francia, llegaron a San Sebastián Buster Keaton, su esposa, Natalia Talmadge, su cuñada, Norma Talmadge, y los actores Norma Talmadge y Gilbert Roland, este último de ascendencia española, para efectuar este viaje que les llevaría hasta Málaga, pasando por otras ciudades como Barcelona, Madrid, Valencia, Granada o Sevilla. Según las crónicas, en Toledo incluso salió de una plaza de toros a hombros. En La Malagueta, como se verá, no llegó el asunto a tanto, aunque se fue con un gran baño de masas y el cariño de los malagueños.
Un famoso de los de antes
Porque Keaton era una verdadera estrella en nuestro país, tan famoso como Charles Chaplin. De hecho, cada vez que nuestras madres nos han tildado de pamplinas ("qué pamplinoso es este niño, por Dios, ha salido a tu gente") han rendido homenaje a Keaton sin quizá saberlo: con este sobrenombre fue conocido durante sus años de esplendor en España y en otros países de habla hispana.
Por culpa de un crítico motivado por la inexpresiva cara de palo del actor de Kansas que no paraba de hacer el tonto en sus películas, así comenzó la moda en nuestro país de retitular las películas como nos da la gana surgiendo Pasión y boda de Pamplinas (The Saphead), La vecina de Pamplinas (Neighbors), o Pamplinas nació en día 13 (Hard luck). Títulos, por otra parte, mil veces mejores que los originales.
La Costa del Sol y el arte
El caso es que, como bien sabemos, Málaga lleva atrayendo a celebridades desde hace ya miles de años y en la España de los años 30, si bien todavía no había pegado el bombazo turístico que estaba por llegar, ya era un foco de atracción para artistas, pícaros y demás gente de mal vivir.
Una Málaga de sustrato surrealista que fue incluida en el plan de ruta del cineasta debido a su amistad con Edgar Neville, del que se hizo colega durante su periplo hollywoodense, y la relación de éste con el poeta José María Hinojosa. Una Málaga enclavada en una Andalucía señalada como tierra de la gracia y del peligro, donde la Costa del Sol estaba matizada por los mimbres de la vanguardia y los pasos de la Generación del 27.
Como artista completo, Keaton sufría en aquella época la debacle de su arte: el cine sonoro había arrasado como un tsunami: nadie podía negar el lógico éxito de El cantor de jazz, la primera película sonora de la historia que tres años antes, en 1927, había llegado para cambiarlo absolutamente todo. Keaton, como muchos otros, vio cómo su fama caía en barrena ante el progreso. Al parecer, la tecnología tiene que fastidiarnos a unos y a otros tanto como nos facilita la vida.
Un punto de inflexión en su vida, el cénit de su popularidad que, sin embargo, todavía le acarrearía que durante su estancia en el histórico Hotel Caleta Palace, el primero de la capital, numerosos admiradores malagueños se sirvieran de triquiñuelas para intentar colarse y mirarle directamente a sus ojos de huevo.
Era tal su fama que publicaciones como Vida Gráfica y, por supuesto, Diario de Málaga, registraron su visita con todo lujo de detalles: paseos por la ciudad y cañitas en los bares, encuentros con los poetas a los que había venido a visitar como Hinojosa, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre y, cómo no, asistir a una corrida de toros. (Aunque nosotros elucubramos que a Keaton le hubiera gustado más el estilo saltimbanqui de las faenas lusas).
Así, en la plaza de La Malagueta, en un momento en el que el actor giró su cara de lacio hacia al público, el tendido al completo empezó a corear "¡Pamplinas! ¡Pamplinas!" ante su absoluto asombro, el de su séquito americano e, incluso, del torero que en ese momento se estaba jugando el pellejo.
Encuentros sin confirmar
Con el paso de los años se irían descubriendo de esta breve visita nuevas anécdotas cuya veracidad, bueno, dependen un poco de la confianza que se tenga en quien las cuenta. Una de estas, por ejemplo, la relataba el pintor Manuel Carmona, y así quedó recogida en su libro de memorias, según la cual él y su hermano, Darío Carmona, se ofrecieron a limpiar el coche de artista para sacarse unos cuartos. Keaton, por supuesto, les pagó en dólares americanos.
La corta estancia de Keaton en Málaga, a donde había llegado desde Jerez, se cerró con su marcha hacia Granada tras su quedada con los surrealistas de la Generación del 27, quienes vieron en el rostro sin sonrisa del actor el fin de una era, de una forma de hacer las cosas que se extinguía rumbo al crepúsculo montado en un coche lleno de artistas, pero bien limpio.
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