Antonio Diéguez (1961) es filósofo. Nació en Málaga y estudió en la misma universidad en la que ahora da clases. “Soy el típico producto de la endogamia universitaria española; solo espero que en mi caso esa endogamia haya ido bien”, bromea.
Es catedrático de Lógica y Filosofía, con especialidad en la filosofía de la ciencia en general y de la biología en particular. Acabó en esa carrera “porque no sabía qué hacer”. “Yo quería ser pintor y no pude, entonces me fui a la Facultad de Humanidades porque en ese momento me interesaban más que las ciencias. Elegí Filosofía únicamente porque tenía menos griego y latín que Filología”, cuenta.
Pese a todo eso, por otra casualidad, acabó con la mirada puesta en las ciencias. “Mis intereses iban más bien por el ámbito de la ética, pero quise que un catedrático me dirigiera a la tesis doctoral y su especialidad era la lógica y la filosofía de la ciencia. Así que acabé haciéndola sobre la filosofía de las ciencias sociales de John Stuart Mill y eso me atrapó para los restos”.
Llevamos varios años debatiendo sobre el papel de la filosofía en el currículum educativo, sobre su utilidad. ¿Por qué es necesario estudiar filosofía hoy en día?
Sí, se ha puesto mucho en cuestión, incluso se ha intentado eliminar la asignatura como tal, pero yo hay dos cosas que no entiendo. Una es cuando se dice que la filosofía es inútil y se defiende su valor justamente basándose en su inutilidad. Si la filosofía fuera realmente inútil, no creo que tuviera base para defenderla. El arte o la belleza se admiran con independencia de su valor utilitario, pero los escritos filosóficos no suelen ser muy bellos, más bien al contrario. Si la filosofía fuera realmente inútil, no sé qué valor tendría, pero es que no lo es en absoluto.
Un ejemplo muy simple: hoy, la mayor parte de los jóvenes son vegetarianos o se plantean la posibilidad de serlo. ¿Cuándo empieza y por qué toda esta preocupación por el sufrimiento animal? A raíz de un libro de un filósofo, Liberación Animal de Peter Singer. Había precedentes, pero este escrito marcó el cambio político y social de todo el movimiento animalista que hoy es una fuerza social importante. La defensa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, los ideales de la Revolución francesa y de la ilustración, se fueron gestando previamente en el pensamiento filosófico occidental. No entiendo cómo hay gente que sigue pensando que la filosofía es inútil.
"No entiendo cómo hay gente que sigue pensando que la filosofía es inútil"
Diferenciemos entonces su utilidad de su popularidad.
La filosofía nunca ha sido una disciplina de gran éxito que todo el mundo admire. No lo ha sido nunca y probablemente no lo va a ser nunca. Pero eso no es sino su necesidad. Muchas ideas que han impregnado nuestra política, nuestras ideologías, nuestra forma de estructuración social, nuestras instituciones, han ido surgiendo de los pensamientos filosóficos y creo que así va a seguir siendo.
Al menos, mientras queden filósofos. ¿Sigue habiendo para llenar una clase en la universidad?
La filosofía siempre va a ser minoritaria, no creo que la elijan nunca más que un puñado de jóvenes. Pero, mientras vemos en los medios de comunicación un cierto ataque a las humanidades en general y a la filosofía en particular, la matriculación ha aumentado. Para un joven no hay nada más motivador que ir a la contra.
Quizá también es un lastre las escasas salidas profesionales que tiene una carrera de este tipo, ¿no?
Claro, la filosofía es una de las carreras que menos salidas profesionales tiene. Quien la estudias, sabes a qué atenerse y, por eso, nuestros estudiantes son muy vocacionales. Ahora, el único perfil es ser profesor de secundaria y eso se puede terminar porque no en todos los países se explica filosofía en secundaria. Siempre se dice eso de que las grandes empresas tecnológicas quieren contratar a filósofos porque necesitan personas con una perspectiva crítica, culturalmente bien formada y una visión de conjunto. Yo lo vengo leyendo desde hace décadas, pero solo he conocido a una persona.
Uno de los temas sobre los que viene reflexionando en los últimos años es el transhumanismo, que ha llegado a ser definido como una de las ideas más peligrosas del mundo. ¿Realmente es tan peligroso?
