Agustín Rivera es un periodista, profesor y escritor entusiasta. Su cuarto libro de no ficción es Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes (Kailas Periodismo); una antología de relatos en primera persona de los hibakusha, las víctimas aún vivas de las bombas atómicas, y su propia experiencia como corresponsal en Japón.
Rivera, malagueño de nacimiento y residencia, ha volcado en una de las más grandes historias reales de las últimas décadas la pasión de toda una vida. "Creo que tengo casi más entusiasmo y pasión incluso que cuando era estudiante", afirma el que ha sido durante años redactor en medios como Diario 16, El Mundo o El Confidencial (donde actualmente sigue escribiendo), que se considera una persona "muy vocacional": "Soy un afortunado, pero he trabajado muchísimo para ello con una gran convicción", resume.
Pisó tierras niponas por vez primera en 1995 y ya entonces intuyó que la de Hiroshima y Nagasaki iba a ser "la gran cobertura de su vida" después de que el legendario reportero Manu Leguineche le propusiera buscar historias al respecto. Casi tres décadas y cuatro viajes a la zona cero después; vacaciones, noches y fines de semana incluidos; ha lanzado la que considera su obra más ambiciosa y una de las más vendidas en la reciente Feria del Libro de Málaga. Su sueño, explica, sería que se pudiera leer en japonés.
En el propio libro cuenta que, desde que Manu Leguineche le señaló de algún modo el camino, la de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki se convierte en la cobertura periodística de su vida. No obstante, llegó allá en 1995 por primera vez, hace casi tres décadas, y es ahora cuando lanza tu primer libro de no ficción sobre un tema tan importante en tu vida. ¿Japón necesita cierto reposo?
La primera vez que viajé a Japón, empecé a formarme sobre el tema y sabía que era importante, pero era jovencísimo. Tenía 22 años. Sabía que me iba a marcar mucho, pero no hasta qué punto. Supe que me iba a marcar de manera definitiva la segunda vez que estuve, en 2001. Había estado casi un año de corresponsal en El Mundo y había hecho entrevistas en más profundidad, fui con otra visión y me di cuenta de que el tema me encantaba. Fui también a Kokura [la ciudad japonesa que se libró por los pelos de la segunda bomba atómica] y a Nagasaki [la que finalmente recibió el ataque nuclear], y ya tenía claro que ahí había un libro. En ese momento hubo alguna posibilidad de publicarlo, no hubo mucho interés editorial en ese momento y lo dejé pasar. Sabía que iba a volver.
En 2012, Hiroshima me tocó verdaderamente tras ir a Fukushima. En ese momento estaba a punto de publicar El cortijo andaluz y eran años de mucha ebullición informativa en política e investigación, no hacía tanto periodismo narrativo. En 2019 fui por primera vez con vocación más de escritor que de reportero. Iba sin la presión de publicar un reportaje para fin de semana. Tenía clara la estructura y que, de una manera u otra, el libro iba a salir. Ha sido un proceso largo, y me alegro mucho de que no saliera en 2002. Hubiera sido un libro demasiado coyuntural. Pienso que, si un escritor o un periodista no se confía, cada vez escribe mejor. Es un libro de madurez, y el más querido por mi parte.
¿Y cambia mucho su mirada desde esa primera visita hasta la última?
Piensas que eres el mismo, pero en realidad no. Uno cambia. Se mantiene la pasión por el reporterismo, las historias bien contadas y trabajadas en la calle; pero sí es verdad que uno tiene más resortes, más trucos, y deja un poco lo superfluo. La mirada sobre Japón también es diferente. En el primer momento, contaba con el apoyo muy claro de la pareja japonesa que tenía y todo era quizás a través de su propia visión... y las lecturas también son fundamentales. Si no hubiera leído nada después de la primera vez, era un tema ajeno; pero un par de veces por semana desde el 95 hasta ahora consulto cosas sobre Hiroshima. Me compraba muchos libros, me iba a bibliotecas, preguntaba a cualquier japonés que conocía si conocía a alguien de Hiroshima o Nagasaki, me empecé a ver documentales históricos...
Me marcó mucho lo que cuenta Manu Leguineche, creo que en su libro sobre Pearl Harbour, de que el acontecimiento más importante del siglo XX era la bomba atómica de Hiroshima, según una encuesta de lectores del New York Times. Yo, como periodista, tengo claro que hay que intentar estar en los sitios más importantes. Nunca me he dedicado 100% a ser un periodista de información local, siempre he querido cubrir las elecciones municipales. Nunca he sido un periodista 100% de Deportes, pero siempre me ha gustado cubrir una Copa Intercontinental en Japón, un ascenso del Málaga o si el Unicaja ganaba la Copa del Rey. En los medios que he estado, siempre me he ofrecido a intentar cubrir lo importante.
Un libro es muy diferente. Es un proceso muy largo en el que tienes que dejar un poco al lado tu faceta de reportero: lo importante es el libro, lo importante no eres tú. Lo importante era dar voz a las víctimas.
Ya está muy bien contado qué pasó en 1945... pero creo que se olvida un poco las consecuencias físicas, por supuesto, pero también las psicológicas; y lo que pasó a la segunda generación, los hijos de Hiroshima y Nagasaki
Hablemos de ellas. Cuentan en su libro que les decían que Japón iba ganando la guerra, que lo suyo era 'enfermedad de la bomba atómica', no sabían hasta mucho tiempo después que sufrían la radiación... ¿La historia de los hibakusha es la historia de un engaño?
Creo que el ejército imperial sí engañó a su pueblo e incluso al emperador Hirohito, que era una marioneta de sus propios generales. La desinformación también funcionaban durante la II Guerra Mundial, por la radio, a través de películas bélicas, de pasquines que lanzaban los estadounidenses... En las guerras siempre se engaña.
Siento que se tratan tres conceptos interesantes en el testimonio de los hibakusha: el engaño, el olvido y el rencor. Nadie ha hecho con Hiroshima lo que ocurrió en los juicios de Nuremberg. ¿Les falta aún esa reparación?
Los hibakusha se merecen ser más escuchados. Esta historia no merece ser olvidada y hay que actualizar sus testimonios, por eso quería escribir este libro. Ya está muy bien contado qué pasó en 1945, desde el clásico reportaje de John Hersey hasta Kenzaburō Ōe o novelas como Lluvia negra... Pero creo que se olvida un poco las consecuencias físicas, por supuesto, pero también psicológicas; y lo que pasó a la segunda generación, los hijos de Hiroshima y Nagasaki. Había un estigma, no querían decir que eran supervivientes de bomba atómica, tenían el riesgo de no tener pareja ni hijo e incluso perder el trabajo. Es súper importante que no se olvide esa memoria, porque tienen mucho que contar todavía.
Estos últimos supervivientes que aún viven apenas han tenido momento de su vida en el que no hayan sido hibakusha. Vivieron el trauma siendo niños o adolescentes y lo arrastran durante el resto de su vida. ¿Cómo afrontan su propia vida desde la tercera edad?
A mí me sorprendió desde la primera vez la ausencia de rencor. Sienten incluso vergüenza de que sus mandos militares empezaran la II Guerra Mundial [en el Pacífico] con el ataque a Pearl Harbour. La mayoría de ellos se siente un poco víctimas de algo inevitablemente, porque ellos lanzaron el primer ataque. Hay dos testimonios, que para mí son los más valiosos, en los que —sabiendo las atrocidades del ejército japonés— dicen de una manera muy meridiana que Estados Unidos fue igual de cruel como mínimo por lanzar la bomba atómica. Y siguieron en la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en Vietnam, haciendo crímenes de guerra. Yo creo que son testimonios valiosos y que salen del refrán japonés de que el clavo que sobresale se lleva un martillazo. Todavía predomina como lo más importante el grupo, y el grupo dice que Estados Unidos ayudó mucho a Japón en la posguerra para hacer que el milagro japonés fuese una realidad. Los hibakusha tienen ese estigma y es importante que se resaltara.
Ese sentimiento de culpa está presente en personas que eran niños y evidentemente no tenían ningún tipo de responsabilidad sobre la guerra.