No creo que sea la idea más peligrosa del mundo, el derecho a apropiarse de territorios por la conquista me parece mucho más peligroso, o el nacionalismo. Pero, en todo caso, sí que es una idea que encierra algunos peligros. El transhumanismo es el deseo de mejorar al ser humano mediante las nuevas tecnologías. Hasta ahora, la tecnología ha mejorado la situación en la que vive el ser humano mejorando su entorno, proporcionando medios de transporte, mejor sanidad, mejor acceso a alimentos. Los transhumanistas creen que ha llegado el momento de empezar a modificar al propio ser humano mediante la tecnología y eso abre dos caminos: el biomejoramiento, fundamentalmente a través de la edición genética del ser humano, y la creación del cíborg, la unión con la máquina. Ellos hablan incluso de que van a acabar con la muerte y los más radicales dicen que habrá que prescindir de nuestro cuerpo biológico y volcar nuestra mente en una máquina. Yo creo que mucha ciencia ficción.
¿Hasta dónde es real ese planteamiento entonces?
Mi conclusión es que hay que ser muy críticos con el transhumanismo, pero que hay ideas éticamente aceptables y deseables. Por ejemplo, si uno puede alargar un poco la vida humana, ¿por qué no hacerlo? Si uno puede mejorar la salud de un bebé que va a nacer, ¿por qué no hacerlo? Si podemos mejorar nuestras articulaciones, nuestra visión a partir de los 50 años, ¿qué problema ético habría? Otra cosa es que yo quiera que mi hijo tenga la piel verde porque me parece un color fantástico, ahí sí hay motivos éticos para cuestionarlo. La libertad total podría ser terrible.
A mí me parece que hay base científica para pensar que vamos a alargar la vida humana de forma significativa, que podremos llegar a vivir 150 años. En cambio, no me parece que haya ninguna base para decir que podremos volcar nuestra mente en una máquina y seguir siendo nosotros en una forma de inmortalidad. Eso me parece pura ciencia ficción.
"Hay base científica para pensar que vamos a alargar la vida humana de forma significativa, que podremos llegar a vivir 150 años"
¿Viviremos más?
Hay investigaciones serias de científicos serios como los españoles María Blasco, Juan Carlos Izpisúa o Emanuel Serrano sobre el envejecimiento. Jeff Bezos y algunos otros CEOs de Silicon Valley han creado una empresa con un capital inicial de 3.000 millones de dólares y han contratado a los mejores para lograrlo.
Precisamente, ese movimiento podría abrir la puerta a que estos avances estén en las manos de grandes tecnológicas, ¿no cree?
Ahí hay una fuente de negocio innegable y las grandes farmacéuticas están muy interesadas. Cuando los de Silicon Valley han invertido de esa manera, no sólo es porque ya empiezan a ser viejecitos y no quieren morirse, sino porque ven que ahí detrás va a haber negocio.
Cuando hablamos del mejoramiento nos referimos a hacer el ser humano mejor, ¿eso implica hacer el mundo mejor?
Los transhumanistas creen que para hacer un mundo mejor basta con mejorar a los seres humanos, pero yo creo que no. Está muy claro que podemos ser mejores en muchos aspectos, psicológicos, físicos o intelectuales y no ser mejores moralmente. Podríamos ser muy egoístas e insolidarios y aislarnos todavía más. La sociedad podría convertirse en algo más hostil. La vulnerabilidad nos hace más dependientes de los demás y si conseguimos una autosuficiencia tal que no dependamos para nada de los demás, que todo nos lo proporcionen las máquinas, podemos acabar encerrados en una burbuja bastante negativa.
"La tecnología está creando corporaciones empresariales con un poder superior al de la mayoría de los países del mundo"
Tampoco tiene que implicar una sociedad más igualitaria, ¿no?
Las desigualdades económicas pueden afianzarse porque esas tecnologías van a ser caras y van a acceder a ellas quienes tengan más dinero. En Málaga, como en cualquier gran ciudad, la mayor diferencia en esperanza de vida se da entre los barrios ricos y los barrios pobres. Eso se puede agrandar todavía más y generar conflictos sociales porque no creo que la gente acepte de buena gana que los ricos, además de ser cada vez más ricos, vivan 150 años y su poder e influencia se siga acumulando cada vez más.
Con la existencia de tecnologías tan poderosas, estamos creando corporaciones empresariales con un poder superior al de la mayoría de los países del mundo. Influyen en la política, en los negocios, y nadie los controla. Ahora Europa quiere regular la inteligencia artificial y, ¿qué ocurre? Que estas compañías empiezan a desviar la atención con escenarios catastrofistas.
¿Dónde deberíamos poner los límites para este progreso no desemboque en situaciones de ese tipo?
La Unión Europea ha elaborado directrices bastante sensatas con algunos puntos universalizables. Uno de ellos, por ejemplo, es que cuando se tomen decisiones importantes que afecten a la vida de las personas, las máquinas nunca tengan la última palabra. No puede ser que una máquina decida quién va a obtener un puesto de trabajo, quién va a recibir una hipoteca o quién va a recibir atención médica.