El sentimiento de culpa es algo más de nuestra cultura judeo-cristiana. Ellos tienen claro que no se puede repetir, dicen "Nunca más Hiroshima" o "No se repetirá el error". Pero claro, es un poco ambiguo como todo en la cultura y el idioma japonés. No se sabe si es que no se repetirá lo que hizo Japón en Asia o el mundo no repetirá el error de otro Hiroshima. Pero prevalece el sentimiento de que Hiroshima y Nagasaki deberían ser las primeras y las últimas bombas atómicas lanzadas sobre seres humanos.
¿Cree que la edad ha dado a los hibakusha más disposición a hablar y romper el tabú, a reenfocar su propia tragedia de forma más asertiva?
En muchos, sí lo he notado. Cuando les entrevistaba, notaba que a lo mejor habían ocultado que eran hibakushas durante mucho tiempo y con 60 años lo dijeron. Veían que a lo mejor no le quedaba mucho de vida y su testimonio podía ser muy valioso. Eso es tremendamente interesante, ¡hasta qué punto necesitan contar esa verdad! Ha ocurrido también en supervivientes de Auschwitz y otros campos de exterminio nazi, o incluso con gente que ocultaba que sus padres o abuelos habían sido mandos republicanos. El valor de la memoria es importante, lo que no estoy tan de acuerdo es que se utilice como moneda de enfrentamiento o polarización. Tenemos el testimonio de los hibakusha cuenta su historia, critica a Estados Unidos si tiene que criticarlo; pero miran hacia delante. Quiero reflejar el drama, que evidentemente lo hay, y la superación.
Hoy, Hiroshima y Nagasaki son dos ciudades 100% pacifistas, modernas y cosmopolitas; también contradictorias en tanto que se han aprovechado de la tragedia para prosperar económicamente. No sé qué sería de ellas si no fuese por la bomba atómica y todo el turismo que inevitablemente atrae. Pienso que son dos ciudades admirables y que cualquier persona debería, al menos una vez en la vida, visitar una de estas dos ciudades. Aprendería mucho de la condición humana.
El periodismo muchas veces necesita un cierto poso, porque si no se te queda en la epidermis. Hay que dedicarle mucho más tiempo a las historias, intentar entrelazarlas y no tener esa presión.
La pena está presente...
Para mí ha sido muy dificultoso poder entrar en su psique. Los japoneses son seres extraordinarios y complicados de conocer, incluso para gente que conoce el idioma perfectamente. Es complicado entrar verdaderamente en el alma de un japonés o una japonesa. Para mí, era muy importante saber qué sentían. No solo cómo estaban el 6 de agosto o los días de después, me interesaba más cómo era su situación diez años después o actualmente. Fue bastante complicado, pero es verdad que los japoneses dejan caer, huyen del enfrentamiento. El primer mandamiento es "No molestar". Muchas veces, creo que no son conscientes de la importancia de su testimonio. Sería un error comparar unos muertos con otros; pero lo que pasó allí se ha intentado olvidar, ningunear o justificar —lo que me parece lo más grave—, y no podemos justificarlo en ningún caso.
Y al intentar afrontar todo esto en un libro desde una perspectiva de escritor, ¿hay una voluntad de trascendencia del periodismo?
Creo que el periodismo del día a día, que he hecho muchísimo y ahora prácticamente nunca, es fantástico e imprescindible... pero a mí me gusta el que pueda tener más recorrido narrativo, intentar hacer una buena crónica o un buen reportaje donde yo creo que me puedo desarrollar más. El periodismo muchas veces necesita un cierto poso, porque si no se te queda en la epidermis. Hay que dedicarle mucho más tiempo a las historias, intentar entrelazarlas y no tener esa presión. Para mí, el libro ha sido una experiencia súper interesante, muy laboriosa y complicada.
Al acabar la conversación, cuestionado por los entrevistadores, Rivera ejerce de profesor de Periodismo: "Yo hubiese hecho alguna pregunta incómoda. A lo mejor hay algo del libro que no encaja o sea una contradicción".
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