Sobre eso, se está expandiendo el miedo a que la inteligencia artificial acabe con muchos de nuestros trabajos. ¿Cuánto hay de realidad ahí?
Los analistas serios que han tratado la cuestión señalan que el porcentaje de oficios que pueden desaparecer o transformarse radicalmente es muy significativo, no menos de un 30%. El reto está en ver si, como en otras revoluciones tecnológicas previas, estas tecnologías crean a un ritmo rápido nuevos puestos de trabajo que puedan sustituir los que desaparezcan.
¿Van estas revoluciones tecnológicas a un ritmo en el que la sociedad las pueda asimilar?
Yo veo mucha desorientación y falta de información. Se cree cualquier cosa, desde lo más fantasioso y más irreal. Ahí, los filósofos de la tecnología tenemos el papel de introducir un poco de sensatez entre estos discursos pendulares, que van de un extremo a otro. A finales del siglo XX, cuando empieza a surgir Internet, muchos de los intelectuales eran enormemente optimistas. Pensaban que llegaba un ágora mundial en la que todo el mundo tendría igualdad de palabra, las ideas se difundirían sin cortapisas, la información sería libre… ¿Qué vemos hoy? Lo contrario. Las redes sociales generan polarización, las fake news nos inundan, la democracia está en peligro y los regímenes totalitarios aprovechan todo esto para su propio beneficio. Hemos pasado de un optimismo ingenuo a un pesimismo un poco radical.
También hay miedos recurrentes. Cada vez que hay una gran innovación tecnológica surge el discurso tremendista. Recuerdo cuando se clonó a la oveja Dolly, en los años 80, el debate era que al día siguiente ya podría clonarse un ser humano. No ha ocurrido, entre otras cosas, porque se reguló la clonación y se prohibió la clonación reproductiva en seres humanos.
"Falta información. Se cree cualquier cosa, desde lo más fantasioso y más irreal"
Dice que este discurso catastrofista opaca los retos que tenemos en el presente. ¿Cuáles son?
Para empezar, el enorme poder que las compañías tecnológicas están acumulando. Segundo, la pérdida de la privacidad, porque estas compañías tienen nuestros datos y no porque les interese nuestra vida privada, sino porque esos datos unidos son interesantes para otras empresas y ellos se los venden. Luego está el uso militar, las armas autónomas con inteligencia artificial que eligen el objetivo. Y también los efectos en el mercado laboral, los sesgos a la hora de tomar decisiones que afectan a la vida de las personas.
¿Somos conscientes de esos retos?
Yo creo que no y por eso conviene repetirlo. El problema no son los escenarios terminator, sino las realidades que ya tenemos delante, los efectos de estas tecnologías desde el punto de vista social y político.
Desde esa parte social, ¿estamos ya profundamente atrapados por la tecnología o todavía es posible escapar?
Vivir de forma ajena por completo a la tecnología es imposible. Y si alguien lo intenta, lo va a conseguir él solo y no por completo. La sociedad no puede ya prescindir del desarrollo tecnológico y eso está muy bien porque nos proporciona bienestar y calidad de vida. Lo que no tenemos que hacer es vivir esclavos de él y, sobre todo, pensar que no podemos hacer nada al respecto. Hay quien dice que no se le pueden poner puertas al campo y claro que se puede. La tecnología es controlable, pero hay que ponerse a ello porque no es fácil de controlar. Pero por eso hay que ir creando conciencia.
"La tecnología es controlable, pero hay que ponerse a ello porque no es fácil de controlar"
¿Puede ser que lleguemos tarde?
Yo creo que no, no soy pesimista. Uno de los riesgos que veo es lo que llamo el síndrome de Galatea. Cuando se habla de tecnología, todo el mundo cita a Frankenstein, a como el monstruo termina rebelándose contra su creador. Yo creo, sin embargo, que no hay que asumir ese mito, que la tecnología es controlable y que, en cambio, el peligro está ligado a otro mito, el de Pigmalión y Galatea. Pigmalión esculpe a una mujer tan bella que se enamora de la misma estatua. Le pide a Venus que le dé la vida y esta se la concede. Nuestras creaciones tecnológicas nos seducen, nos atrapan, quedamos fascinados por ellas. El peligro es que nos enamoran tanto que nos vuelven muy dependientes, a veces para bien y a veces no tan para bien.
¿Y cómo evitar eso?
Supongo que intentando diversificar el uso de estos objetos, intentando cultivar lo que Ortega llamaba un proyecto vital auténtico. Es imposible dejar de depender de estos objetos. Es un poco hipócrita decir que los usas, pero podrías no usarlos si quisieras. Pero eso no quita que renunciemos, por ejemplo, a la lectura, a socializar con los amigos, a pasear y a relajarte, no solo a estar todo el tiempo centrado en la atracción de lo técnico.
Pero hay quien alerta de cómo estas tecnologías nos “idiotizan”, hacen que perdamos la capacidad de atención y comprensión. Quizá alguno de sus alumnos usan ChatGPT para hacer los ensayos que les pedirá.
Lo que he percibido a lo largo de los años es que los buenos alumnos y alumnas mantienen el nivel y la creatividad de siempre, incluso puede que hasta mejoren porque tienen más acceso a más medios. En cambio, los alumnos con menos acceso a la cultura, a la lectura, pueden sufrir un efecto más negativo porque se dejan depender más de la tecnología y no procesan las ideas. ChatGPT no ha introducido nada que ya no estuviera, el corta y pega o el rincón del vago ha estado siempre ahí, aunque sí que lo ha vuelto mucho más indetectable y puede dar pie a que algunos se autoengañen y piensen que con eso ya están formados.
¿Cree que la inteligencia artificial en algún momento cercano podrá sustituir su trabajo?
Parcialmente sí. No me sorprendería que, sobre todo en algunas universidades, se fueran sustituyendo la tarea del profesor por tutoriales de inteligencia artificial cada vez mejores. Eso sí, tengo la esperanza de que la creatividad intelectual siga siendo exclusiva del ser humano y, por ahora, todos los indicios apuntan a que será así.
¿Cuál es el mayor reto al que nos enfrentamos?
No sabría qué decir. Quizá, no dejarnos seducir por discursos radicales, aprender a informarnos y a buscar buenas fuentes de información. En Youtube hay muy buenos vídeos para cualquier tema, pero también mucho charlatán. En el fondo, ese es el gran reto educativo para las próximas décadas.
Málaga se está colocando como una ciudad puntera en ámbitos como la inteligencia artificial. La Málaga tecnológica ha emergido junto a la Málaga cultural y la Málaga de sol y playa. ¿Cree que se podría imponer?
Claramente, sigue dominando el sector turístico y la construcción y no creo que Málaga pueda cambiar su modelo económico en poco tiempo y transformarse en Silicon Valley. Tenemos que ser conscientes de cuáles son nuestros recursos y de que nuestro recurso fundamental es el buen tiempo y la costa junto a una ciudad y una sociedad agradable. Eso no significa que no haya que apostar por esta emergencia de las nuevas tecnologías. Cuando se crea el parque tecnológico, muy poca gente apostaba porque eso iba a tener éxito. Yo pensaba que era pura propaganda política para compensar a Málaga por la Expo de Sevilla. Ahora, sin embargo, es un centro empresarial y tecnológico de primer orden. Eso era sencillamente impensable.
"No creo que Málaga pueda cambiar su modelo económico en poco tiempo y transformarse en Silicon Valley"
Le preguntaba antes por el reto que tiene la sociedad, ¿cuál es del de Málaga como ciudad?
Desde una posición de ciudadano de a pie, diría que tenemos un problema con la gentrificación, demasiados pisos turísticos y demasiado turista localizado en el centro. Obviamente, eso le viene bien a Málaga porque es dinero y riqueza, sería absurdo plantear políticas hostiles frente al turismo, pero habría que ver también cómo hacer más fácil la vida del habitante usual de Málaga. Y aún más urgente es el problema de los barrios. Málaga siempre ha sido una ciudad con enormes desigualdades sociales y hay que apostar por una mayor igualación social en Málaga. Por lo menos que la gente se diera cuenta de que en los barrios ricos hay que pagar impuestos cuyos beneficios se van a ver sobre todo en los barrios pobres.
Son críticas repetidas, pero Francisco de la Torre, el principal impulsor de ese modelo, acaba de revalidar su cargo con mayoría absoluta. ¿Por qué no llega ese malestar a las urnas?
Yo creo que la mayoría de la gente relaciona al alcalde actual con este despegue económico y cultural de Málaga, y es cierto que él ha tenido mucho que ver ahí. Tiene proyectos cuestionables como el de la torre del Puerto, pero la gente lo que hace es un balance: ¿me quedo con esta Málaga a pesar de los problemas o quiero acabar con lo que hay y correr el riesgo de volver a una Málaga como la que había hace años? Y la gente lo tiene muy claro, considera que los defectos negativos de todo este desarrollo son consecuencias inevitables que habrá que ir solucionando, pero que en general la situación está mejor.